Ernesto Cardenal |
(J. A. Miller)
La mejor garantía de que es cierto
y no invención mía
es que no me des goces.
Amado misterioso que no gozo
¡nada quiero sino estar contigo!
(Ernesto Cardenal)
Ernesto Cardenal, entre otras muchas cosas (sacerdote, teólogo de la liberación, traductor, escritor, revolucionario, político, escultor), es uno de los grandes poetas de nuestra época y uno de los poetas místicos esenciales del cristianismo actual (junto a Teilhard de Chardin y Thomas Merton). Obras como Vida en el amor (1970), la inmensa Cántico Cósmico (1989) - aun recuerdo el impacto profundo que me causó su lectura desde su primer verso -, Versos del pluriverso (2005), o la pequeña, pero no por pequeña menos fundamental, Telescopio en la noche oscura (1993), que constituirá el núcleo de nuestra reflexión, constituyen una obra poética y mística sin ninguna duda excepcional y de una originalidad única.
I. SENTIDO, MÍSTICA Y GOCE.
La vida de un monje es un semiéxtasis y cuarenta años de aridez (Thomas Merton)
Para empezar quisiera citar las palabras que dedica en la introducción de Telescopio en la noche oscura Luce López-Barat, cuando alrededor de su título nos dice:
El poeta, versado en astrofísica, superimpone conscientemente el instrumento moderno de exploración astral al antiguo término técnico de la noche de los sentidos, que prestigiaron primero los sufíes musulmanes y luego San Juan de la Cruz. Estamos ante la puesta al día de la prestigiosa simbología mística de antaño. El poeta, no cabe duda, ha acuñado una metáfora novedosa con este telescopio "a lo divino", que viene a representar aquel ápice u hondón del alma u ojo de luz con el que los antiguos contemplativos aludían a esa indecible capacidad cognoscitiva del místico que opera en niveles alterados de conciencia. [1]
Este telescopio, que quiere enfocarse en la noche en busca de la luz de "lo divino", hay que enmarcarlo dentro de la tradición que define la "noche oscura" como la crisis espiritual que sigue a un encuentro profundo con Dios, a la soledad y la desolación, la aridez y desesperación que sigue con su posterior silencio y ausencia y que tanto atormenta al místico. En relación a esto, hace ya tiempo, leyendo un librito que extrae algunas lecciones de uno de los seminarios de Jacques Allain Miller, irrumpió una frase que me dio que pensar acerca de la experiencia mística: el sentido del sentido es el goce [2]. Es decir, y para simplificar: el sentido del sentido es la fusión, el reingreso al origen, el retorno al Todo, al Uno o a la Unidad, por mostrar algunas expresiones que la caracterizan, es decir, la completud. La experiencia mística, tal y como San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús, o Hadewijch de Amberes o Hildegarde Von Bingen nos mostraron (por citar místicos y místicas que han suscitado mi interés), o como más recientemente Teilhard de Chardin o Thomas Merton, tiene mucho que ver con este retorno como un retorno a Dios a través del amor. Ernesto Cardenal lo expresa con una claridad prístina cuando escribe estos versos:
así triunfal tu también entraste de pronto dentro de
mí
y mi almita indefensa queriendo tapar sus vergüenzas.
Fue casi violación,
pero consentida,
no podía ser de otro modo,
y aquella invasión del placer
hasta casi morir
y decir: ya no más
que me matas.
Tanto placer que produce tanto dolor.
Como una especie de penetración.
Este "placer hasta casi morir" o ese "placer que produce tanto dolor" es el indicador de que se ha cruzado un umbral, o como se diría en lacaniano, que se ha accedido al umbral de "La Cosa" y lo que ello conlleva como disgregación o disolución de la identidad. Ese estremecimiento (ya no más que me matas) es la invasión del goce sobre el cuerpo, algo que llevó a Lacan a concebirlo incluso como una sustancia en sí mismo. Y, para seguir entendiéndonos, "La Cosa" se relaciona con el retorno a lo maternal, algo que Walt Whitman intuye con claridad y que, no en vano, lo relaciona con la muerte y la maternidad:
San Juan de la Cruz, de manera parecida a Whitman, nos habla también de ese anhelo de fusión en su poema "La Noche Oscura del alma", y así nos dice en su última estrofa:
Quédeme, y olvideme,
el rostro decliné sobre el Amado,
cesó todo, y déjeme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
Recordemos que las azucenas son símbolo del abandono en Dios y también de la virginidad.
El ya no más que me matas de Cardenal es el horizonte singular que parece indicarnos que ese anhelo de fusión o anhelo del goce es un placer mortífero que halla su resolución efectivamente en la muerte, tal y como nos indica Whitman o como nos sugiere el estado descrito por San Juan de la Cruz. Es por ello también que el goce esta íntimamente relacionado con la pulsión de muerte.
Es desde esa "violación consentida", de la que el místico se sintió objeto, que llega la posterior ausencia de Dios, y es esta prolongada ausencia la que le lleva a volver su mirada como un telescopio escrutando en la noche oscura a la búsqueda del reencuentro. Dice acerca de la metáfora del telescopio Luce López-Barat:
Tampoco son difíciles de advertir los velados sobretonos eróticos de la imagen fálica de un telescopio que penetra en la oquedad femenina de un firmamento oscurecido. [3]
De la misma manera que fue "violado", la ausencia prolongada le hace sentirse ahora abandonado (recordemos el "Padre porque me has abandonado" de Jesucristo en la cruz). Presa entonces de la soledad y la desesperación, encara su telescopio buscando en el anhelado reencuentro esa experiencia definida como profundamente amorosa, a la vez que extremadamente breve. Escribe Ernesto:
Mi felicidad fue poca. La soledad es total.
Yo quien un día fui tan romántico enamorado:
abrazar sin brazos, amar sin emociones.
Dulce sería llorar pero es retórico.
Tal vez te gustó lo romántico y enamorado.
De entre cien mil me escogiste.
Atrás quedaron los epigramas y las muchachas.
Yo he sido capado,
no en las cárceles de Somoza,
sino por el Reino (Mt, 19, 12)
Volviendo a la frase de Miller, el sentido del sentido es el goce, podemos decir ahora ya que la mística es el goce del sentido, o mejor dicho, el goce de la ausencia del sentido. J. A. Miller dice que la fuga del sentido es un real [4], y, por lo tanto, otra manera de decirlo sería que la mística es el goce de la fuga del sentido. Son los cuarenta años de aridez de Merton, de la misma manera que podemos entenderlo en los siguientes versos de nuestro poeta:
Efímero era, superefímero
aquello que yo renuncié,
pero ni fue por lo no-efímero
¿querés que te sea sincero?
sino que fue por lo que no es.
Pero, pero
prefiero este llorar tu ausencia,
y tu no estar, tu - yo no sé - tu no ser.
Sin ser yo un gran gustador de ausencias
¿querés que te sea sincero?
ninguna presencia es mejor.
Retomando los versos con los que iniciamos este comentario: "... no me des goces./ Amado misterioso que no gozo / ¡Nada quiero sino estar contigo!", es ahí donde justamente se articula el goce místico: el dolor, el sufrimiento devenido de la relación con la fuga del sentido. Los siguientes versos dan testimonio de esa vivencia de separación y ausencia de Ernesto Cardenal:
Un cruel vidrio nos separa.
Infinito abismo entre los dos
y querer abrazarte
Y tal vez abrazarte.
O creer abrazarte.
[...]
Si vos me querés
y te quiero yo
¿qué es pues lo que no nos une
en el Universo?
Como si estuviéramos en universos paralelos.
y más adelante dice:
Parecería ahora que no me quieres.
Peor aún, que ni siquiera existes.
Aunque no existieras yo te quiero
y podría quererte sin que me quieras.
Pero eres, y quiero al que me quiere.
Expresiones que nos vuelven a poner en contacto con esa dimensión de relación con La Cosa en la que el trato tan íntimo que le da el místico coincide con lo más ajeno que hay, su total lejanía y ausencia. La obra mística de Angelus Silesius es una constante sobre esta paradoja de intimidad y lejanía. Así, por ejemplo, lo manifiesta en las siguiente rima espiritual:
¡Oh ser incomparable! Dios está del todo fuera de mí,
y también del todo en mí: todo, allí y todo, aquí. [5]
Y aquí tenemos la versión en lacaniano:
Pues ese Das Ding (La Cosa) está justamente en el centro, en el sentido de que está excluido. Es decir, que en realidad debe ser formulado como exterior, ese Das Ding, ese Otro prehistórico imposible de olvidar [...] ajeno a mí estando empero en mi núcleo... [6]
II. EL AMOR COMO DIRECCIÓN Y DIOS COMO SENTIDO. Goce y amor.
Es necesario ahora precisar que para el místico la dirección de su búsqueda la marca el amor. En Vida en el amor (1970), el poeta empieza con las siguientes palabras:
Todas las cosas se aman. La Naturaleza toda tiende hacia un tú. Todos los seres vivos están en comunión con los otros [...] todos los seres vivos se aman o se comen unos a otros en ese vasto proceso del nacimiento y del crecimiento, de la reproducción y la muerte. En la naturaleza todo es mutación y transformación y cambio de unas cosas con otras, y todo es abrazo, caricia y beso [...]
Las cosas están relacionadas unas con otras y unas están comprendidas en otras y estas otras en otras, de modo que todo el universo es una sola cosa vasta. [7]
El amor es una dirección en tanto en cuanto considera que este amor es una manifestación de Dios en la creación, o como prefiero decir, una manifestación de la ausencia de Dios: "Dios es la patria de todos los hombres. Es la única nostalgia. Desde el fondo de todas las criaturas nos llama Dios, y esa llamada es el encanto de todas las criaturas. Su llamada es escuchada en lo más íntimo de nuestro ser, como la alondra llamando a su compañero en la alborada, o Romeo silbando a Julieta bajo el balcón" [8]. Y así es por ello que el sentido último es la unión con Dios, el reingreso al creador, o para ser más preciso, la dirección es el amor y el sentido es Dios. Es evidente que comparte con Teilhard de Chardin esa visión de que toda la creación, en su evolución, tiende a Dios y, en ambos casos, los descubrimientos científicos se transforman en sí mismos su testimonio. En la misma obra de Vida en el amor el poeta nos lo dice con una claridad meridiana:
Todos estamos en contacto y todos estamos incompletos. Y esta naturaleza que está incompleta esta tendiendo siempre a lo más perfecto. Esta tendencia es la evolución. Y lo más perfecto en la naturaleza es el hombre. Pero el hombre también está incompleto, y también es imperfecto, y también tiende a otro: tiende a Dios [...]
... nosotros no podemos descansar hasta hallar a Dios. Sólo entonces se aquietará en nuestro corazón la gran angustia cósmica, se aquietará este inmenso amor que oprime el pequeño corazón del hombre con toda la fuerza de la gravitación universal: hasta que nosotros encontremos este Tú al que tienden todas las criaturas. [9]
Esta reflexión es importante puesto que nos lleva ahora a tenernos que plantear la relación del goce con el amor. Un detalle importante que encontramos en muchos místicos, y quizá en ninguno de manera tan explícita como en Ernesto Cardenal, es la referencia al amor humano y a la relación sexual para intentar aprehender el amor divino. Las referencias en Telescopio en la noche oscura son abundantes:
Si oyeran lo que te digo a veces
se escandalizarían. Que qué blasfemias.
Pero vos entendés mis razones.
Y además bromeo.
Y son cosas que los que se aman se dicen en la cama.
Sin embargo, hay que referir este lenguaje en relación a su insatisfacción y a su renuncia. Las reflexiones de Lacan en su seminario 7 La ética del psicoanálisis, y posteriormente en el seminario 20 Aún, son fundamentales en el abordaje de la relación del goce con el amor, aunque en este caso habría precisar más y hablar del amor como "amor puro". ¿Cómo concebir ese amor puro? Una vez más los versos del poeta nos dan la respuesta:
El ir amándote mientras viva
sin esperar nada de este amor
igual que si no existieras
y persistir no obstante en el amor
¿no es esto, Amor, amor de veras?
[...]
Duro es,
pero no me quejo del amor incorporal
que me toco en suerte.
Me querías solo para vos.
Y ya más sólo no puede ser.
El amor puro tiene mucho que ver con el amar la ausencia del amado y, por lo tanto, la incorporeidad es esencial para este amor. Es por ello que el místico interrumpe la relación con los objetos de deseo, justamente para interrumpir la relación del cuerpo con la satisfacción:
Le dijeron a Gioconda Belli en aquel bar
que ella podría entrenarme en erotismo
y dijo que me podría entrenar bastante.
Yo callé. Hoy pensé
que hay un erotismo sin los sentidos, para muy pocos,
en el que soy experto.
[...]
Amor, el de los dos, sin sexo
pero es como si fuera sexo.
No fisiológico, ¡Ay!, no corporal
pero del cual es imagen fugaz la cópula.
El místico distingue muy bien la mirada que ve la creación como objeto de amor (manifestación de Dios) de aquella que la mira como objeto de deseo:
El mar, la rosa, la mujer,
toda cosa nos habla de Dios.
Pero la mujer con bikini en el mar
también nos dice que no es Dios.
El goce del místico es así el amor puro entendido éste como la persistencia del amor por el amado ausente, junto a la persistencia en el amor incorpóreo. El amor puro debe mantenerse alejado de las tentaciones del deseo, pues esto es lo que da testimonio de una determinación donde el deseo esta fijado a ese amor como único destino, aunque ese destino sea una ausencia:
Anoche soñé con un coito, un sueño realista,
hiperrealista.
Me martirizarás con la carne
para que te quiera más
más no camalmente.
III. LA POSICIÓN FEMENINA DEL GOCE EN LA EXPERIENCIA MÍSTICA.
Ernesto Cardenal se coloca en lo que Lacan llama una posición femenina ante el goce como goce del Otro, que también es el caso de San Juan de la Cruz (un goce que va más allá del falo), se trata del "goce de un Dios que es el único que goza y que goza de ese exilio del goce al que irremediablemente se ve reducido el místico" [10]. Sin embargo, el goce del místico es, propiamente, su persistencia en nombre del amor, ese estar siempre dispuesto para el reencuentro a pesar de esa fuga, del silencio y del exilio al que parece estar condenado. Y así es que su sufrimiento, su dolor, su desesperación y desolación son su goce, de la misma manera que otra experiencia del goce místico es el goce del cuerpo a través de las mortificaciones y de los martirios (lo que puede considerarse como una versión sadiana de la experiencia mística). También la muerte forma parte del goce místico como la posibilidad final de realización de este amor. La muerte (recordemos los versos de Whitman) como la vía que finalmente permitirá el anhelado reencuentro del amante con su "amado Dios" :
Un día te abrazaré fuera del tiempo
donde todo sucede al mismo tiempo.
Girando, girando sobre su eje,
girando, girando día y noche.
El goce místico de Ernesto Cardenal que ya relacionamos como la posición femenina ante el goce, y que, como en el caso de otros místicos masculinos, le lleva a ponerse en situación de amante en femenino ("He aquí que tu amada está desnuda,/ ¿Se pondrá la túnica otra vez) significa que se relaciona con el goce del Otro como un goce soportado por Dios (esta es la tesis de Lacan en el Seminario 20 Aún [11]), y así se le supone a éste "un lugar", lo que no significa necesariamente ni que "sea" ni que esté "en algún lugar". Es "un lugar" al que el místico accede aunque sea brevemente - cuando Dios quiere -, un lugar que San Juan de la Cruz nos lo define a través de su experiencia y de su sentir:
Entre donde no supe:
y quede no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.
Estaba tan embebido
tan absorto y apenado
que se quedó mi sentido,
de todo sentir privado
y el espíritu dotado,
de un entender no entendiendo,
toda ciencia trascendiendo.
Este "lugar" supuesto que Ernesto Cardenal busca ansiosamente con su telescopio en la noche oscura es lo que el místico siente como la fuga del sentido, o el silencio de Dios. El telescopio es la mirada amorosa con la que se escruta la oscuridad y sobre la que se organiza el goce bajo la forma de un amor puro como persistencia en la espera y en la renuncia, siempre dispuesto y expectante:
Aunque tú no vengas conmigo esta noche
mi alma ha quedado abierta para ti.
Por si vinieras. Si tú no vienes
estará abierta de todas maneras para tí
y nadie más.
O como dice en Vida en el amor:
El alma es pasiva ante Dios y es femenina. El alma no puede tomar la iniciativa. El alma no puede visitar a Dios, pues no sabe como ir a él y donde está, sino porque tiene que esperar que Él la visite, y si Él no llega, ella estará sola. Y es Dios el que entra y sale, el que visita y se va. [12]
IV. LA CERTEZA. MÍSTICA Y COMPROMISO SOCIAL.
Indudablemente la experiencia mística se sostiene sobre un encuentro que transforma a la mística o al místico y sobre cuya certeza no manifiestan duda, aunque, como dice Lacan, "el testimonio esencial de los místicos es justamente decir lo que sienten, pero que no saben nada" [13]. Sin embargo, su certeza es inconmovible. Dice Ernesto Cardenal en la admirable cantiga 42 de Cántico cósmico:
Que viniera
que viniera donde mí y me cogiera.
que viniera.
Yo tuve una cosa con él y no es un concepto.
Su rostro en mi rostro
y ya cada uno no dos
sino un solo rostro.
Cuando exclamé aquella vez
vos sos Dios. [14]
Es evidente que nos hallamos ante un goce distinto del goce fálico y que parece ir más allá del síntoma, en especial cuando hay que destacar que en Ernesto Cardenal, como en otros místicos en distintos niveles (Egide Van Broeckoven, Teresa de Calcuta, Pere Casaldáliga, el mismo Thomas Merton), la experiencia mística ha sostenido también una experiencia más transformadora a nivel social e incluso política, en su caso desde su posición cristiano-marxista dentro de la teología de la liberación. La transformación del ser humano en su dimensión individual y social es responsabilidad sólo del ser humano. En una entrevista realizada por el periódico El País (1-07-2012) a propósito de la entrega del premio Reina Sofía dice:
Ernesto Cardenal es un gran ejemplo de la relación de la mística y la espiritualidad con el compromiso social. En esa misma entrevista le preguntaron acerca de si Poesía, revolución y Dios son lo mismo, a lo que él respondió:
Para mí son los mismo, si. Revolución es lo mismo que predicaba Jesús. Hoy hay teólogos que dicen que el reino de Dios que él predicaba era una expresión semejante al concepto actual de revolución. Una revolución subversiva, que en el caso de Jesús fue lo que le llevó a la muerte. Significaba también un cambio político y social. La juventud de hoy sigue diciendo "otro mundo es posible", y yo también lo creo, como lo creyó Jesús. Es posible, y necesario. Y, como dice el obispo brasileño Casaldáliga, también otra Iglesia es posible. Hasta hay quien dice que otro Dios es posible.
__________________
[1] Cardenal, Ernesto. Telescopio en la noche oscura. Editorial Trotta. Introducción de Luce López-Barat, pág. 19
[2] Miller, Jacques Alain. Lo real y el sentido. Biblioteca de la colección Diva, pág. 15
[3] Ver nota 1, pág. 15
[4] Ver nota 2, pág. 19
[5] Silesius, Angelus. El peregrino querúbico. Editorial Siruela. Libro IV-154
[6] Lacan, Jacques. Seminario 7. La ética del psicoanálisis. Ed. Paidós, pág. 89
[7] Cardenal, Ernesto. Vida en el amor. Editorial Trotta, pág. 19
[8] Ídem anterior, pág. 22
[9] Ídem anterior, pág. 20
[10] Le Brun, Jacques. El amor puro. De Platón a Lacan. Ed. El cuenco de plata, pág. 421
[11] Lacan, Jacques. Seminario 20. Aún. Paidós. Especialmente el capítulo 7. Una Carta de amor.
[12] Ver nota 7, pág. 35
[13] Ver nota 11. En capítulo 6. Dios y el goce de la mujer.
[14] Cardenal, Ernesto. Cántico cósmico. Cantiga 42. Un no se qué que quedan. Ed. Torta, pág. 385
I. SENTIDO, MÍSTICA Y GOCE.
La vida de un monje es un semiéxtasis y cuarenta años de aridez (Thomas Merton)
Para empezar quisiera citar las palabras que dedica en la introducción de Telescopio en la noche oscura Luce López-Barat, cuando alrededor de su título nos dice:
El poeta, versado en astrofísica, superimpone conscientemente el instrumento moderno de exploración astral al antiguo término técnico de la noche de los sentidos, que prestigiaron primero los sufíes musulmanes y luego San Juan de la Cruz. Estamos ante la puesta al día de la prestigiosa simbología mística de antaño. El poeta, no cabe duda, ha acuñado una metáfora novedosa con este telescopio "a lo divino", que viene a representar aquel ápice u hondón del alma u ojo de luz con el que los antiguos contemplativos aludían a esa indecible capacidad cognoscitiva del místico que opera en niveles alterados de conciencia. [1]
Este telescopio, que quiere enfocarse en la noche en busca de la luz de "lo divino", hay que enmarcarlo dentro de la tradición que define la "noche oscura" como la crisis espiritual que sigue a un encuentro profundo con Dios, a la soledad y la desolación, la aridez y desesperación que sigue con su posterior silencio y ausencia y que tanto atormenta al místico. En relación a esto, hace ya tiempo, leyendo un librito que extrae algunas lecciones de uno de los seminarios de Jacques Allain Miller, irrumpió una frase que me dio que pensar acerca de la experiencia mística: el sentido del sentido es el goce [2]. Es decir, y para simplificar: el sentido del sentido es la fusión, el reingreso al origen, el retorno al Todo, al Uno o a la Unidad, por mostrar algunas expresiones que la caracterizan, es decir, la completud. La experiencia mística, tal y como San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús, o Hadewijch de Amberes o Hildegarde Von Bingen nos mostraron (por citar místicos y místicas que han suscitado mi interés), o como más recientemente Teilhard de Chardin o Thomas Merton, tiene mucho que ver con este retorno como un retorno a Dios a través del amor. Ernesto Cardenal lo expresa con una claridad prístina cuando escribe estos versos:
así triunfal tu también entraste de pronto dentro de
mí
y mi almita indefensa queriendo tapar sus vergüenzas.
Fue casi violación,
pero consentida,
no podía ser de otro modo,
y aquella invasión del placer
hasta casi morir
y decir: ya no más
que me matas.
Tanto placer que produce tanto dolor.
Como una especie de penetración.
Este "placer hasta casi morir" o ese "placer que produce tanto dolor" es el indicador de que se ha cruzado un umbral, o como se diría en lacaniano, que se ha accedido al umbral de "La Cosa" y lo que ello conlleva como disgregación o disolución de la identidad. Ese estremecimiento (ya no más que me matas) es la invasión del goce sobre el cuerpo, algo que llevó a Lacan a concebirlo incluso como una sustancia en sí mismo. Y, para seguir entendiéndonos, "La Cosa" se relaciona con el retorno a lo maternal, algo que Walt Whitman intuye con claridad y que, no en vano, lo relaciona con la muerte y la maternidad:
A tu portal, vengo, muerte,
quiero penetrar en sus dominios soberanos, oscuros, ilimitados,
llegar a los recuerdos de mi madre, a la identidad divina, a la
maternidad...
Quédeme, y olvideme,
el rostro decliné sobre el Amado,
cesó todo, y déjeme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
Recordemos que las azucenas son símbolo del abandono en Dios y también de la virginidad.
El ya no más que me matas de Cardenal es el horizonte singular que parece indicarnos que ese anhelo de fusión o anhelo del goce es un placer mortífero que halla su resolución efectivamente en la muerte, tal y como nos indica Whitman o como nos sugiere el estado descrito por San Juan de la Cruz. Es por ello también que el goce esta íntimamente relacionado con la pulsión de muerte.
La vergonzosa recriminación de Juan Pablo II a Ernesto Cardenal en Nicaragua. |
Tampoco son difíciles de advertir los velados sobretonos eróticos de la imagen fálica de un telescopio que penetra en la oquedad femenina de un firmamento oscurecido. [3]
De la misma manera que fue "violado", la ausencia prolongada le hace sentirse ahora abandonado (recordemos el "Padre porque me has abandonado" de Jesucristo en la cruz). Presa entonces de la soledad y la desesperación, encara su telescopio buscando en el anhelado reencuentro esa experiencia definida como profundamente amorosa, a la vez que extremadamente breve. Escribe Ernesto:
Mi felicidad fue poca. La soledad es total.
Yo quien un día fui tan romántico enamorado:
abrazar sin brazos, amar sin emociones.
Dulce sería llorar pero es retórico.
Tal vez te gustó lo romántico y enamorado.
De entre cien mil me escogiste.
Atrás quedaron los epigramas y las muchachas.
Yo he sido capado,
no en las cárceles de Somoza,
sino por el Reino (Mt, 19, 12)
Volviendo a la frase de Miller, el sentido del sentido es el goce, podemos decir ahora ya que la mística es el goce del sentido, o mejor dicho, el goce de la ausencia del sentido. J. A. Miller dice que la fuga del sentido es un real [4], y, por lo tanto, otra manera de decirlo sería que la mística es el goce de la fuga del sentido. Son los cuarenta años de aridez de Merton, de la misma manera que podemos entenderlo en los siguientes versos de nuestro poeta:
Efímero era, superefímero
aquello que yo renuncié,
pero ni fue por lo no-efímero
¿querés que te sea sincero?
sino que fue por lo que no es.
Pero, pero
prefiero este llorar tu ausencia,
y tu no estar, tu - yo no sé - tu no ser.
Sin ser yo un gran gustador de ausencias
¿querés que te sea sincero?
ninguna presencia es mejor.
Retomando los versos con los que iniciamos este comentario: "... no me des goces./ Amado misterioso que no gozo / ¡Nada quiero sino estar contigo!", es ahí donde justamente se articula el goce místico: el dolor, el sufrimiento devenido de la relación con la fuga del sentido. Los siguientes versos dan testimonio de esa vivencia de separación y ausencia de Ernesto Cardenal:
Un cruel vidrio nos separa.
Infinito abismo entre los dos
y querer abrazarte
Y tal vez abrazarte.
O creer abrazarte.
[...]
Si vos me querés
y te quiero yo
¿qué es pues lo que no nos une
en el Universo?
Como si estuviéramos en universos paralelos.
y más adelante dice:
Parecería ahora que no me quieres.
Peor aún, que ni siquiera existes.
Aunque no existieras yo te quiero
y podría quererte sin que me quieras.
Pero eres, y quiero al que me quiere.
Expresiones que nos vuelven a poner en contacto con esa dimensión de relación con La Cosa en la que el trato tan íntimo que le da el místico coincide con lo más ajeno que hay, su total lejanía y ausencia. La obra mística de Angelus Silesius es una constante sobre esta paradoja de intimidad y lejanía. Así, por ejemplo, lo manifiesta en las siguiente rima espiritual:
¡Oh ser incomparable! Dios está del todo fuera de mí,
y también del todo en mí: todo, allí y todo, aquí. [5]
Y aquí tenemos la versión en lacaniano:
Pues ese Das Ding (La Cosa) está justamente en el centro, en el sentido de que está excluido. Es decir, que en realidad debe ser formulado como exterior, ese Das Ding, ese Otro prehistórico imposible de olvidar [...] ajeno a mí estando empero en mi núcleo... [6]
II. EL AMOR COMO DIRECCIÓN Y DIOS COMO SENTIDO. Goce y amor.
Ernesto Cardenal con Eduardo Galeano y Julio Cortázar. |
Todas las cosas se aman. La Naturaleza toda tiende hacia un tú. Todos los seres vivos están en comunión con los otros [...] todos los seres vivos se aman o se comen unos a otros en ese vasto proceso del nacimiento y del crecimiento, de la reproducción y la muerte. En la naturaleza todo es mutación y transformación y cambio de unas cosas con otras, y todo es abrazo, caricia y beso [...]
Las cosas están relacionadas unas con otras y unas están comprendidas en otras y estas otras en otras, de modo que todo el universo es una sola cosa vasta. [7]
El amor es una dirección en tanto en cuanto considera que este amor es una manifestación de Dios en la creación, o como prefiero decir, una manifestación de la ausencia de Dios: "Dios es la patria de todos los hombres. Es la única nostalgia. Desde el fondo de todas las criaturas nos llama Dios, y esa llamada es el encanto de todas las criaturas. Su llamada es escuchada en lo más íntimo de nuestro ser, como la alondra llamando a su compañero en la alborada, o Romeo silbando a Julieta bajo el balcón" [8]. Y así es por ello que el sentido último es la unión con Dios, el reingreso al creador, o para ser más preciso, la dirección es el amor y el sentido es Dios. Es evidente que comparte con Teilhard de Chardin esa visión de que toda la creación, en su evolución, tiende a Dios y, en ambos casos, los descubrimientos científicos se transforman en sí mismos su testimonio. En la misma obra de Vida en el amor el poeta nos lo dice con una claridad meridiana:
Todos estamos en contacto y todos estamos incompletos. Y esta naturaleza que está incompleta esta tendiendo siempre a lo más perfecto. Esta tendencia es la evolución. Y lo más perfecto en la naturaleza es el hombre. Pero el hombre también está incompleto, y también es imperfecto, y también tiende a otro: tiende a Dios [...]
... nosotros no podemos descansar hasta hallar a Dios. Sólo entonces se aquietará en nuestro corazón la gran angustia cósmica, se aquietará este inmenso amor que oprime el pequeño corazón del hombre con toda la fuerza de la gravitación universal: hasta que nosotros encontremos este Tú al que tienden todas las criaturas. [9]
Esta reflexión es importante puesto que nos lleva ahora a tenernos que plantear la relación del goce con el amor. Un detalle importante que encontramos en muchos místicos, y quizá en ninguno de manera tan explícita como en Ernesto Cardenal, es la referencia al amor humano y a la relación sexual para intentar aprehender el amor divino. Las referencias en Telescopio en la noche oscura son abundantes:
Si oyeran lo que te digo a veces
se escandalizarían. Que qué blasfemias.
Pero vos entendés mis razones.
Y además bromeo.
Y son cosas que los que se aman se dicen en la cama.
Sin embargo, hay que referir este lenguaje en relación a su insatisfacción y a su renuncia. Las reflexiones de Lacan en su seminario 7 La ética del psicoanálisis, y posteriormente en el seminario 20 Aún, son fundamentales en el abordaje de la relación del goce con el amor, aunque en este caso habría precisar más y hablar del amor como "amor puro". ¿Cómo concebir ese amor puro? Una vez más los versos del poeta nos dan la respuesta:
El ir amándote mientras viva
sin esperar nada de este amor
igual que si no existieras
y persistir no obstante en el amor
¿no es esto, Amor, amor de veras?
[...]
Duro es,
pero no me quejo del amor incorporal
que me toco en suerte.
Me querías solo para vos.
Y ya más sólo no puede ser.
El amor puro tiene mucho que ver con el amar la ausencia del amado y, por lo tanto, la incorporeidad es esencial para este amor. Es por ello que el místico interrumpe la relación con los objetos de deseo, justamente para interrumpir la relación del cuerpo con la satisfacción:
Le dijeron a Gioconda Belli en aquel bar
que ella podría entrenarme en erotismo
y dijo que me podría entrenar bastante.
Yo callé. Hoy pensé
que hay un erotismo sin los sentidos, para muy pocos,
en el que soy experto.
[...]
Amor, el de los dos, sin sexo
pero es como si fuera sexo.
No fisiológico, ¡Ay!, no corporal
pero del cual es imagen fugaz la cópula.
El místico distingue muy bien la mirada que ve la creación como objeto de amor (manifestación de Dios) de aquella que la mira como objeto de deseo:
El mar, la rosa, la mujer,
toda cosa nos habla de Dios.
Pero la mujer con bikini en el mar
también nos dice que no es Dios.
El goce del místico es así el amor puro entendido éste como la persistencia del amor por el amado ausente, junto a la persistencia en el amor incorpóreo. El amor puro debe mantenerse alejado de las tentaciones del deseo, pues esto es lo que da testimonio de una determinación donde el deseo esta fijado a ese amor como único destino, aunque ese destino sea una ausencia:
Anoche soñé con un coito, un sueño realista,
hiperrealista.
Me martirizarás con la carne
para que te quiera más
más no camalmente.
III. LA POSICIÓN FEMENINA DEL GOCE EN LA EXPERIENCIA MÍSTICA.
Ernesto Cardenal (detrás Daniel Ortega) representante de la revolución sandinista. |
Un día te abrazaré fuera del tiempo
donde todo sucede al mismo tiempo.
Girando, girando sobre su eje,
girando, girando día y noche.
El goce místico de Ernesto Cardenal que ya relacionamos como la posición femenina ante el goce, y que, como en el caso de otros místicos masculinos, le lleva a ponerse en situación de amante en femenino ("He aquí que tu amada está desnuda,/ ¿Se pondrá la túnica otra vez) significa que se relaciona con el goce del Otro como un goce soportado por Dios (esta es la tesis de Lacan en el Seminario 20 Aún [11]), y así se le supone a éste "un lugar", lo que no significa necesariamente ni que "sea" ni que esté "en algún lugar". Es "un lugar" al que el místico accede aunque sea brevemente - cuando Dios quiere -, un lugar que San Juan de la Cruz nos lo define a través de su experiencia y de su sentir:
Entre donde no supe:
y quede no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.
Estaba tan embebido
tan absorto y apenado
que se quedó mi sentido,
de todo sentir privado
y el espíritu dotado,
de un entender no entendiendo,
toda ciencia trascendiendo.
Este "lugar" supuesto que Ernesto Cardenal busca ansiosamente con su telescopio en la noche oscura es lo que el místico siente como la fuga del sentido, o el silencio de Dios. El telescopio es la mirada amorosa con la que se escruta la oscuridad y sobre la que se organiza el goce bajo la forma de un amor puro como persistencia en la espera y en la renuncia, siempre dispuesto y expectante:
Aunque tú no vengas conmigo esta noche
mi alma ha quedado abierta para ti.
Por si vinieras. Si tú no vienes
estará abierta de todas maneras para tí
y nadie más.
O como dice en Vida en el amor:
El alma es pasiva ante Dios y es femenina. El alma no puede tomar la iniciativa. El alma no puede visitar a Dios, pues no sabe como ir a él y donde está, sino porque tiene que esperar que Él la visite, y si Él no llega, ella estará sola. Y es Dios el que entra y sale, el que visita y se va. [12]
IV. LA CERTEZA. MÍSTICA Y COMPROMISO SOCIAL.
Que viniera
que viniera donde mí y me cogiera.
que viniera.
Yo tuve una cosa con él y no es un concepto.
Su rostro en mi rostro
y ya cada uno no dos
sino un solo rostro.
Cuando exclamé aquella vez
vos sos Dios. [14]
Es evidente que nos hallamos ante un goce distinto del goce fálico y que parece ir más allá del síntoma, en especial cuando hay que destacar que en Ernesto Cardenal, como en otros místicos en distintos niveles (Egide Van Broeckoven, Teresa de Calcuta, Pere Casaldáliga, el mismo Thomas Merton), la experiencia mística ha sostenido también una experiencia más transformadora a nivel social e incluso política, en su caso desde su posición cristiano-marxista dentro de la teología de la liberación. La transformación del ser humano en su dimensión individual y social es responsabilidad sólo del ser humano. En una entrevista realizada por el periódico El País (1-07-2012) a propósito de la entrega del premio Reina Sofía dice:
¡Porque hace tiempo que
Dios renuncio a ser Dios! Se apartó y nos dejó para que hiciéramos el cambio
solos. Nos dejó en libertad y desapareció. Eso explica el Holocausto y las
demás aberraciones de la creación del ser humano.
Ernesto Cardenal es un gran ejemplo de la relación de la mística y la espiritualidad con el compromiso social. En esa misma entrevista le preguntaron acerca de si Poesía, revolución y Dios son lo mismo, a lo que él respondió:
Para mí son los mismo, si. Revolución es lo mismo que predicaba Jesús. Hoy hay teólogos que dicen que el reino de Dios que él predicaba era una expresión semejante al concepto actual de revolución. Una revolución subversiva, que en el caso de Jesús fue lo que le llevó a la muerte. Significaba también un cambio político y social. La juventud de hoy sigue diciendo "otro mundo es posible", y yo también lo creo, como lo creyó Jesús. Es posible, y necesario. Y, como dice el obispo brasileño Casaldáliga, también otra Iglesia es posible. Hasta hay quien dice que otro Dios es posible.
__________________
[1] Cardenal, Ernesto. Telescopio en la noche oscura. Editorial Trotta. Introducción de Luce López-Barat, pág. 19
[2] Miller, Jacques Alain. Lo real y el sentido. Biblioteca de la colección Diva, pág. 15
[3] Ver nota 1, pág. 15
[4] Ver nota 2, pág. 19
[5] Silesius, Angelus. El peregrino querúbico. Editorial Siruela. Libro IV-154
[6] Lacan, Jacques. Seminario 7. La ética del psicoanálisis. Ed. Paidós, pág. 89
[7] Cardenal, Ernesto. Vida en el amor. Editorial Trotta, pág. 19
[8] Ídem anterior, pág. 22
[9] Ídem anterior, pág. 20
[10] Le Brun, Jacques. El amor puro. De Platón a Lacan. Ed. El cuenco de plata, pág. 421
[11] Lacan, Jacques. Seminario 20. Aún. Paidós. Especialmente el capítulo 7. Una Carta de amor.
[12] Ver nota 7, pág. 35
[13] Ver nota 11. En capítulo 6. Dios y el goce de la mujer.
[14] Cardenal, Ernesto. Cántico cósmico. Cantiga 42. Un no se qué que quedan. Ed. Torta, pág. 385
gracias porque leyendo esto pude expresarme a mí misma lo que experimenté y no sabía cómo expresar. La experiencia mística es tan inasible que estoy feliz de haber podido leer lo que no podía explicar, lo que no sabía cómo decir con mis palabras. gracias
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