martes, 10 de diciembre de 2019

GLENN GOULD Y DAVID FRAY: ABANDONO Y ÉXTASIS EN LA INTERPRETACIÓN DE BACH


El segundo movimiento del concierto número 5 para clave y orquesta de Johann Sebastian Bach es una pieza de una gran belleza, y aun mayor delicadeza. En ella parece expresarse, como ya introduje en otra entrada de este blog "la delicadeza en ese 'paso a paso' que implica abrirse a la vida desde la conciencia de la vulnerabilidad y la fragilidad al asumir hacerse simple criatura, el hacerse pequeño frente a la grandeza de la existencia." (Pulsar AQUÍ para ver entrada). En esta ocasión, quiero centrarme en la interpretación de esta pieza por parte de dos pianista fascinados por la obra de Bach, compartiendo ambos, a su vez, interpretaciones siempre muy expresivas. Me refiero a un clásico como el canadiense Glenn Gould (1932-1982) y a uno de los grandes pianista actuales, el francés David Fray (1981). Para una buena comprensión de este comentario considero importante ver y escuchar las dos versiones en la que ambos pianistas interpretan esta pieza. Se ha hablado del parecido de ambos pianistas en cuanto a la expresividad de sus interpretaciones. No obstante, y en lo que hace referencia a la interpretación de esta pieza, presentan aproximaciones claramente diferentes. Antes de entrar en cada una de ellas, si me gustaría indicar una diferencia musical que observamos entre las dos, y que hace referencia al tempo que utilizan los dos pianistas para su ejecución. Gould utiliza un tempo más lento (aprox. 3'25") que Fray (aprox. 3'05", y la más común), lo cual ya es significativo en relación a la aproximación con la que ambos pianistas abordan esta pieza.

I. INTERPRETACIÓN DE GLENN GOULD (13-10-1957)



La lentitud que impone Glenn Gould al movimiento de Bach le confiere un aire más recogido. Su interpretación, con su característica expresividad, nos recuerda el movimiento rítmico con el que se acompaña a los bebés cuando se les canta una canción de cuna. Encuentro entre continente y contenido, Glenn Gould realiza durante casi toda su interpretación un movimiento circular con su cuerpo, como si el mismo se meciera abandonándose como contenido a la música del movimiento como continente. Si seguimos también la expresión de su rostro, este manifiesta la extrema delicadeza con la que una madre sostiene a su bebé, su sensibilidad y atención a su extrema vulnerabilidad, así como un éxtasis contenido dentro de la comunión en que ambos se encuentran. Los lentos y sinuosos movimientos de sus manos, la caricia sobre las teclas del piano - se diría que toca casi sin tocarlas - nos recuerdan las tiernas caricias, casi imperceptibles, con la que acompaña la madre su canto mientras la frágil criatura se abandona al reposo entre sus brazos.

¿Por qué abandono? Es interesante, como en tantas cosas, referirse a los orígenes, en este caso a la etimología de esta palabra. Su origen está en el francés abandoner que, a su vez, proviene de la expresión "laisser à bandon", es decir, dejar en poder de alguien, es decir, que abandonarse, etimologicamente, es dejarse en poder de alguien. Por lo tanto, en sus orígenes, abandono es el acto voluntario de dejamiento para dejarse sostener en algo o a alguien. En la interpretación de Gould podemos observar algunas características del abandono místico, es decir, del abandonarse al amor divino, en la que destaca esa especial profundidad del sentimiento materno en los que la incondicionalidad, la compasión y la ternura acompañan el abandono del místico en ese amor divino.

La interpretación de Gould de esta pieza nos recuerda la visión que Schopenhauer tenía del compositor, del que escribió:  "El compositor revela la naturaleza más recóndita del mundo, y expresa la sabiduría más profunda, en un lenguaje que su capacidad de raciocinio no alcanza a comprender." Es en este sentido que cabe contemplar esa interpretación, la del encuentro entre interprete y compositor en la música para alcanzar "una sabiduría más profunda" que tiene que ver con "la naturaleza más recóndita del mundo", quizá con ese sentimiento materno, de continente y contenido, de remanso donde el tiempo y el espacio se detienen para alcanzar lo eterno.

II. INTERPRETACIÓN DE DAVID FRAY (2008)




Cincuenta años después de la interpretación de Gould, otro joven pianista francés (veintiocho años) se proponía grabar los cinco conciertos para clave y orquesta de Bach. Una proceso de elaboración y grabación que se plasmó en el documental "Swing, Sing & Think - David Fray records J.S. Bach". Hay un momento en este documental en la que, hablando de la relación entre el solista y la orquesta, David Fray comenta en relación a esta pieza: "Parece como si Bach nos dijera: necesito más espacio para poder abrir mi corazón". Y, efectivamente, su interpretación tiene mucho que ver con ese tema: la apertura del corazón a lo más grande y el estremecimiento ante esta presencia. A diferencia del movimiento rítmico, circular, acunado de Gould, Fray se contorsiona entre esta abertura que le expande y el estremecimiento que le contrae. El tempo ligeramente más rápido con el que Fray interpreta la pieza favorece su dimensión más extática. Efectivamente, cuando contemplamos la expresividad de su rostro, Fray nos recuerda los arrebatamientos o arrobamientos de los místicos, el goce en el que el placer y el dolor se unen (para comprender más a fondo el concepto de goce  pulsar AQUÍ para ver la entrada dedicada a Ernesto Cardenal)

Extasis, característica de la interpretación de Fray, procede etimológicamente del griego ékstasi (έκσταση) , compuesta del prefijo ek (έκ-) de, desde, de un interior a un exterior -, la raiz sta (στα-) - ponerse en pie, colocarse, emplazarse - y el sufijo de acción sis (ση). Es decir, salir de dentro a fuera para colocarse. En términos místicos sale el alma del cuerpo para para emplazarse con y en el espíritu de dios. En la interpretación de Fray nos encontramos con este pasaje del alma - la abertura del corazón -, el tránsito de abandonar el yo para dirigirse el alma hacia el espíritu con todo el sentimiento de exaltación y extremecimiento que este tránsito implica.

Efectivamente, eso es lo que podemos captar en la interpretación de Fray esta elevación del alma que se expande por la abertura del corazón más allá de los los límites del yo y que se manifiesta como el éxtasis del tránsito.

III. UNA VISIÓN CONJUNTA.

Para verlo desde una cierta perspectiva, la interpretación de Fray se corresponde con la primera parte de la primera y conocida poesía de las Canciones del Alma de San Juan de la Cruz, cuyos versos dicen:

En una noche oscura
con ansias en amores inflamada
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada,


a oscuras y segura
por la secreta escala disfrazada,
¡oh dichosa ventura!
a oscuras y en celada
estando ya mi casa sosegada.


En la noche dichosa
en secreto que nadie me veía
ni yo miraba cosa
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.


Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía
en sitio donde nadie aparecía.

Observemos con claridad el tránsito que va desde "la casa sosegada por la secreta escala disfrazada sin otra luz y guía que la que en el corazón ardía adonde me esperaba quien yo bien me sabía". Ese es el éxtasis del alma, la abertura del corazón, dirección a Dios.

La interpretación de Gould se corresponde más con la segunda parte del poema. Veamos:

¡Oh noche, que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!


En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba
allí quedó dormido
y yo le regalaba
y el ventalle de cedros aire daba.


El aire de la almena
cuando yo sus cabellos esparcía
con su mano serena
y en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.


Quedéme y olvidéme
el rostro recliné sobre el amado;
cesó todo, y dejéme
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.


En estos versos queda más reflejado el abandono, "el dejarse en", "el amante entregado al amado en amado transformada, allí quedo dormido, los sentidos suspendidos, quedéme y olvidéme el rostro reclinado". 

Dos grandes intérpretes para una pieza sutil, delicada, de una gran belleza y profundidad.



domingo, 9 de junio de 2019

FRANZ JOSEPH HAYDN: Sobre el preludio y recitativo inicial del oratorio de "La Creación".

Franz Joseph Haydn.
Me gustaría empezar esta reflexión sobre la etimología de la palabra religión. A mi siempre me ha gustado aquella que la deriva de "religare", palabra latina compuesta del sufijo intensivo "re" y de la palabra "ligare", que significa ligar, amarrar. Religión, como "religare", querría decir atar o amarrar con intensidad. Yo creo que esta aproximación tiene mucho sentido, sobretodo porque religar significa que debemos unir algo que se ha separado, que se ha desatado, o bien que debemos ligar aún más fuerte algo que ya estaba ligado. De hecho, el diccionario de la lengua lo define como: volver a ligar, o bien, ligar aún más estrechamente. Y es en ese sentido que, paradójicamente, la consciencia nos separa del todo. La conciencia se crea partiendo de una distancia, una distancia que, al decir de Lacan, genera también una discordia. La conciencia, poco a poco, nos ha hecho observadores, y la observación ya conlleva un cierto distanciamiento de lo observado. Y de esa observación han surgido las grandes preguntas existenciales sobre el sentido de lo existente. La religión surgía como algo que pretendía religar estas distancias dando respuestas, ya sea a través de sus mitologías y rituales, ya de sus textos. Respuestas a hechos tan terribles como la muerte, la enfermedad y el sufrimiento, así como a los propios orígenes de todo. Intentaban responder el misterio de la existencia.



Una de las manifestaciones de la conciencia que siempre me ha atraído es el arte. El Arte como una manera de aproximarse al misterio ... Un lenguaje que se halla más allá de la religión, la filosofía y la ciencia, el arte como un vehículo que también intenta re-ligar el ser humano con el MISTERIO. A través de él se nos manifiesta todo el espectro que va desde la consciencia como discordia a la consciencia como concordia. Es desde esta perspectiva que os propogo escuchar el preludio musical de este magno oratorio "La representación del caos" (ver más abajo), así como el recitativo y el coro que le siguen, y que nos narra la creación de la luz por parte de dios. Más allá de su inspiración con los hechos que nos relata el Génesis, así como en el poema "El paraíso perdido" de Milton, me parece importante lo que transmite la música y el canto en sí mismos. La representación del caos se nos presenta con una utilización revolucionaria - en aquellos tiempos - de las disonancias, las sincopas y los cromatismos que dan una fuerte sensación de confusión y caos previos a la creación, es decir, previo al BIG BANG, de lo incognoscible que debía suceder en el interior de aquel punto infinitesimal con el que todo empezó, un punto infinitesimal que era un centro y un todo indiferenciado. Como ya muchas antiguas mitologías nos decían, el centro (representado por montañas sagradas, templos, ciudades) era el lugar donde se encontraban las tres grandes regiones: el cielo, la tierra y el infierno. En el recitativo que sigue al preludio, cantado por la voz grave del bajo, representante del Angel Rafael, se nos dice:

                                                         Al principio creó Dios el cielo y la tierra,
                                                         pero la tierra estaba informe y vacía,
                                                         y las tinieblas cubrían la superficie del abismo.

O sea, en este centro ya convivían los tres mundos: cielo, tierra y tinieblas. Convivían mezclados y lo informe dominaba.

El momento esplendoroso llega al terminar el preludio, con la entrada del coro, donde las voces lentas, casi como un susurro, como la música que las acompaña, nos describen, tal como lo hace el Génesis, la presencia de Dios en este momento previo al estallido de luz:

                                                         Y el espíritu de Dios se movía sobre la superficie
                                                         del agua; y Dios dijo:

Lentos, el coro y la música siguen murmurando las palabras creadoras de Dios:

                                                         Hágase la luz! (Se Werde Licht!)
                                                         Y fue la luz. (Un der was Licht!)

Y, de repente, al pronunciar la última palabra ... LICHT! (LUZ!), la orquesta estalla de manera atronadora de tal manera que se siente y se nota que la luz se hace, que se hace un estallido. La luz acompañada de un largo y ensordecedor trueno ... EL BIG BANG.

Cuando escucho este pasaje me parece escuchar el misterio que dio inicio con el estallido del BIG BANG, el estallido que dio inicio al tiempo y al espacio, o si se prefiere, al espacio-tiempo, y que dentro de los fenómenos que sucedieron, suceden y sucederán, llegó también con la aparición de la vida, y luego con el de la conciencia (aquí es inevitable recordar el inicio del poema sinfónico de Richard Strauss, Así habló Zaratustra, cuando el pre-homínido de 2001 descubre el poder destructor de un hueso golpeando violentamente los restos de un esqueleto, dando así inicio a la historia de la conciencia, ese otro gran estallido dentro de este Universo).

Imagen relacionada
Estela de Akhenaton, Nefertiti y sus hijos bajo los rayos de Aton.

Esta misma conciencia es la que permitió a Haydn crear un oratorio como este y, especialmente su preludio y el recitativo y coro con el que da inicio la creación. Una conciencia capaz de estremecerse ante el hecho de la creación, ante este momento con el que todo comenzó, consiguiendo expresarlo con una belleza y una intensidad sobrecogedora, una consciencia donde el observador y lo observado se unen, se re-ligan. 

La fascinación de la luz erigiéndose sobre las tinieblas iluminándolas siempre ha atraído al ser humano. La imagen del Sol elevándose sobre el horizonte siempre nos asombra en este sentido, una imagen que ya poetizó el faraón hereje Akhenaton (Amenofis IV) quien estableció un único culto en un Egipto de numerosas divinidades, el culto a Atón, dios solar, a quien canta en un su Gran Himno:

                                                    Cuando apunta el día al horizonte oriental,
                                                    llenas todas las regiones con tu perfección.
                                                    Eres bello, grande y brillante.
                                                    Te elevas por encima de todas las tierras.
                                                    Tus rayos abastan las regiones
                                                    hasta el límite de todo lo que has creado.


Tres mil trecientos años después, Pierre Teilhard de Chardin, sacerdote jesuita, científico y místico, escribía en el desierto de Ordos, en la Mongolia interior, las siguientes palabras (La Misa sobre el mundo - 1923 -):

El sol acaba de iluminar, allá lejos, la franja extrema del horizonte. Una vez más la superficie viviente de la tierra, se derspierta, se estremece y vuelve a iniciar su tremendo trabajo bajo la capa móvil de sus fuegos.

Esa fascinación casi numinosa ante nuestra estrella es un reflejo que transmite la fuerza de esta nota sostenida que hace estallar la orquesta transmite, y que más allá del dios bíblico, nos une a la profundidad del misterio de la existencia, el punto en el que comienzan los pasos que lo acompañan: el que va del caos al cosmos, de lo inanimado a lo animado, de lo animado a lo animado consciente, de lo consciente a... 


Imagen relacionada
Obertura de "La creación".


PARTE 1RA DE LA CREACIÓN. 
EL PRELUDIO MÁS EL RECITATIVO Y CORO
ESTÁN EN LOS PRIMEROS 12 MINUTOS.