Uno de los primeros grabados que me llamó la atención de Escher es Limit Circle VI (1960), una compleja obra que representa una de esas imágenes teseladas tan relacionadas con la psicología de la Gestalt y la psicoterapia gestáltica.
Por otro lado, la obra nos muestra algo aún más interesante: aquello que podríamos llamar la densificación de la tensión de los polos en el límite de la circunferencia. Es decir, cuanto más se aproxima al límite, más se tensa el circuito, lo que, en el plano psíquico, podemos interpretar como que cuanto más se rigidifican esos polos, más fuerte es la tensión existente entre ellos.
Otro grabado que atrajo rápidamente mi atención fue Mano con esfera reflectante (1935), un autorretrato del artista sobre una bola reflectante, generalmente de acero pulido o de vidrio azogado. Entre los varios simbolismos del espejo y su reflejo está el de representar una dimensión que va más allá de aquello que en él se refleja. El espejo nos interroga y nos invita a reflexionar sobre qué dice su reflejo.
Un aspecto particular de esta bola reflectante es que, por su condición esférica, el reflejo no es plano, sino el propio de un espejo convexo o divergente, más comúnmente conocido como “ojo de pez”. Es decir, comprime, como puede verse en el grabado, casi todo el entorno —las cuatro paredes, el techo, el suelo y su contenido— dentro del disco de la esfera.
Si tomamos las metáforas psicológicas que he propuesto, la pregunta que se plantea es: ¿quién me mira?
Si hablamos del estadio del espejo de Lacan, podríamos decir que me mira una imagen ideal que me escruta, vigilante, para determinar si me asemejo a ella. Una mirada que interroga: ¿estás a mi altura? Una mirada que evalúa y pondera a aquel que en ella se refleja.
O también podría ser aquella de la célebre frase de Lacan, “yo es otro” —que tomó prestada de Rimbaud—. Es decir, ¿mi reflejo me refleja a mí o a una ilusión de mí? ¿No es, en realidad, el yo una ilusión que se construye a través del Otro (es decir, el orden simbólico, la cultura, la ley)? ¿Y el mundo que me rodea, es aquel que he elegido yo o el que he asumido construir para encajar en él, para pertenecer?
¿Y no son acaso los sueños un reflejo de otro yo, un otro interno que nos habita? ¿Un otro que mi yo se niega a reconocer o que lo observa de soslayo? ¿Una otredad que nos habita? Su mirada, que se manifiesta a través de los sueños, pretende perturbarnos, conmovernos, incomodarnos, violentarnos con su propuesta de despertar de la ilusión de creer aquello que me cuento cuando digo “yo soy”.
Al mirarlo en el espejo de los sueños, surge la angustia de descubrir que mi yo no es mi yo, que es otro y que, sin embargo, parecen el mismo...
Sin embargo, quizá las obras más llamativas de Escher son aquellas que se basan en las llamadas figuras imposibles: representaciones de objetos tridimensionales sobre un plano bidimensional que generan una contradicción visual, en la que objetos que parecen estar en primer plano también lo parecen en segundo, o que generan una circularidad imposible. Escher utiliza varias de ellas en sus obras. Veamos:
3.1. Ascendiendo y descendiendo: la escalera de Penrose y el síntoma.
Una de mis obras favoritas de Escher es Ascending and descending (1960), basada en la conocida escalera de Penrose —una ilusión óptica creada por los matemáticos Lionel y Roger Penrose en 1958—, una escalera que da la impresión de estar siempre subiendo o bajando en un circuito cerrado.
El síntoma, en sus distintas manifestaciones, es el producto del colapso de la arquitectura defensiva del carácter debido a la discrepancia entre el núcleo identitario y la imagen compensatoria, provocada por un conflicto interno irresuelto de naturaleza psicoafectiva, que tiene su réplica en el mundo externo. Entre ellos nos encontramos con la angustia, los ataques de pánico, la ansiedad generalizada, las fobias, los trastornos obsesivos-compulsivos, la hipocondría, la depresión, etcétera. Un síntoma se caracteriza por dos factores: la circularidad y el apartamiento.
- Síntoma y circularidad. El síntoma se establece como un bucle en la medida en que el individuo da vueltas alrededor de sus características, transformándolo prácticamente en el centro de su vida, como en el grabado, donde la procesión de figuras sube y baja sin cesar, atrapadas en el bucle de una escalera imposible.
La densidad de esta imagen la describe el propio Escher en una carta a un amigo:
Esa escalera es más bien triste, un tema pesimista, al tiempo que muy profundo y triste […] Sí, sí, subimos y subimos, imaginándonos que estamos ascendiendo; cada paso es cerca de 10 pulgadas más arriba, terriblemente cansado —y ¿a dónde nos lleva todo esto? A ninguna parte. [1]
- Síntoma y apartamiento. El síntoma, como consecuencia de la repetición y esa circularidad, deriva en desconexión de sí mismo y del otro. Incluye con frecuencia pobreza relacional, pérdida de deseo, autopercepción de vacío o pobreza interna y una sensación de desenergetización. Esta sensación también nos la transmite otro fragmento de la obra de Escher Belvedere (1958), en la que vemos a un hombre ensimismado contemplando el cubo de Necker —ilusión óptica creada en 1832 por el cristalógrafo Louis Albert Necker—, junto a otro más atrás encerrado y desesperado tras unas rejas, como son los bucles que constituyen los síntomas.
Figura 4. El cubo de Necker y fragmento de Belvedere (1958)
Recuerdan estas imágenes el apartamiento que sufre la persona aquejada de un trastorno obsesivo-compulsivo en sus largas cavilaciones, dando vueltas y vueltas a distintos temas para no llegar a ninguna parte, o en sus rituales que se repiten una y otra vez; o al hipocondríaco con sus repetidas sospechas de enfermedades fatales y su vuelta y vuelta a los médicos. Como decía un profesor de psicoterapia, el obsesivo intenta responder con inteligencia a una pregunta mal formulada y que, por tanto, no tiene respuesta.
Más allá de que las figuras vistas anteriormente son también aplicables a conceptos como el guion de vida de Eric Berne, la compulsión a la repetición de Freud o la gestalt incompleta de carácter existencial, otras figuras como Cascada (1961) —inspirada en el tribar o triángulo imposible de Penrose— o Banda de Möbius II (1963) —inspirada en su creación por August Ferdinand Möbius y Johann Benedict Listing en 1858— determinan un ciclo repetitivo eterno y sin salida, donde siempre se está llegando al mismo punto. Esta circularidad, relacionada con el guion de vida, la vemos, por ejemplo, en la definición de Berne al respecto:
- Un guion es un intento de repetir de formas variadas no una reacción de transferencia o una situación de transferencia, sino un drama de transferencia, a menudo dividido en actos, exactamente igual que los guiones teatrales, que son derivaciones artísticas e intuitivas de esos dramas originales de la infancia. Operacionalmente, un guion es una serie compleja de transacciones, de naturaleza repetitiva, pero no necesariamente recurrente, dado que una representación completa puede requerir toda una vida. [2]
O la compulsión a la repetición de Freud:
- A nivel de la psicopatología concreta, proceso incoercible y de origen inconsciente, en virtud del cual el sujeto se sitúa activamente en situaciones penosas, repitiendo así experiencias antiguas, sin recordar el prototipo de ellas, sino al contrario, con la impresión muy viva de que se trata de algo plenamente motivado en lo actual. [3]
Aunque fue Freud quien identificó tempranamente formas neuróticas ligadas al carácter —las llamadas neurosis de carácter o neurosis narcisistas—, y Ferenczi quien en 1921 volvió sobre este terreno, la consideración del carácter como una arquitectura defensiva que media entre el núcleo identitario y el mundo exterior ha sido desarrollada, sobre todo, por psicoterapeutas como Wilhelm Reich, Alexander Lowen, Fritz Perls o Claudio Naranjo. Todos ellos, con matices y énfasis distintos, coinciden en describir el carácter como una armadura o coraza: ya sea poniendo el énfasis en la coraza muscular (Reich, Lowen), o en la dinámica interna que interrumpe la autorregulación organísmica (Perls, Naranjo).
Por mi parte, concibo el carácter como una arquitectura defensiva que protege al yo tanto del mundo externo como del núcleo duro identitario —o también núcleo traumático—. Frente al mundo externo, el carácter intenta prevenir precisamente el juicio, el desprecio o el rechazo que el yo teme; y frente al núcleo identitario, amortigua el impacto de una autoimagen vivida como “excesiva”, “defectuosa” o “indigna”, que resultaría difícilmente tolerable si se expresara de forma directa.
Hay una obra de Escher que, tomada como metáfora, expresa esta tensión del yo entre la rigidez del carácter y la vulnerabilidad del núcleo duro identitario: se trata de Estrellas (1942), donde vemos una figura central compuesta por tres octaedros entrelazados. Esta estructura geométrica forma una jaula tridimensional dentro de la cual hay dos camaleones encerrados sin salida posible.
- Lo que denomino «extrañeza» […] proviene exclusivamente del modo en que un sistema parece «fagocitarse a sí mismo» mediante un giro inesperado que viola de manera ostensible lo que aceptábamos como un orden jerárquico inalterable. [4]
Y, en consecuencia, define el núcleo extraño como:
- una consecuencia natural de un isomorfismo inesperado entre dos situaciones distintas (la cosa de la que se está hablando, por una parte, y la evolución del propio discurso, por otra). [5]
En términos psicológicos, estaríamos diciendo que el bucle extraño, aplicado al yo, aparece cuando mi historia y mi manera de narrarla empiezan a compartir la misma forma, hasta el punto de que el relato deja de ser un espejo y se convierte en un mecanismo. Ya no “hablo de mí”: el discurso me habla y organiza mi experiencia. Ahí el yo se vuelve autorreferencial: se alimenta de sus propias descripciones, confirma sus propios mandatos y repite su propia lógica.
Desde esta perspectiva, el yo es una narración que asumimos como yo, y que nos recuerda la función de identificación que Perls le daba en el sentido de la narración que se impone: “el yo dice lo que yo soy” hasta el momento en el que se convierte en “yo soy dice lo que es yo”. Entendiendo que entonces una identidad que se organiza como un yo que se cuenta a sí mismo —y que esa narración determina qué es “yo”—, un bucle en el que un símbolo, al hablar de sí, crea la ilusión de un sujeto que se sostiene a sí mismo.
https://www.academia.edu/78628116/M_C_ESCHER_Juegos_mentales_del_No_Artista
[2] Eric Berne. Más allá de juegos y guiones. Cap. IV. Análisis transaccional: un método nuevo y efectivo de terapia de grupo. Editorial Jeder, pág.
[3] Jean Laplanche & Jean Bernard Pontalis. Diccionario de psicoanálisis. Editorial Paidós. Acepción “compulsión a la repetición)
[4] Douglas Hofstadter. Yo soy ese extraño bucle. Tusquets Editors, 260
[5] Ver nota 4, pág. 260









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