domingo, 18 de julio de 2021

WALT WITHMAN Y EL CANTO ENIGMÁTICO: UNA LECTURA PSICOANALÍTICA Y UNA LECTURA JUNGUIANA. (SOBRE EL FALO Y EL EJE YO-SÍ-MISMO)

Volvemos a Walt Whitman en este blog. En esta ocasión para comentar uno de sus poemas de la última época, pues pertenece al grupo de poemas recogidos en Del mediodía a la noche estrellada, y que lleva por título Canto enigmático.

Para introducir este comentario es necesario recordar el concepto de Sí-mismo procedente de Jung, que ya ha sido introducido en algunas entradas de este blog, como por ejemplo en Demian de Hermann Hesse (pulsa aquí para acceder a la entrada), o Dios deseado y desecante de Juan Ramón Jiménez (pulsa aquí para acceder a la entrada). No obstante, y para centrar el comentario, haré la siguiente indicación:

El Sí-mismo junguiano es un Sí-mismo que incluye la consciencia y lo inconsciente, así como lo trascendente en el que el Sí-mismo no es uno mismo (no es el yo). Su ámbito se extiende más allá del sujeto y "mancomuna el sujeto con el mundo, con las estructuras del Ser. En el sí  mismo el sujeto y el objeto, el yo y el otro, están unidos en un campo de estructura y energía común" [1]. En relación al Sí-mismo, el yo puede considerarse como una parte de él en el que radica la consciencia o capacidad de percatarse o darse cuenta, y la percepción de éste del Sí-mismo es parecida a la percepción del ser humano en relación a lo divino, es decir, el Sí-mismo es a la vez lo interior y lo totalmente otro, lo familiar a la vez que lo más extraño. Jung llamó proceso de individuación al proceso por el que yo, a través de ampliar su consciencia, tiende a la realización del Sí-mismo. Veamos ahora el poema en cuestión:

                            Aquello que se esquiva de este poema y de cualquier otro
                                    poema,
                            inadvertido por el oído más fino, sin forma para los ojos más
                                    penetrantes, o para la inteligencia más sagaz,
                            que. no es ni ciencia, ni fama, ni felicidad, ni riquezas
                            y, no obstante, es el latido incesante de todos los corazones y
                                    de todas las vidas del mundo,
                            que tú y yo, y todos, perseguimos siempre sin alcanzarlo,
                            manifiesto pero secreto, lo real de lo real, una ilusión,
                            sin coste, otorgado a todos, sin que hombre alguno lo posea,
                            que los poetas se esfuerzan en vano por ponerlo en verso y los
                                   historiadores en prosa,
                            que ningún escultor ha esculpido jamás, ni lo ha pintado pintor
                                    alguno.
                            que ningún cantor lo ha cantado nunca, ni lo ha expresado
                                    orador ni actor alguno,
                            lo invoco aquí y lo solicito para este canto.

                            ¡Cuánto ardor por ello!
                            ¡Cuántos navíos han zarpado y zozobrado por ello!
                            ¡Cuántos viajeros salieron de su casa para no regresar jamás!
                            ¡Cuántos genios lo arriesgaron todo y se perdieron por ello!
                            ¡Que incalculables reservas de belleza y de amor se han
                                    aventurado por ello!
                            ¡Cómo todos los hechos más sublimes, desde el comienzo de
                            las edades, pueden atribuirse a ello - y podrán ser
                            atribuidos a ello hasta el fin!
                            ¡Cómo todos los martirios heroicos vienen de ello!
                            ¡Cómo ello justifica todos los horrores, males, contiendas de la
                                    tierra!
                            Cómo sus llamas vivas, ondulantes, fascinadoras, han atraído
                            en todas las épocas y en todos los países las miradas de
                            los hombres,
                            opulentas como una puesta de sol en la costa de Noruega,
                            como el cielo, las islas y los peñascos
                            o las luces boreales de medianoche, silenciosas, intensas,
                                    inaccesibles,
                            acaso sea este el enigma de Dios, tan vago y sin embargo tan
                                    cierto,
                            para el alma y el universo visible,
                            y el cielo al fin para él. [2]

El poema esta divididos en dos partes. La primera hace referencia a la presencia indeterminada del Sí-mismo, que se puede sentir a través de los sueños, la imaginación y la creación, pero que no se puede aprehender, como bien indica en sus versos: 
sin coste, otorgado a todos, sin que hombre alguno lo posea, al paso que también nos habla de su naturaleza. Una cree poder escuchar a Jung cuando admite su paradoja: es el latido incesante de todos los corazones y / de todas las vidas del mundo, / que tú y yo, y todos, perseguimos siempre sin alcanzarlo, / manifiesto pero secreto; lo real de lo real, una ilusión. Es interesante este último verso, lo real de lo real, una ilusiónpues nos introduce en un campo siempre complejo como es el campo de la subjetividad y que, en relación con el Sí-mismo, podemos decir que no se tiene, que no se aprehende, sino que se siente.

Y eso nos abre a la importancia de la segunda parte del poema, pues nos abre a una doble dimensión del Sí-mismo, la dimensión en la que el ser humano lo acepta con todo su misterio y admite su guía, o por el contrario aquella actitud en la que no se le sigue sino que se le persigue, y esta segunda parte es la que se caracteriza por toda una galería de proyecciones, alienaciones e inflaciones del Sí-mismo y que, como dice el poeta: ¡Cuánto ardor por ello! Y ardor en lo sublime y en lo siniestro, en la bello y lo cruel, y en el horror también: ¡Cómo ello justifica todos los horrores, males, contiendas de la tierra! 

Esta es la diferencia entre seguir al Sí-mismo, aceptar su guía, o perseguirlo, quererlo poseer. Esta última actitud nos permite reflexionar sobre dos maneras de ver cuatro conceptos psicoanalíticos relacionados, y especialmente desarrollados por Lacan: el falo, la cosa y ‘el objeto a’, y la pulsión de muerte. El psicoanálisis los pone en juego en su especial hincapié en lo que podríamos llamar la actitud perseguidora hacia el Sí-mismo y que es dirigida por la pulsión, a diferencia de la proposición de Jung, que lleva hacia la guía, hacia la orientación. La una se orienta a su posesión, o a la desesperación por no poseerlo, la otra al reconocimiento de su naturaleza esquiva, inalcanzable:  Aquello que se esquiva de este poema y de cualquier otro /poema, / inadvertido por el oído más fino, sin forma para los ojos más / penetrantes, o para la inteligencia más sagaz, / que no es ni ciencia, ni fama, ni felicidad, ni riquezas, pero que la reconoce, como hemos dicho, en su calidad de guía y de orientación. Aunque no es este el lugar para extenderme en el tema, si indicar someramente el punto de vista que caracteriza cada posición. Para el psicoanálisis el falo es el significante de la unión imposible. Cuando lo que se busca es esa unión,  que es de carácter fusional, el Sí-mismo es transformado por el buscador en “la cosa” (Das ding), es decir, la madre como objeto perdido. Por lo tanto, “la cosa” psicoanalítica es la proyección del Sí-mismo sobre la imagen materna como aquello que completa, que colma la falta, la carencia. Sin embargo, “la cosa”, como madre primordial, es a la vez madre terrible,  madre devoradora, pues la unión con ella, el acceso a su reintegración, la fusión, significaría la pérdida de la identidad. Y, por otro lado, su acceso está también vedado por la represión a causa del tabú del incesto. La manera de sortear esa dimensión de lo terrible y del tabú, es el objeto a, objeto llamado por Lacan como causa de deseo, y que es siempre un objeto parcial, una parte del otro, o lo otro, a la que se le atribuye esa posibilidad de completud sin que, por ello, la identidad se vea comprometida. 

Justamente, el Sí-mismo junguiano empieza cuando ya no hay búsqueda, cuando ya no hay objeto, cuando el Sí-mismo ya no es “la cosa” ni ningún “objeto a”. En ese momento, el falo deja de ser el significante de la unión imposible para contemplarse como el eje a través del cual el yo rota (o circumanbula) alrededor del Sí-mismo que, desde ese momento, le guía en su camino hacia la individuación. La fusión es substituida por la individuación, la búsqueda (el perseguir) por el dejarse guiar, a la vez que se es consciente de lo inaccesible del misterio del Sí-mismo. Y, como consecuencia de lo dicho, la pulsión de muerte, implícita en la relación del yo con la cosa y el “objeto a”, es substituida por la realización del Sí-mismo como tendencia. El goce doloroso es substituido por la dicha contemplativa de la existencia.



Justamente, Walt Whitman es un claro ejemplo de esa celebración del todo contemplado desde el individuo. Whitman siente que el Sí-mismo nos es otorgado a todos, pero que nadie lo posee, y toda la obra de Hojas de hierba, no es más que la comprensión que Whitman va alcanzando hasta devenir en sabiduría, como consecuencia de dejarse guiar por el Sí-mismo. Whitman se limita a dejar sentir su presencia en su subjetividad y a dejarse llevar por él. Cerca ya del final de su vida Whitman manifiesta poéticamente lo mismo que Jung dijo hacia el final de la suya, y así nos dice en el poema Grandioso es lo visible, del último grupo de poemas titulado Adiós, mi fantasía:

                                    Grandioso es lo visible, la luz, para mi - grandiosos son el cielo
                                            y las estrellas,
                                    grandiosa es la tierra, y grandiosos y perdurables el tiempo y
                                            el espacio,
                                    y grandiosas sus leyes, tan multiformes, desconcertantes,
                                            evolucionarias;
                                    pero más grandiosa, mucho más, el alma mía invisible, que
                                            abarca, enriquece todas estas cosas,
                                    que ilumina a la luz, al cielo y a las estrellas, que penetra en
                                            la tierra, que navega en los mares
                                    (¿qué sería todo eso, en verdad, sin ti, alma invisible? ¿de qué
                                            valor sin ti?
                                    ¡más evolucionaria, vasta, desconcertante, oh, alma mía!
                                    más multiforme aún - más perdurable tú que todas ellas.

El poeta nos transmite el valor de la contemplación, cuya etimología une al observador con lo observado (prefijo con) en la acción de observar-se en la existencia (prefijo ción) como algo sagrado (palabra templum), de la serenidad con la que se despide de la vida afirmándola, amándola hasta el último instante:

                                    ... cuando declina la vida y se apaciguan todas las pasiones
                                            turbulentas
                                    cuando se cubre el cielo de la tarde de colores viscosos, etereos,

                                            silenciosos,

                                    cuando se nos inunda el cuerpo de dulzura, plenitud, sosiego,

                                            como de un aire refrescante y balsámico,

                                    cuando los días se visten de una luz más suave, y la manzana 

                                            prende al fin del árbol, lograda, indolente, madura,

                                    ¡entonces los días son fecundos, apacibles, los más felices de

                                               todos

                                    ¡Los días tranquilos de la dulce meditación y la dicha!


Sus últimas obras están llenas de pasajes en los que se nos muestra la serenidad de la “dulce meditación y la dicha”. Así empiezan muchos de sus versos en conocidos poemas como Canción de la puesta de Sol, o Después del deslumbramiento del día, o La voz de la lluvia, o Puesta del sol en la pradera, o Crepúsculo, etcétera.




[1] Stein, Murray. El Mapa del alma según Jung. Ediciones Luciérnaga, pág. 202.

[2] Los poemas citados en esta entrada corresponden a la edición de Whitman, Walt. Hojas de Hierba Del mediodía a la noche estrellada. El Canto enigmático. Traducción De Francisco Seguí. Editors, s.a.