Antígona sepultando a Polinices, por Sébastien Norblin (1825)
La Antígona de Sófocles, junto a Edipo y Medea, es una de las tragedias griegas que más se han representado y sobre las que más se ha escrito. Sobre la heroína griega y la fascinación que ejerce han escrito Kierkeggard, Hegel o Nietszche, como ejemplos del pasado, pero también del presente tenemos las aproximaciones de filósofos como María Zambrano (La tumba de antígona), Paul Ricouer, o mas recientes como las de Judhit Butler (El grito de Antígona) o Slavoz Zizek (Antígona), sin olvidar la aproximación que hizo de ella el psicoanalista Jacques Lacan en su seminario VII sobre "La ética del psicoanálisis" en el capítulo "El sentido de la tragedia". El filósofo George Steiner, en su libro Antígonas, recoge más de cuarenta interpretaciones del mito. Además de los filósofos tenemos las aproximaciones de dramaturgos como Jean Anouilh, Bertolt Brecht o Salvador Espriu , o de poetas como Gabriela Mistral, Juan Gelman o María Angels Anglada. Ha sido también objeto de Operas (por ejemplo la de Carl Orff) y ballets. Sorprende también, y más allá de las diferentes interpretaciones a las que la historia de la heroína trágica griega es sometida, las reformulaciones de las que su tragedia también ha sido objeto planteando variaciones sobre su argumento. Obviamente, la historia y el personaje de Antígona son susceptibles de todo tipo de proyecciones de acuerdo al gusto de aquel que reflexiona sobre ella.
I. TRAGEDIA Y LA HAMARTIA (αμαρτία): EL ENTIERRO DE POLINICE.
Mi interés en comentar aquí la obra de Sófocles, no es tanto repasar todas las interpretaciones y reformulaciones de las que ha sido objeto. No es este el lugar ni el espacio. Me centraré particularmente en dos cosas que me parecen interesantes respecto a esta tragedia. La primera de ellas es qué es aquello que se nos muestra con lo trágico de su historia; la segunda la fascinación que ejerce el personaje de Antígona estando, como veremos, los dos objetos de reflexión relacionados.
Para ello es fundamental recurrir a uno de los pilares sobre los que se fundamenta la tragedia griega: la hamartia (αμαρτία), es decir, "el error fatal" que desencadena, como consecuencia, un destino fatal. La hamartia de Antígona puede entenderse como el "error fatal" que se comete en nombre de una "buena causa, un hecho correcto", (el dar el debido entierro a su hermano Polinices), pero que, en la situación en la que acontece, simplemente no puede hacerse. Ismene, hermana de Antígona, lo anuncia en su inicial diálogo con ella: "No es conveniente perseguir desde el principio lo imposible". Y es aquí que quizá debemos preguntarnos qué es aquello que no permite que una buena causa pueda tener lugar. Para ello tenemos que introducir a Creonte, el rey de Tebas, que es quien castiga a Polinices por haberse enfrentado a su hermano Eteocles, dándose muerte ambos en la batalla, con lo que sigue consumándose el destino que pesa sobre la familia tal y como la narra Ismene:
¡Ay de mí! Acuérdate, hermana, cómo se nos perdió nuestro padre, odiado y deshonrado, tras herirse él mismo por obra de su mano en los dos ojos, ante las faltas en las que se vio inmerso. Y, a continuación, acuérdate de su madre y esposa —las dos apelaciones le eran debidas—, que puso fin a su vida de afrentoso modo, con el nudo de unas cuerdas. En tercer lugar, de nuestros hermanos, que, habiéndose dado muerte los dos mutuamente en un solo día, cumplieron recíprocamente un destino común con sus propias manos.
Y ahora piensa en cuanto mayor infortunio si perecemos nosotras dos, solas como hemos quedado, si, forzando la ley, transgredimos el decreto o el poder del tirano. Es preciso que consideremos, primero, que somos mujeres, no hechas para luchar contra los hombres, y, después, que nos mandan los que tienen más poder, de suerte que tenemos que obedecer en esto y en cosas aún más dolorosas que éstas. [1]
La lucha entre Eteocles y Polinice.
Creonte, el nuevo rey, decide rendir honores a Eteocles, al hermano que defendió Tebas, y castigar a Polinices, el hermano que la atacó, privándole de los rituales propios del enterramiento, es decir, negándole a su alma el acceso al reino de Hades, y dejando su cuerpo pasto de las bestias. Así se produce el enfrentamiento entre las Leyes del Estado, que Creonte defiende, y las Leyes divinas (de la familia), a las que Antígona invoca para justificar su acto de desacato. Prendida por la guardia al intentar enterrar a Polinices, Antígona es llevada ante Creonte quien tras agria discusión con la hija de Edipo, será condenada a ser enterrada en vida en un túmulo.
II. TRAGEDIA E HYBRIS: LA DESMESURA DE LA IDENTIFICACIÓN ARQUETÍPICA.
¿Qué observamos en el diálogo que se establece entre Creonte y Antígona? Precisamente otro de los elementos fundamentales de la tragedia: la hybris (ὕβρις), que puede traducirse por la "desmesura" del orgullo y la arrogancia. Desmesura que observamos en lo que, en junguiano, podríamos llamar la identificación con un arquetipo. El coro, ese observador que narra el trasfondo de los hechos que acontecen, dice al respecto:
lo malo llega a parecer bueno a aquel cuya mente conduce una divinidad hacia el infortunio, y durante muy poco tiempo actúa fuera de la desgracia.
En Creonte, esa identificación con el arquetipo del rey, representante de la autoridad, le lleva a un estado de inflación egoica en el que ejerce su poder como un tirano, confundiendo el gobierno de la ciudad y la administración de las Leyes de Estado como obediencia ciega a él, como así lo manifiesta cuando con claridad dice: "Al que la ciudad designa se le debe obedecer en lo pequeño, en lo justo y en lo contrario" Claro eufemismo para no decir con claridad que también hay que seguirle "en lo injusto". En el agrio diálogo que mantiene con su hijo Hemon, quien intercede por Antígona, puesto que ella debía ser su esposa, éste le acusa con vehemencia de que ejerce su gobierno como un tirano al no tener en cuenta la voluntad de la ciudadanía que no ve con buenos ojos su edicto sobre el hermano de Antígona:
Creonte: ¿Y la ciudad va a decirme lo que debo hacer?
[...]
Creonte: ¿Según el criterio de otro, o según el mío, debo yo regir esta tierra?
Hemón: No existe ciudad que sea de un sólo hombre.
Creonte: ¿No se considera que la ciudad es de quien gobierna?
Hemón: Tu gobernarías bien, en solitario, un país desierto.
¿Y qué decir de Antígona? De la misma manera que Creonte está identificado con el arquetipo del rey, ella lo está con el arquetipo de la muerte como Tánatos. Más allá de honrar con los ritos funerarios a su hermano, el verdadero sentido de Antígona, a diferencia de Ismene, más instalada en la resignación, es ser fiel al destino de la familia, destino que no es más que el de la muerte (recordemos que en la tragedia Edipo en Colona, Edipo maldice a sus dos hijos con su futuro enfrentamiento). Antígona, a diferencia de la tragedia de su padre Edipo o de sus hermanos, elige conscientemente su destino, o mejor dicho, elige acelerar su destino, como se desprende claramente de sus palabras:
Sabía que iba a morir, ¿cómo no?, aun cuando tú no lo hubieras hecho pregonar. Y si muero antes de tiempo, yo lo llamo ganancia. Porque quien, como yo, viva entre desgracias sin cuento, ¿cómo no va a obtener provecho al morir? Así, a mí no me supone pesar alcanzar este destino. Por el contrario, si hubiera consentido que el cadáver del que ha nacido de mi madre estuviera insepulto, entonces si sentiría pesar. Ahora, en cambio, no me aflijo.
El lazo de muerte que una Antígona con la familia se muestra claramente en un pasaje que extrañó a Goethe al leerlo:
Sin embargo, al irme, alimento grandes esperanzas de llegar querida para mi padre y querida también para ti, madre, y para ti, hermano, porque, cuando vosotros estabais muertos, yo con mis manos os lavé y os dispuse todo y os ofrecí las libaciones sobre la tumba. Y ahora, Polinices, por ocultar tu cuerpo, consigo semejante trato. Pero yo te honro debidamente en opinión de los sensatos. Pues nunca, ni aunque hubiera sido madre de hijos, ni aunque mi esposo muerto se estuviera corrompiendo, hubiera tomado sobre mi esta tarea en contra de la voluntad de los ciudadanos.
¿En virtud de qué principio hablo así? Si un esposo se muere, otro podría tener, y un hijo de otro hombre si hubiera perdido uno, pero cuando el padre y la madre estan ocultos en el Hades no podría jamás nacer un hermano. Y así, según este principio, te he distinguido yo entre todos con mis honras, que parecieron a Creonte una falta y un terrible atrevimiento, oh hermano. (La negrita es mía)
Edipo y Antígona. Anton Brodowsky (1828)
La desmesura, la hybris de Creonte y de Antígona son los detonantes de esta tragedia. Identificados y, en consecuencia, poseídos por sus arquetipos, su ceguera abre paso a la dimensión de la pasión ciega, es decir, a la pulsión de muerte, como pulsión de destrucción en Creonte (la venganza) y de autodestrucción en Antígona (el sacrificio). Observamos la desmesura del orgullo en Creonte ante su hijo Hemón, como la observamos en Antígona en relación con su hermana Ismene, también detenida por Creonte, y a la que trata con absoluto desprecio en su voluntad de querer acompañarla a la muerte con la suya:
Lo que convierte a Antígona en un agente puro de la pulsión de muerte es su insistencia incondicional en la exigencia del ritual simbólico, una insistencia que no permite ningún desplazamiento ni ninguna solución de compromiso. [2]
Y lo mismo podría decirse de Creonte sustituyendo la frase "insistencia incondicional en la exigencia del ritual simbólico" por la de "insistencia incondicional en la exigencia de respetar las Leyes del Estado."
Ismene: En estas desgracias tuyas, no me avergüenzo de hacer yo misma contigo la travesía de esta prueba.
Antígona: De quién es la acción. Hades y los dioses de abajo son testigos. Yo no amo a uno de los míos, si solo de palabra ama.
Ismene: ¡Hermana, no me prives del derecho a morir contigo y de honrar debidamente al muerto!
Antígona: No quieras morir conmigo, ni hagas cosa tuya aquello en lo que no has participado. Ya es suficiente con que yo muera.
Ismene: ¿Y qué vida me va a ser grata, si me veo privada de ti?
Antígona: Pregunta a Creonte, ya que te eriges en defensora suya.
Ismene: ¿Por que me mortificas, cuando en nada te aprovecha?
Antígona: Con dolor me rio de ti, si es que lo hago.
Ismene, víctima del sentimiento de culpa por no haber acompañado a su hermana en su camino (que ya se encarga de enfatizar Antígona con algunas acusaciones: "Yo no amo a uno de los míos, si solo de palabra ama", o "Pregunta a Creonte, ya que te eriges en defensora suya."), insiste en querer morir con ella, pero Antígona no la considera digna de ello: "No quieras morir conmigo, ni hagas cosa tuya aquello en lo que no has participado."
Antígona e Ismene: Emil Teschendorff (1892)
Es precisamente esta dimensión arquetípica que representan sus protagonistas, plenamente identificados con ella, la que Ismene parece intuir cuando dice aquello de: "No es conveniente perseguir desde el principio lo imposible", más allá del tema de género que se derivan de sus palabras y que esta implícito en aquellos momentos históricos "primero, que somos mujeres, no hechas para luchar contra los hombres"; o del enfrentamiento con el Poder del Estado: "que nos mandan los que tienen más poder, de suerte que tenemos que obedecer en esto y en cosas aún más dolorosas que éstas." Ese "imposible" parece recoger también la radicalidad de la pasión que mueve ambos protagonistas, de esa pasión relacionada con la pulsión de muerte, como bien indica Zizek en su comentario:
Lo que convierte a Antígona en un agente puro de la pulsión de muerte es su insistencia incondicional en la exigencia del ritual simbólico, una insistencia que no permite ningún desplazamiento ni ninguna solución de compromiso. [2]
Y lo mismo podría decirse de Creonte sustituyendo la frase "insistencia incondicional en la exigencia del ritual simbólico" por la de "insistencia incondicional en la exigencia de respetar las Leyes del Estado."
III. LA AMBIGUEDAD DE ANTÍGONA Y LA ATÉ,
El filósofo Slavoj Zizek dice en su comentario de Antígona:
El problema de Antígona no es la pureza suicida de su pulsión de muerte sino, al contrario, el hecho de que la monstruosidad de su acto quede oculta por la belleza estética del personaje: en cuanto queda excluida de la comunidad de los seres humanos y lamenta la situación en que se encuentra, Antígona se convierte en una sublime aparición que despierta nuestra compasión. [3]
Su comentario revela, efectivamente, la extrañeza que producen las palabras de Antígona mientras es llevada a su condena en el túmulo en la que se la encerrará. No parece la misma Antígona que orgullosamente se mostraba ante Creonte e Ismene, entonando un profundo lamento sobre su destino, mientras el coro le devuelve que ese es el resultado de su obcecación: "en tu caso una pasión impulsiva te ha perdido." Es esa Antígona que, de repente, se nos presenta como una joven víctima de Creonte a la que se le priva de su vida y se la condena a una muerte horrible:
Vedme, ¡oh ciudadanos de la tierra patria! recorrer el postrer camino y dirigir la última mirada a la claridad del sol. Nunca habrá otra vez [...]
¡Ah, infortunios que vienen del lecho materno y unión incestuosa de mi desventurada madre con mi padre, de la cual, desgraciada de mi, un día nací yo! Junto a ellos voy a habitar, maldita, sin casar. ¡Ah, hermano, qué desgraciadas bodas encontraste, ya que, muerto, me matas a mí, aún con vida!
La Antígona que tanto impresiona y fascina, víctima de su acto de restaurar la dignidad de su hermano, se nos muestra ahora con sus sus lamentos menos orgullosa que la Antígona que pronuncia las palabras de "Sabía que iba a morir, ¿cómo no?, aun cuando tú no lo hubieras hecho pregonar. Y si muero antes de tiempo, yo lo llamo ganancia." Es como si, de repente, despertara a la consciencia de a dónde la ha llevado su radicalidad, su identificación con Tánatos.
- Sobre la até.
Esta ambigüedad entre el orgullo y el lamento le hace pronunciar unas palabras dignas de reflexión:
... me dirijo hacia un encierro que es un túmulo excavado de una imprevista tumba. ¡Ay de mi, desdichada, que no pertenezco a los mortales ni soy una más entre los difuntos, que ni estoy con los vivos ni con los muertos!
Otro momento de consciencia en el que la imagen del túmulo no es más que la metáfora de ese lugar que Antígona siempre ha habitado. Ella siempre ha vivido para morir, para entregarse al destino que su familia arrastra, y es en ese sentido que estuvo, por decirlo de otra manera, viva entre los muertos y muerta entra los vivos, y de la que el túmulo no es más que la representación final, el resultado de haber cruzado un límite que no se debió cruzar, la até de Lacan, que relaciona con el más allá del deseo. Sin embargo, a mi me gusta más decirlo como que, en realidad, no cruzo el límite que si debía cruzar, el límite que su trágica familia le imponía y que no le permitió dirigirse hacia la vida, por eso su familia, en realidad, fue lo que Lacan llama "El espacio entre dos muertes". Así lo dice claramente a Ismene: "Tranquilizate: tu vives, mientras que mi alma hace rato que ha muerto por prestar ayuda a los muertos."
IV. SOBRE CREONTE.
El error fatal, la hamartia de Creonte, es que, a través de su identificación con el arquetipo del Rey, toma el acto de Antígona como un desafío a su autoridad. Su reacción es más personal que institucional y, como consecuencia, su pasión deriva hacia la inflexibilidad y la venganza (el escarmiento), y su tragedia, anunciada por el vidente Tiresias, deriva en el suicidio de Hemón (ante la muerte de Antígona), su hijo y, como consecuencia, también en el de Eurídice, su mujer (ante la muerte de su hijo). Hay que indicar que el intento de rectificación de Creonte no se produce por un reconocimiento de su deriva tiránica, si no por miedo a las amenazas de desgracia que se ciernen sobre él según le anuncia el vidente. La venganza como escarmiento que quiso realizar sobre Antígona, y que no llegó a tiempo de interrumpir (Antígona se ahorca en el interior del túmulo), le es devuelta con la muerte por suicidio de su hijo y de su mujer. Y así acaba el rey de Tebas en el final de la obra de Sófocles: invocando su propio deseo de morir ante los sucesos que sus decisiones han precipitado y las interesantes respuestas que el Coro le ofrece ante su desgracia:
Creonte: ¡Que llegue, que llegue, que se haga visible la que sea la más grata para mi de las muertes, trayendo el día final, el postrero! ¡Que llegue, que llegue, y yo no vea ya otra luz del dia!
Coro: Eso pertenece al futuro. Es preciso ocuparos de lo que nos queda por hacer. De eso se ocuparan aquellos de quienes sea menester.
Creonte: Pero lo que yo deseo lo he suplicado con esas palabras.
Coro: No supliques ahora nada. Cuando la desgracia está marcada por el destino, no existe liberación posible para los mortales.
Creonte: Quitad de en medio a este hombre equivocado que, ¡oh hijo!, a ti, sin que fuera esa mi voluntad, dio muerte, y a ti, a la que estas aquí. ¡Ah, desdichado! No se a cual de los dos puedo mirar, a que lado inclinarme. Se ha perdido todo lo que en mis manos tenía, y, de otro lado, sobre mi cabeza se ha echado un sino difícil de soportar.
Coro: La cordura es con mucho el primer paso a la felicidad. No hay que cometer impiedades en las relaciones con los dioses. Las palabras arrogantes de los que se jactan en exceso, tras devolverles en pago grandes golpes, les enseñan en la vejez la cordura.
Es decir, aprende de lo sucedido, y sé ahora un buen rey para tu ciudad.
V. LA FASCINACIÓN DE ANTÍGONA
Creo que la palabra que más define la sensación que crea el personaje de Antígona es la fascinación, cuya etimología tiene que ver con hechizar o embrujar. Es decir, ¿qué es aquello que nos hechiza de Antígona? No es tanto su confrontación con Creonte sino como la injusticia de la que es objeto sirve para cumplir la determinación trágica con la que asume cumplir con el destino que su familia siente que le impone. Es el paso que va de la muerte en vida a la muerte real, o en palabras de Freud, el limite que traspasa el deseo para ir "más allá del principio del placer", la consumación de su deseo de muerte. La fascinación que envuelve a Antígona es la del sujeto poseído por la pulsión de muerte, que identificada con el arquetipo de Tánatos se envuelve con la aparente dignidad del sacrificio al que se entrega. Ese envoltorio es el que despierta nuestra admiración y compasión.
En Creonte, a diferencia de Antígona, la pulsión de muerte es más inconsciente porque esta revestida de algo que no confiere ninguna dignidad, como es la justificación de sus actos a través del revestimiento del poder que, en su identificación con el arquetipo del rey, es ejercido como un tirano. Su abuso de poder se contrapone al sacrificio de Antígona. La fascinación de esta última brilla con una especial belleza ante la repulsión que produce Creonte, si bien ambos son víctimas de su identificación arquetípica. Por un momento, el mismo Coro da testimonio de esa fascinación que ejerce Antígona en su camino hacia el túmulo:
Famosa, en verdad, y con alabanza te diriges hacia el antro de los muertos, no por estar afectada de mortal enfermedad, ni por haber obtenido el salario de las espadas, sino que tu sola entre los mortales, desciendes al Hades viva y por tu propia voluntad.
Si bien después también nos hace también observar que:
Ser piadoso es una cierta forma de respeto, pero de ninguna manera se puede transgredir la autoridad de quien regenta él poder. Y, en tu caso, una pasión impulsiva te ha perdido.
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[1] Sófocles. Antígona. Los textos de la tragedia corresponden a la versión de la Editorial Gredos traducida por Assela Alamillo.
[2] Zizek, Slavoj. Antígona. Akal. Cuestiones de antagonismo, pág. 15
[3] Ídem anterior, pág. 16
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