Hace poco veía el anuncio de un coche de gama alta donde se comparaba la vida en función de aburrirse coleccionando sellos o, todo lo contrario, de vivir una vida intensa, la vida como una aventura permanente que hay que exprimir hasta la última gota (con el coche, claro), es decir, la vida al servicio de la adrenalina. Esta triste comparación del anuncio es propia del exceso en el que vivimos. Exceso de inmediatez, exceso de información, exceso de vivir la vida como si se nos escapara a cada instante, exceso de explotación a todos los niveles, y también de auto-explotación y, curiosamente, exceso de vivir la vida también virtualmente a través de plataformas digitales de todo tipo que, mira por dónde, nos distraen de vivir.
En este tiempo de excesos es más pertinente que nunca poner la atención en una obra como es la Música callada, del compositor catalán Frederic Mompou. Ante estos excesos que nos imponen nuestras sociedades occidentales, nos encontramos con la sobriedad de una obra donde no falta ni sobra nada. Ni muchas ni pocas notas, las justas. Libre de excesos de todo tipo, libre de todo ornamento innecesario. Hace ya muchos años que la conocí y, desde el primer momento, me cautivó.
la noche sosegada,
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora.
Inspirada en estos versos de San Juan de la Cruz, la Música callada consta de veintiocho piezas para piano escritas en 4 cuadernos entre 1959 y 1968. Una obra para piano que entra en toda una dimensión anímica y espiritual, otra manera de experimentar la vida y el misterio de la existencia. La noche sosegada, la música callada, la soledad sonora, ¡que impresiones tan alejadas del exceso y la inmediatez actuales con los que vivir se vincula!
Quizás por mi familiaridad con el haiku, la música callada de Mompou se me hace evidente que se compone en esta frontera brumosa entre lo expresable y lo inexpresable, una frontera donde las impresiones sólo se pueden sugerir. Y la poesía, como la música, creo que son dos de los lenguajes más apropiados para el caso. Moverse en esta frontera es, por tanto, moverse en el misterio:
¿La poesía podrá ayudarnos un poco? Si hay Alguien que lo puede —ayudar, nada más que ayudar un poco a descorrer el velo a la vez diáfano y opacísimo—, ese Alguien es sin duda la poesía. O la mística. Mística, música y poesía son un prisma de absoluta unidad y de evidente trinidad de luz que emana y refracta. [1]
Creo que para comprender la Música Callada de Mompou es interesante empezar por algunas etimologías, como la de silencio,
del latín sillentium, que significa
estar callado. Y también la de escuchar,
del latín auscultare, que significa poner la oreja y, según algunas versiones, inclinarse para poner la oreja. Por lo tanto, la música callada es aquella que llega de estar callado y de inclinarse para poner la oreja. Y esta inclinación me parece fundamental, dado que conlleva una actitud de humildad: el receptor se dispone al emisor.
Este acto de callar y escuchar es en soledad, y de ahí la soledad sonora, porque callado, inclinado con la oreja puesta y escuchando, como un radiotelescopio enfocado a la inmensidad del Universo, se reciben, de vez en cuando, impresiones que interiorizadas y reflejadas en el alma llevan a una intuición de sonidos o de palabras por las que se manifiesta el misterio, aunque de una manera siempre huidiza.
Notas que surgen esquivas del alma del compositor como resultante del roce de la consciencia con el misterio de la existencia. En un poema mío expresaba esta sensación con los siguientes versos:
Ni la fulla ni el vent que l'agita,
la remor. Ni l'onada que trenca
ni la roca colpejada, el so,
igual que l'ànima s’escolta
en el meu frec amb l'existència.
(Ni la hoja ni el viento que la agita,
el rumor, Ni la ola que rompe
ni la roca golpeada, el sonido,
igual que el alma se escucha
en mi roce con la existencia)
La música de Mompou nos llega de una vivencia humilde de lo místico: vivir el misterio de la existencia consciente de la imposibilidad de desvelarlo y, no obstante, callado, seguir inclinado con la oreja puesta. Así lo observamos en la interpretación de la primera pieza de la serie. A los que la queráis escuchar, os la dejo (todas las piezas utilizadas en esta entrada están interpretadas por Javier Perianes).
Observamos en ella esa sencillez melancólica que caracteriza su música, una melancolía propia de una cierta mística poco dada a la estridencia, una mística íntima e ínfima que se complace en la etimología de la palabra, que se complace en el misterio, consciente de que tan solo acaricia un horizonte singular que separa lo representable de lo irrepresentable, aquello que persiguiéndose siempre huye y que, precisamente, encuentra ese roce en las resonancias y disonancia que tanto caracterizan su música callada, resonancias a veces largas, muy largas que parecen dirigirnos hacia un silencio que precede al tiempo. Así lo observamos en su pieza número IV:
Mompou recurre también a ciertas melodías infantiles cuyo origen se halla en el folclore catalán (ver piezas III y XIII) para hacer una referencia a esa infancia de la que ya traté en la entrada dedicada a las Kinderszenen (Escenas para niños) de Robert Schuman (pulsa aquí para acceder a la entrada) en relación a la pieza de Traumerei (Ensueño), y que traslado aquí dada su pertinencia:
Un tiempo y callado misterio de amor. Este tiempo y este misterio de amor (¿pues acaso el verdadero amor no requiere de la inocencia) es el lugar de los ensueños al que Schuman, como Tagore, acceden con su mirada de niño mayor. Es el lugar que por ínstantes sentimos como enamorados, momentos en que se parece tocar el paraíso: "Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso", dice Borgues, o lo que es lo mismo desde mi punto de vista: "No pasa un día en que no estemos, un instante, en un eco del sueño del paraíso", Träumerei es el sueño de un niño que a su vez recoge la nostalgia del poeta por el sueño de ese niño.
Efectivamente, el silencio al que nos dirige Mompou se manifiesta, en ocasiones, como un paraíso que se relaciona con la inocencia, con la infancia, si bien con una inocencia y una infancia también pre-temporales o, como digo en el texto citado, el eco de un sueño del paraíso, lo que, y por una vez más, se relacionaría con la importancia de las disonancias y resonancias en su Música callada. Veamos un ejemplo en la pieza III:
Esa mística de vivir el misterio tiene también sus momentos de duda, momentos depresivos y sus noches oscuras. Momentos y períodos donde se instala la desazón y el sinsentido, donde el Cosmos y el ser humano parecen hundirse en una ciénaga de desesperación, de cansada desesperanza. Y, no obstante, es el necesario "a veces hay que perderse para encontrarse uno mismo" de Kierkegaard, que también podría contemplarse, desde una visión más junguiana, como una nigredo espiritual, o como una travesía en el desierto como Jung también destacó en su Libro rojo, un estado de vaciamiento en el camino hacia el desarrollo del alma:
Mi alma me conduce al desierto, al desierto de mi propio sí-mismo. No pensaba que mi sí-mismo era un desierto, un árido, caluroso desierto, polvoriento y sin bebida [...]
¿Porqué mi sí-mismo es un desierto? ¿He vivido demasiado fuera de mí, en los hombres y las cosas? ¿Porqué rehusó de mi sí-mismo? ¿No me apreciaba? Sin embargo, he evitado el lugar de mi alma. [2]
Quizá por eso, dice el mismo Mompou acerca de su obra:
Esta música es callada porque su audición es interna. Contención y reserva. Su emoción es secreta y solamente toma forma sonora en sus resonancias bajo la bóveda de nuestra fría soledad. [3]
Observamos estos momentos en piezas como la V, VII o la XXI. Junto a estos, también escuchamos momentos de duda y de zozobra en piezas como la II, VI o XVIII, aunque también estas se caracterizan, como veremos, por la persistencia a pesar de esa duda y esa zozobra.
Como en el proceso de individuación descrito por Jung, el proceso espiritual no es lineal y progresivo, sino el resultado de dos movimientos que se alternan: uno progresivo y otro regresivo. Al aclaramiento de la consciencia que vemos en el primero, les siguen los períodos de ofuscación y confusión del segundo. En términos de libido también podemos observar que la progresión se caracteriza por un movimiento de extraversión, de proyección sobre el mundo exterior, mientras que la regresión lo hace en un movimiento de introversión psíquica, de vuelta hacia el propio sujeto. En la obra de Mompou parece también darse esa oscilación, y así junto a los momentos de duda y ofuscamiento también escuchamos momentos de claridad, de paz y serenidad. Momentos de luz en la oscuridad (piezas VIII y XXVI), momentos de serenidad y de comprensión, de discriminación (piezas XI, XIX, XXII), momentos de iluminación (piezas XXIII, XXVII y XXVIII). Especialmente bello me parece la pieza XXVIII:
De la obra de Mompou se desprende también una característica de esa relación mística con la existencia: la persistencia, es decir, no declinar en la escucha, estar siempre como un radiotelescopio en la noche oscura, escuchando en silencio, siempre dispuesto a resonar con el silencio sonoro. La persistencia humilde es en sí misma la relación con el misterio, la frontera y horizonte singular en la que lo irrepresentable se manifiesta como efecto sobre el alma humana, de la misma manera que se curva el espacio por efecto de la gravedad. Así parecemos escucharlo en piezas como la II, VI, XIV, XV, XVII o la XXV.
Y al final del camino siempre está el Amor. El Amor es el sentimiento que resuena finalmente en toda la Música Callada de Mompou. Entre la delicadeza y la melancolía, entre la desesesperanza y la esperanza, entre la depresión y la iluminación, al final, todo el camino lo transcurre el Amor. La presencia de un amor próximo y lejano que acompaña desde esa próxima lejanía.
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[1] Diego, Gerardo. Introducción al comentario del ciclo integral "Mompou: música para piano". Fundación Joan Mach. Febrero de 1988.
[2] Jung, C. G. El libro Rojo. El hielo de Ariad-Malba-Fundación Constantini. Edición castellana a cargo de Bernardo Nante, pág. 234
[3] Janés, Clara. La vida callada de Federico Mompou. Visa Roto ediciones, pág. 250