Juan Ramón Jiménez. |
Para mí la poesía siempre ha estado íntimamente fundida con toda mi existencia y no ha sido poesía objetiva casi nunca. Y ¿cómo no había de estarlo en lo místico panteísta la forma suprema de lo bello para mí? No que yo haga poesía relijiosa usual; al revés, lo poético lo considero como profundamente relijioso, esa relijión inmanente sin credo absoluto que yo he profesado. [1]
Los poemas que Juan Ramón Jiménez escribió bajo el título de Dios deseado y deseante son poemas que escribió en las travesías y estancias que hizo en barco de Julio a Diciembre de 1948 hacia Buenos aires y ya luego en Buenos Aires y, posteriormente, en la travesía que le llevó de Buenos Aires a Riverdale, y ya luego en Riverdale. Son estos poemas quizá los más místicos que el poeta escribió, y desde que los descubrí por primera vez han sido, y son para mí, una fuente de constante asombro y reflexión. Nos dice el poeta en el prólogo de esta obra:
... el devenir poético mío ha sido y es una sucesión de encuentro con una idea de dios. Al final de mi primera época, hacia mis 28 años, dios se me apareció como en una mutua entrega sensitiva; al final de la segunda, cuando yo tenía unos 40 años, pasó dios por mi como un fenómeno intelectual, con acento de conquista mutua; ahora que entro en lo penúltimo de mi destinada época tercera, que supone las otras dos, se me ha atesorado dios como un hallazgo, como una realidad de lo verdadero suficiente y justo. Si en la primera fue éstasis de amor, y en la segunda avidez de eternidad, en esa tercera es necesidad de conciencia interior y ambiente en lo limitado de nuestra morada de hombre.
I. JUAN RAMÓN JIMÉNEZ: DIOS DESEADO Y DESEANTE.
Y es justamente eso lo que vamos a encontrar en esos poemas: el encuentro del hombre con dios en su interior y con su exterior, y en el que el anhelo humano de dios se une al anhelo de dios por el hombre en un encuentro mutuo que es, por decirlo de alguna manera, un encuentro en el todo.
Y es justamente eso lo que vamos a encontrar en esos poemas: el encuentro del hombre con dios en su interior y con su exterior, y en el que el anhelo humano de dios se une al anhelo de dios por el hombre en un encuentro mutuo que es, por decirlo de alguna manera, un encuentro en el todo.
Tú vienes con mi norte hacia mi sur,
tú vienes de mi este hacia mi oeste,
tú me acompañas, cruce único, y me guías
entre los cuatro puntos inmortales,
dejándome en su centro siempre y en mi centro
que es tu centro.
¿Y cuál es ese centro que Juan Ramón sitúa en el cruce de los cuatro puntos cardinales? La consciencia. Una consciencia que en la medida que se interioriza en sí misma y se hace clara se extiende hacia el mundo y halla en ella misma la presencia de dios, un dios que el poeta escribe con la d minúscula, un dios que halla en él y fuera de él y con él, un dios que no se experimenta fuera de la creación sino con la creación. No es un dios y su creación, sino un dios en la creación que se revela y se encuentra a sí mismo a través de la consciencia. Una consciencia que en sus inicios nos sitúa en la discordia, alejados de él, que nos sitúa en la carencia y la separación y que, no obstante y al mismo tiempo, es el camino hacia él, un camino que de la discordia inicial va hacia la concordia. Por eso la idea de la religión para nuestro poeta es la que la relaciona con su etimología latina religare, es decir, re-ligar lo que aparentemente se des-ligó. Es como si sólo desde la separación pudiéramos volver a él, ahora si, con consciencia. En su precioso poema "La trasparencia, dios, la trasparencia" se siente a ese dios de Juan Ramón como un dios que se escribe con esa d minúscula:
No eres mi redentor, ni eres mi ejemplo,
ni mi padre, ni mi hijo, ni mi hermano;
eres igual y uno, eres distinto y todo;
eres dios de lo hermoso conseguido,
conciencia mía de lo hermoso.
Versos que con los siguientes nos abren a la consciencia como clara consciencia - es decir, una consciencia libre de distorsiones - que está en su interior, y que fuera de él está como una consciencia abarcadora, envolvente, y que como un campo de consciencia unificado une al poeta con lo otro y con dios en un todo-en-uno y un uno-en-todo.
Tú, esencia, eres conciencia; mi conciencia
y la de otro, la de todos,
con forma suma de conciencia;
que la esencia es lo sumo,
es la forma conseguible suprema,
y tu esencia está en mí, como mi forma.
Consciencia abarcadora, envolvente y consciencia sostenedora, que nos lleva a una presencia de dios que como en el tao nos acompaña en su silencio, en su no-tiempo y su no-lugar que es un todo-tiempo y todo-lugar.
Todos mis moldes, llenos
estuvieron de ti; pero tú, ahora,
no tienes molde, estás sin molde, eres la gracia
que no admite sostén,
que no admite corona,
que corona y sostiene siendo ingrave.
Sin embargo, y quizá a diferencia del tao, lo sorprendente de la poesía de Juan Ramón es que pone en movimiento el deseo, el deseo de dios en el ser humano y el deseo del ser humano en dios. Dios deseado y deseante, el anhelo del encuentro en el que creador y criatura se reconocen en la creación. Estamos ante un deseo que no es deseo de fusión (no es goce, en el sentido psicoanalítico) sino deseo de reconocimiento (es encuentro).
Recuerda el poeta en su poema "En el recuerdo estás tal como estabas" que en la consciencia turbia, la consciencia perturbada ya estaba esa consciencia clara, una sensación que tenemos cuando trabajamos los sueños y sus mensajes, el producto de una consciencia clara que ya está en el aquí y ahora pero que se pierde en la vigilia ante las tinieblas, el entenebrecimiento que implica la dimensión neurótica del carácter.
En el recuerdo estás tal como estabas.
Mi consciencia ya era esta conciencia,
pero yo estaba triste, siempre triste,
porque aun mi presencia no era la semejante
de esta final conciencia.
Entre aquellos jeranios, bajo aquel limón,
junto aquel pozo, con aquella niña,
tu luz estaba allí dios deseante;
tu estabas a mi lado
dios deseado,
pero no habías entrado todavía en mi.
El sol, el azul, el oro eran,
como la luna y las estrellas,
tu chispear y coloración completa,
pero yo no podía cojerte en tu esencia,
la esencia se me iba
(como la mariposa de la forma)
porque la forma estaba en mí
y al correr tras los otro lo dejaba;
tanto, tan fiel que la llevaba,
que no me parecía lo que era.
A sus sesenta y siete años Juan Ramón vive en esa travesía por el mar, por el inmenso mar, esa conciencia interiorizada que se torna expansiva, unificadora, esa consciencia envolvente que ya no es sólo su consciencia sino toda la consciencia.
Dios, ya soy la envoltura de mi centro,
de tí dentro.
O en palabras del poeta en el prólogo de su obra:
Hoy concreto yo lo divino como una conciencia única, justa, universal de la belleza que está dentro de nosotros y fuera también y al mismo tiempo. Porque nos une, nos unifica a todos [...] esta conciencia tercera integra el amor contemplativo y el heroísmo eterno y los supera en su totalidad.
II. C. G. JUNG. LAS RELACIONES ENTRE EL YO Y EL SELF (SÍ MISMO)
Recuerda el poeta en su poema "En el recuerdo estás tal como estabas" que en la consciencia turbia, la consciencia perturbada ya estaba esa consciencia clara, una sensación que tenemos cuando trabajamos los sueños y sus mensajes, el producto de una consciencia clara que ya está en el aquí y ahora pero que se pierde en la vigilia ante las tinieblas, el entenebrecimiento que implica la dimensión neurótica del carácter.
En el recuerdo estás tal como estabas.
Mi consciencia ya era esta conciencia,
pero yo estaba triste, siempre triste,
porque aun mi presencia no era la semejante
de esta final conciencia.
Entre aquellos jeranios, bajo aquel limón,
junto aquel pozo, con aquella niña,
tu luz estaba allí dios deseante;
tu estabas a mi lado
dios deseado,
pero no habías entrado todavía en mi.
El sol, el azul, el oro eran,
como la luna y las estrellas,
tu chispear y coloración completa,
pero yo no podía cojerte en tu esencia,
la esencia se me iba
(como la mariposa de la forma)
porque la forma estaba en mí
y al correr tras los otro lo dejaba;
tanto, tan fiel que la llevaba,
que no me parecía lo que era.
A sus sesenta y siete años Juan Ramón vive en esa travesía por el mar, por el inmenso mar, esa conciencia interiorizada que se torna expansiva, unificadora, esa consciencia envolvente que ya no es sólo su consciencia sino toda la consciencia.
Dios, ya soy la envoltura de mi centro,
de tí dentro.
O en palabras del poeta en el prólogo de su obra:
Hoy concreto yo lo divino como una conciencia única, justa, universal de la belleza que está dentro de nosotros y fuera también y al mismo tiempo. Porque nos une, nos unifica a todos [...] esta conciencia tercera integra el amor contemplativo y el heroísmo eterno y los supera en su totalidad.
II. C. G. JUNG. LAS RELACIONES ENTRE EL YO Y EL SELF (SÍ MISMO)
Unidad y totalidad ocupan el más alto escalón en la escala objetiva de valores, puesto que sus símbolos no pueden ya distinguirse de la imago dei. Todos los enunciados relativos a la imagen divina son aplicables sin más a los símbolos empíricos de la totalidad. [3]
En Dios deseado y deseante es obvio que el mar se erige para Juan Ramón como presencia de dios en lo que para Jung sería una imago dei, es decir, una imagen de dios como imagen del sí mismo.
El mar siempre despierto,
el mar despierto ahora también al mediodía,
cuando todos reposan menos yo y tú
me da mejor que nadie y nada tu conciencia,
dios deseante y deseado,
que surtes, desvelado
vijilante del ocio, suficiente,
de la sombra y la luz, en pleamar fundida,
fundido en pleamar.
Aunque el concepto de self aparece en otros esquemas de la psicología profunda y del psicoanálisis (Winnicot, Hartman, Kohut), en ninguno se llegó tan lejos como en la formulación de Jung. El self junguiano es un self trascendente en el que el sí mismo no es uno mismo. Su ámbito se extiende más allá del sujeto y "mancomuna el sujeto con el mundo, con las estructuras del Ser. En el sí mismo el sujeto y el objeto, el yo y el otro, están unidos en un campo de estructura y energía común" [2]. En relación al sí mismo, el yo puede considerarse como un sesgo del ser, y la percepción de éste por el self es parecida a la percepción del ser humano en relación a lo divino, es decir, es a la vez lo interior y lo totalmente otro, lo familiar a la vez que lo más extraño. Y es por ello que la relación entre el yo y el self es de carácter ambivalente por parte del primero: lo desea y lo teme. En este sentido, y vinculándolo con la poesía de Juan Ramón, la vinculación del yo con el self es la misma que el poeta describe en sus versos en términos de consciencia: "Mi consciencia ya era esta conciencia". O dicho en junguiano, la consciencia del yo ya es la consciencia del self, pero perturbada por las percepciones llegadas de la dimensión neurótica del carácter: "...mi presencia no era la semejante de esta final conciencia". Es remarcable en este verso la utilización que el poeta hace del concepto de "presencia". Presencia es lo que va surgiendo de nosotros cuando el ser está más libre de las perturbaciones del carácter, es decir, cuando el yo se acerca más al sí mismo y la consciencia yoica está menos perturbada. Creo que una característica de la presencia, en este sentido, es el amor no posesivo, un amor hecho de una sutil alquimia entre la autenticidad, el deseo y la compasión, un amor que estando en todo no pertenece a nada. Dice el poeta de ese amor que el siente en dios:
Tú eres, viniste siendo, eres el amor
en fuego, agua, tierra y aire,
amor en cuerpo mío de hombre y en cuerpo de mujer
el amor que es la forma
total y única
del elemento natural, que es elemento
del todo, para siempre;
y que siempre te tuvo y te tendrá
sino que no todos te ven,
sino que los que te miramos no te vemos hasta un día.
La aproximación de este amor como un amor no posesivo es lo que hace que la relación del hombre con dios, o en el plano psíquico del yo con el sí mismo, sea siempre una relación en la que como decía Jung: "se está siempre cerca y demasiado lejos". Esta distancia con la que se percibe a dios desde el hombre, la misma que se percibe al self desde el yo, es una distancia necesaria en la que unidad, completud o totalidad no es fusión ni disgregación ni disolución. En "El desnudo infinito", una preciosa pieza de prosa poética, Juan Ramón nos la describe como una distancia necesaria:
No, dios, no me deslumbres con relumbres, que yo no quiero que esta costumbre recargada de historia acumulada dé relumbre. Déjame con mis ojos en lo mío, déjame con mi fuego del sol, mi sol de cada día, carbón y luz de cada hora; con la luz de mi hierba verde; con el ansia de lo que quiero contener y retener en mi mirada.
No quiero exaltación de las eternidades, quiero mi exaltación para llegar a las eternidades de mi día que corona la noche con su nada en sueño; esa distancia quiero que es la noche, porque sin noche nada empieza, y yo quiero volver, volver y volver.
III. DEL YO AL INFINITO.
Serpiente Ouroboros. |
Vemos entonces que el descenso a través de los estratos de la psique desde los más altos niveles de las ideas, los ideales y las imágenes a través de lo concreto de la existencia del yo y de la realidad del cuerpo, para pasar a la composición química y molecular de nuestro ser psíquico, conduce finalmente a la energía y nuevamente al reino de las ideas, que es el mundo del nous, de la mente, del espíritu. [4]
Por eso Jung afirmaba que cuanto más se amplia la consciencia más se percibe una creciente sensación de afinidad con todas las cosas. Que finalmente profundizar en nuestra psique es también profundizar en el mundo y que, desde esa aproximación, la psique no es más que mundo. En "Sueños, recuerdos y pensamientos", la que se puede considerar como la autobiografía espiritual de Jung, dice "cuanto más inseguro sobre mi mismo me sentía, más crecía un sentimiento de afinidad con todas las cosas. Si, se me antoja como si aquella singularidad que me ha separado del mundo durante tanto tiempo hubiera emigrado a mi mundo interno y me hubiera revelado una inesperada ignorancia acerca de mí mismo" [5], de la misma manera que esta prolongación de lo psíquico en el mundo le lleva a decir "Sólo sé que nací y existo y me da la sensación de que soy llevado. Existo sobre la base de algo que no conozco. Pese a toda la inseguridad, siento una solidez en lo existente y una continuidad en mi ser" [6]. Apreciamos sensaciones parecidas en la poesía de Juan Ramón en la que asistimos a ese prolongación de lo psíquico al mundo, a esa sensación de afinidad que conlleva ese campo unificado que representa el self junguiano en el que el más simple de los átomos se da la mano con la consciencia.
Acabo con unos últimos versos de nuestro poeta:
Una blanca hoja
reflejo de una mente en blanco
eres tú para mí, y en tú palpitas
con el color de mi tiempo, desde aquel niñodios
que en mi Moguer de España fui yo un día,
hasta ese niñodios que quiero otra vez ser
para morir, el nuevo siempre;
el que el niño comprende como niño,
sin interés ninguno,
como el infinito, Dios, nuestro infinito.
_____________________
[1] Las notas y los poemas que se citan en esta entrada corresponden a la obra de Juan Ramón Jiménez recogida en Lírica de una Atlántida en la edición preparada por Alfonso Alegre Heitzmann para Galaxia Gutemberg.
[2] Stein, Murray. El mapa del alma según Jung. Ediciones Luciérnaga, pág. 202
[3] Jung, C.G. Aion. Contribuciones al simbolismo del sí mismo. OC 9/2, Ed. Trotta, par. 60
[4] Ver nota 2, pág. 220 y 221.
[5] Jung, C. G. Recuerdos, sueños y pensamientos. Biblioteca breve, pág. 362
[6] Ídem anterior, pág. 360 y 361
[2] Stein, Murray. El mapa del alma según Jung. Ediciones Luciérnaga, pág. 202
[3] Jung, C.G. Aion. Contribuciones al simbolismo del sí mismo. OC 9/2, Ed. Trotta, par. 60
[4] Ver nota 2, pág. 220 y 221.
[5] Jung, C. G. Recuerdos, sueños y pensamientos. Biblioteca breve, pág. 362
[6] Ídem anterior, pág. 360 y 361
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