lunes, 28 de septiembre de 2015

HERMAN MELVILLE. BARTLEBY, EL ESCRIBIENTE: Prefiriría no hacerlo.

Herman Melville
Moby Dick fue una de esas primeras lecturas que dejaron un recuerdo imborrable en lo que fue uno de mis primeros contactos con la literatura. La leí con once años y aun recuerdo como esperaba irme a la cama para durante casi una hora sumergirme en aquella maravillosa historia del Capitán Acab y Moby Dick, la gigantesca ballena blanca. Años más tarde la volví a leer con la consciencia de que esa novela no era sólo una novela de aventuras sino que, como ocurre con el Corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, se tratataba de algo bastante más profundo (Andrew Delbanco, autor de una magnífica biografía de Melville dice que Moby Dick son dos libros, una historia de mar y una atrevida aventura metafísica). Herman Melville escribió unos pocos años después otra pequeña obra que con el tiempo ha creado otro personaje inolvidable de la literatura universal: Bartleby, el escribiente. ¿Quién, que la haya leído, no ha reflexionado acerca de este personaje y de su imperturbable condicional  "Preferiría no hacerlo" (I would prefer not to) con el que respondía a cualquier demanda de su patrón? ¿Cuánto se ha escrito alrededor del significado que se esconde detrás de este triste personaje y su frase? Bartleby es el personaje literario sobre el que inevitablemente se proyectarán todo tipo de interpretaciones a gusto de las fuentes de reflexión del interpretante. Se trata de una de esas imágenes susceptible de ser transformada en metáfora de distintos significados, alguno de los cuales veremos a lo largo de este comentario sin obviar mi propia proyección en él.

Como este es un blog que se pretende de arte y psicología (aunque no siempre lo sea en un sentido estricto ni de una manera ortodoxa) mi reflexión se orienta a la relación que el personaje de Bartleby puede tener con su propio autor, con Melville. Citaba antes Moby Dick... Su gestación le llevó dos años a Melville. El notable esfuerzo de creación que fue para él, unido al gran fracasó comercial que cosechó parece que le pasaron una imborrable factura psicológica unido a otros hechos de su vida como fue el suicidio de su hijo mayor. De alguna manera la obra y su devenir inmediato en aquellos tiempos fue para Melville lo que la ballena blanca para Acab: la obra devoró a su autor. Sin embargo, y antes de entrar en esa posible relación, nos dedicaremos primero a profundizar en el personaje de Bartleby.

Ilustración de Javier Zabala de Bartleby
Bartleby, cuya profesión elegida por Melville para introducir su "preferiría no hacerlo" es precisamente la de escribiente, carece de biografía, lo cual ya nos permite reflexionar acerca de que su abordaje no viene determinado por quién es sino por qué es, en especial por aquello que su actitud nos muestra. El otro personaje principal del relato, el abogado que le contrata por sus servicios, y tras haberse enfrentado ya a su impertérrito "preferiría no hacerlo", que en inglés suena más taxativo en ese seco y concreto final "not to", dice acerca de él:

No hay cosa que saque más de quicio a una persona seria que la resistencia pasiva. Si el individuo que experimenta esa resistencia no tiene un carácter inhumano, y el que la ofrece es perfectamente inofensivo en su pasividad, entonces, cuando el primero esta de humor para ello, tratará de buscar con su imaginación una explicación caritativa de lo que su juicio no puede resolver. [1]

Bartleby, efectivamente, es un resistente, resistente pasivo añade el abogado. Nos puede ayudar a seguir la reflexión que propongo un comentario de Josep María Esquirol en su interesante libro "La resistència íntima; assaig d'una filosofia de la proximitat" (La resistencia íntima; ensayo de una filosofía de la proximidad) que se podría aplicar erróneamente a Bartleby:

Hi ha, en canvi, una reclusió i un aïllament del tot estérils, que no porten enlloc, com els de Roquentin, el protagonista de La náusea: "Jo visc sol, completamente sol, No parlo amb ningú mai. No rebo res, no dono res". Ni rebre ni donar, aixó si que es tancament, i els antipodes del resistent, el qual sempre para l'orella, per quan hagi d'arribar la paraula amiga, i el seu pensar generós es vincula a l'acció compromesa. [2]

(Hay, en cambio,una reclusión y un aislamiento del todo estériles, que no llevan a ningún lugar, como los de Roquentin, el protagonista de La náusea: "Yo vivo sólo, completamente sólo. No hablo con nadie nunca. No recibo nada, nada doy. Ni recibir ni dar, eso si es cerrarse, y las antípodas del resistente, el cual siempre pone la oreja, para cuando tenga que llegar la palabra amiga, y su pensar generoso se vincula a la acción comprometida.)

Sería fácil identificar a Bartleby con ese individuo aislado descrito por el filósofo catalán. Sin embargo, es claro que Bartleby no se enmarca en este cuadro. Nuestro escribiente no está aislado ni recluido. Y aunque lo parece la sensación es bien contraria: Bartleby se hace bien presente. Nos hallamos ante una resistencia pasiva de otro tipo. El siempre sutil pensamiento del filósofo italiano Giorgio Agamben pone a Bartleby del lado de la contingencia:

A la experiencia de la tautología, es decir, de una proposición indiferente a las condiciones de verdad porque siempre es verdadera [...], corresponde en Bartleby la experiencia del poder ser algo en verdad y al mismo tiempo no verdad. Si nadie puede siquiera soñar con verificar la fórmula del escribiente es porque el experimento sin verdad no remite al ser o no ser en acto de algo, sino a su ser en potencia. Y la potencia, en cuanto que puede ser o no ser, se sustrae, por su propia definición, a toda condición de verdad y, ante todo, el más firme de todos los principios, al principio de contradicción.

Un ser que puede ser, y al mismo tiempo, no ser, recibe en la filosofía primera, el nombre de contingente. El experimento al que se arriesga Bartleby es una experiencia de contingentia absoluta. [3]
.
Ser no siendo es el experimento de Bartleby y el origen de la misteriosa fuerza que impregna su "Preferiría no hacerlo". Y es también por ello que la fuerza del personaje no se halla sólo en su frase sino también en el silencio que suele acompañarla. Vemos en bastantes ocasiones párrafos como el siguiente:

Bartleby - dije -, Ginger Nut ha salido. Hágame el favor de ir a Correos - no era más que un paseo de tres minutos - y vea si hay algo para mí.
- Preferiría no hacerlo.
- ¿Se niega?
- Preferiría no hacerlo.
Mis piernas apenas pudieron llevarme hasta mi mesa, y allí me senté a cavilar. Mi ciega obstinación volvió. ¿Quedaba alguna cosa en la que pudiera ser ignominiosamente desobedecido por este tipejo sin blanca? ¿Por mi empleado a sueldo? ¿Qué otra cosa habrá, perfectamente razonable, que él se niegue de fijo hacer?
- ¡Bartleby!
Silencio.
- ¡Bartleby!
Silencio.

I would prefer not to.
Bartleby - película de Anthony Friedman, 1972)

Ese "preferiría no hacerlo", así como ese silencio que le sigue en muchas ocasiones, devienen una fuerza que adquiere un carácter especialmente confrontador. Bartleby se hace presente no siendo, y antes que evitar el contacto (que lo llevaría a aislarse o a recluirse), nuestro escribiente aparece como una presencia espectral que no deja a nadie indiferente, y cuya visibilidad y exposición, a pesar de su espectralidad, es bien obvia. ¿Qué lleva a Bartleby a ser no siendo? Creo que una primera respuesta la podemos encontrar en el entorno en el que transcurre el relato y en el que la "rareza de Bartleby" no lo es menos, en todo caso, que la de Turkey o Nippers con sus extraños cambios de humor y actitudes según la hora del día, o la del mismo abogado, en cuyo pensamiento hallamos la falsa bondad y la hipocresía del burgués acomodado:

Pobre hombre, pensaba, no tiene malas intenciones, es evidente que no quiere ser insolente; no hay más que mirarlo para saber que sus rarezas son involuntarias. Me es útil. Puedo llevarme bien con él. Si lo despido, lo más probable es que caiga en manos de un jefe menos indulgente, y que no se anden con consideraciones y lo dejan morir de hambre. Sí, puedo permitirme este capricho por bien poco: proteger a Bartleby, consentirle su extraña terquedad, no me costará nada, mientras cultivo en mi alma lo que en su momento, será un bocado apetitoso para mi conciencia.

Slavoj Zizek, otro de los intérpretes de Bartleby dirige su exégesis precisamente en este sentido cuando dice:

La mejor manera de entender el núcleo de la actitud obsesiva es a través de la noción de la falsa actividad: piensas que eres activo, pero tu verdadera posición, como incrustado en el fetiche, es pasiva. ¿No tropezamos con algo similar a esta falsa actividad en la típica estrategia del neurótico obsesivo que se vuelve frenéticamente activo para impedir que suceda la cosa verdadera? [...] El "acto de Bartleby" es violento precisamente en la medida en que supone no aceptar esta obsesividad activa; en él, no solo se solapan la violencia y la no violencia (la no violencia aparece como la mayor violencia), también lo hacen el actuar y la inactividad (aquí el acto más radical es no hacer nada). La dimensión "divina" se encuentra en este mismo solapamiento de la violencia y la no violencia. [4]

Esa no violencia de Bartleby que aparece como la mayor violencia se extiende a la frase "preferiría no hacerlo". Algo que sorprende en esta frase pronunciada educadamente (un reflejo antitético de la educación que acompaña la hipocresía del abogado), es que no se corresponde con la actitud férrea del no hacer de nuestro escribiente, a la que nuestra lógica más bien diría que le corresponde un "prefiero no hacerlo" o un "no quiero hacerlo". La frase, por otra parte casi la única frase que pronuncia Bartleby, añade a su resistencia pasiva una dimensión radical que se ajusta a ese ser no siendo y cuya calidad se aprecia especialmente en su forma inglesa: I WOULD PREFER NOT TO y que como dice Zizek: no niega el predicado, en realidad afirma un no predicado [5]. Gilles Deleuze, otro de los exégetas de Bartleby dice algo parecido:

Lo desolador de la fórmula consiste en que elimina tan despiadadamente lo preferible como cualquier no preferencia particular. Anula el término al que afecta, y que rechaza, pero también el otro, aquel que aparentemente conserva, y que se torna imposible. [6]

El preferiría del escribiente es un preferiría no hacer... NADA (la afirmación de no predicado). El ser no siendo de Bartleby tiene su esencial manifestación en la inactividad por excelencia. De hecho la única labor que realiza, hasta que también deja de hacerla es la de copista, labor de la que José Luis Pardo nos dice:

El copista es, pues, aquel de quien se espera que repita literalmente, que reproduzca textualmente fórmulas y formulismos (jurídicos, religiosos, retóricos o científicos, tanto da), como letra muerta, es decir, sin asistencia de esa "voz interior" que comprende e interpreta, que rememora e interioriza. [7] 

Hay un momento del relato que resulta muy curioso, justamente cuando decide abandonar la única actividad que hacia de copiar, y en la que dice junto al abogado:

Al día siguiente noté que Bartleby no hacía otra cosa que permanecer junto a la ventana, en su delirio frente al muro ciego. Al preguntarle porque no escribía, dijo que había tomado la decisión de no escribir más.
- ¿A qué viene eso ahora? ¿Qué sera lo siguiente? - exclamé - ¿No va a escribir más?
- No
- ¿Y cuál es el motivo?
- ¿No ve usted el motivo? - replicó indiferente.

¿No ve usted el motivo? es también una interrogación al lector... ¿Qué lleva a Bartleby a abandonar toda actividad que no sea la de seguir viviendo, uno diría casi como un vegetal? Algunos de aquellos que han reflexionado sobre su figura lo relacionan con una dimensión angelical y, por tanto, ello implica una cierta cualidad de mensajero o incluso, como Deleuze indica, una especie de Cristo. A la pregunta de ¿No ve usted el motivo? parece que Bartleby quiera decir... es que no hay motivo (siguiendo la lógica de preferiría no hacerlo), simplemente NO HAY. Bartleby parece constituirse en un espejo, o si se prefiere en términos más junguianos, en una sombra, de esa actividad obsesiva o histérica que caracteriza nuestras sociedades occidentales, sean del orden que sean. Bartleby refleja la futilidad de todas las cosas cuando su motor es esa especie de actividad epileptoide y frenética que parece poseernos y bajo cuya tiranía parecemos vivir sometidos. Así su "preferiría no hacerlo" (I would prefer not to) deviene, como bien observa Zizek en "un significante convertido en objeto. Un significante reducido a marca interna que representa la caída del orden simbólico" [8]. El escribiente surge como para dar cuenta del abismal centro vacío sobre el que se fundamentan los constructos neuróticos. De ahí también su imagen anoréxica, como destaca el abogado: pálida y pulcra, respetable hasta inspirar compasión, con un aire irremediable de desamparo. Una imagen que, precisamente por ser sombra o anti-imagen, el abogado siente extrañamente cercana:

Por primera vez en mi vida me dominó un sentimiento de dolorosa y abrumadora melancolía. Hasta entonces no había experimentado más que una tristeza no del todo desagradable. La humana condición que nos unía llevaba ahora irresistiblemente al pesimismo. ¡Una melancolía fraternal! Porque tanto Bartleby como yo eramos hijos de Adán.

Me resulta tentador ver a Bartleby como una forma extrema del esquizoide que no se resiste a través de la pasividad que manifiesta con su terca ocultación, su renuncia a pertenecer aislándose o recluyéndose sino, todo lo contrario, a resistir empecinadamente con su extraña presencia y desvelar, sin proponérselo, el sinsentido de las falsas apariencias de la existencia humana, la futilidad de sus deseos y ambiciones que le llevan a él a renunciar a toda apariencia, a todo deseo u ambición, a todo interés. Es como si nos dijera que la única manera de que los humanos no compliquemos el equilibrio  natural de todas las cosas fuera abstebiéndonos de todo tipo de acción. Eso es lo que hace que el "preferiría no hacerlo" de Bartleby no sea nihilista sino desvelador o, como antes decía, que Bartleby sea la sombra de la falsedad obsesiva o histérica que se constituyen en motor de nuestro mundo. Otra pequeña frase que parece dar cuenta de esto y paralela a "preferiría no hacerlo" es cuando Bartleby le dice al abogado: Yo no soy particular (I'm not particular). Lo cual parece obvio porque la particularidad exige ser siendo. De Bartleby nada sabemos de su pasado, no hay el menor intento de proyección de futuro y su presente es un misterio hecho de repetición de la fórmula, de silencio y de una exterioridad hierática, neutra que parece dar testimonio de una interioridad vacía.

Bartleby - película de Maurice Ronet, 1976 -

- Sobre Herman Melville y Bartleby

Desde un punto de vista psicológico me resulta inevitable llevar la reflexión de Bartleby hacia el propio Melville y preguntarme que tiene que ver su personaje con él mismo. Y creo que para comprender a Bartleby es necesario recurrir a Moby Dick. El fracaso de la obra afectó definitivamente a Melville quien, probablemente, quedó aun más tocado tras el nuevo y aun más sonado fracaso, y que le valió el descrédito literario final, de su siguiente novela, Pedro o las ambiguedades. Fue después de esta obra que escribió Bartleby el escribiente. Su vida, a partir de este momento, fue cayendo en el retiro y el olvido, las dificultades psicológicas y físicas, las dificultades económicas, hasta que, prácticamente olvidado, murió justo cuarenta años después de la publicación de Moby Dick. En cierto modo Bartleby es el opuesto al enérgico y obsesionado Capitán Acab. Como en el análisis que hemos hecho del personaje, es más que probable que Melville vertiera en él e invirtiera su frustración en relación a una sociedad norteamericana que no reconocía a sus escritores. Dice Melville en un texto suyo sobre la literatura norteamericana:

Dado que en América hay pocos autores, y que el pueblo es indiferente a ellos, el escritor no puede ser reconocido como un maestro, pero, incluso en su fracaso y quizás gracias a él, sigue siendo portador de una enunciación colectiva que rebasa la historia literaria y preserva los derechos de un pueblo futuro, de una mutación humana. [9]

Un texto casi profético en relación a la vida de Melville y a su posterior reconocimiento no sólo dento de la literatura norteamericana sino universal. En ese sentido es interesante cuando al final del relato Melville, en boca del abogado, nos da el único hecho reconocido acerca de la vida de Bartleby cuando nos alerta que nuestro escribiente había trabajado en la oficina de Cartas Muertas de Washington. Un emocionado abogado nos dice acerca de estas cartas que nunca llegaron a sus destinatarios:

A veces el funcionario extrae del papel doblado un anillo... El dedo al que estaba destinado está, quizá, pudriéndose en la tumba. Un billete enviado en urgente socorro. Aquel al que debía aliviar ni come ni pasa hambre ya. Perdón para los que murieron desesperados, esperanzas para los que murieron sin esperanzas, buenas noticias para los que murieron ahogados por las calamidades, con sus mensajes de vida, estas cartas van directas a la muerte.

"... con sus mensajes de vida, estas cartas van directas a la muerte". ¿Y no es acaso esto lo que le ocurrió a Melville con Moby Dyck? Una obra que fue directa a la muerte al no encontrar destino en sus lectores. Bartleby parece ser su respuesta a una sociedad que no aprecia su labor creativa, un personaje que surge de la denegación literaria de Melville: invierte la actitud del creador para negarse a crear creación alguna más, invierte incluso la de su ser en cuanto a ser hablante - y escribiente -, y así se niega a enviar mensaje alguno más, sea del tipo que sea, y elige ser un muro (recordemos que el subtítulo de la obra es una historia de Wall Street - La calle del Muro -) del que nada se pueda extraer y al que nada pueda penetrar:

“Preferiría no hacerlo” opera en calidad de rehusamiento,  entendiendo por rehusamiento una alternativa posible para traducir el  término Versagung (denegación, frustración) en el sentido que adquiere ese término alemán cuando lo encontramos en Freud.  Tal como surge, ese dicho impasible de Bartleby rehusa, revoca el pacto de la palabra, en lo que la palabra tiene de compromiso con la demanda. [10]

La única manera de que las cartas no encuentren destinatario - la muerte de la carta - es no escribir más cartas. Como decía Zizek, Bartleby es el portador de un significante (Preferiría no hacerlo) que representa la caída del orden simbólico, o lo que es lo mismo, Bartleby se resiste a toda interpretación a pesar de todos los esfuerzos de aquellos que andamos buscando sus significados, pues toda interpretación incluye la subjetividad del otro, y eso es lo que precisamente Bartleby "preferiría no hacer".

El filósofo lacaniano Slavoj Zizek.
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[1] Melville, Herman. Bartleby, el escribiente. Traducción de José Manuel Benítez para Preferiría no hacerlo de la Editorial Pre-Textos. Todas las citas de esta obra corresponden a esta traducción.
[2] Esquirol, Josep Maria. Resistència íntima: assaig d'una filosofía de la proximitat. Quaderns Crema, pág.12
[3] Agamben, Giorgio. Bartleby o de la contingencia. Traducción de José Luis Pardo para Preferiría no hacerlo de la Editorial Pre-Textos, pág. 121
[4] Zizek, Slavoj. Viviendo en el final de los tiempos. Akal. Cuestiones de antagonismo, pág. 410
[5] Zizek, Slavoj. Visión de paralaje. Fondo Cultura Económico, pág. 465
[6] Deleuze, Gilles. Bartleby o la fórmula. Traducción de José Luis Pardo para Preferiría no hacerlo de la Editorial Pre-Textos, pág. 63
[7] Pardo, José Luis. Bartleby o de la humanidad. Para Preferiría no hacerlo de la Editorial Pre-Textos, pág. 152
[8] Ver nota 5, pág. 465
[9] Ver nota 6. Citado por Gilles Deleuze del texto de Melville Hawthorne y sus musas.
[10] Berdullas, Pilar. Un particular rehusamiento. http://www.psicoanalisisfreud1.com.ar/textosdocentes.php

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BARTLEBY Y EL CINE.

Hay tres películas interesantes que adaptan el relato de Melville sobre Bartleby:

BARTLEBY
(Anthony Friedman, 1970).
Existe DVD en inglés
Hay disponibles subtitulos en castellano en:
http://www.subdivx.com/X6XMjkxMDIzX-bartleby-1970.html

Una buena adaptación de la obra de Melville situada en el Londres de los años sesenta. Es quizá la versión más conocida y cuenta con buenas interpretaciones.




BARTLEBY
(Maurice Ronet, 1976)
Disponible en youtube en francés:
https://www.youtube.com/watch?v=0GgFtN7T0QM

Otra adaptación de la obra de Melville con muy buenos actores en su interpretación y acompañada de una sutil dimensión poética que hacen de ella una obra entrañable.






  BARTLEBY
  (Jonathan Parker, 2001)
  Existe DVD en inglés

Para mi gusto la más floja de las tres al incluir divergencias sobre la historia de Melville dotándola de un aire cómico y surrealista que desvirtúan el espíritu de la obra de Melville.

martes, 18 de agosto de 2015

ALBERTO CAEIRO (Fernando Pessoa): La profundidad de lo sencillo.

En las ciudades, la vida es más pequeña
que aquí en mi casa en lo alto de este otero.
En la ciudad, las casas grandes encierran la vista con llave,
esconden el horizonte, empujan nuestra mirada lejos de todo el cielo,
nos vuelven pequeños porque nos quitan todo y tampoco podemos mirar
y nos vuelven pobres porque nuestra única riqueza es ver.

I. LA MIRADA Y LA VISIÓN DE ALBERTO CAEIRO.

                                                                                                                        Leve, leve, muy leve
                                                                                                                        un viento muy leva pasa,
                                                                                                                        y se va, siempre muy leve.
                                                                                                                        Y no se lo que pienso
                                                                                                                        ni procuro saberlo.

La poesía de Fernando Pessoa, a través de su heterónimo Alberto Caeiro, forma parte de un arte, de una poesía, que me conmueve especialmente. Una vez más se trata de "la mirada", de "la visión" que ya hemos explorado al tratar acerca de la poesía de Hölderlin o de la música de los movimientos intermedios de Las Cuatro estaciones de Vivaldi. Sin embargo, en Caeiro-Pessoa la visión, siendo la misma, es a su vez distinta. Si en Hölderlin nos hallamos ante la gran visión, la macrovisión con la que nos describe a través de imágenes imponentes las estaciones, en Alberto Caeiro se nos ofrece la pequeña visión, la microvisión capaz de ser tan intensa y tan conmovedora como esas imágenes tan bellas y conmovedoras de Hölderlin. Partiremos de uno de los primeros poemas de Caeiro para comprender y profundizar en la calidad de esa mirada, pues él mismo es quien nos la define:

                                             Mi mirada es nítida como un girasol.
                                             Tengo la costumbre de andar por los caminos
                                             mirando a la derecha y a la izquierda
                                             y de vez en cuando mirando para atrás...
                                             Y lo que veo a cada instante
                                             es lo que antes nunca había visto,
                                             y me doy buena cuenta de ello.
                                             Sé sentir el asombro esencial
                                             que tiene un niño si, al nacer,
                                             de veras reparase en que nacía...
                                             Me siento nacido a cada instante
                                             a la eterna novedad del mundo. [1]

Así expresa Alberto Caeiro su mirar... Coincide con Hölderlin en que se trata de un mirar que tiene que ver el paraíso de la infancia, ese mirar que está más allá del tiempo y del espacio y que tiene que ver más con el asombro que con el pensar, con la contemplación que con la categorización. Y así su poema continúa:

                                             Creo en el mundo como en una margarita
                                             porque lo veo. Pero no pienso en él,
                                             porque pensar es no comprender...
                                             El mundo no se ha hecho para pensar en él
                                             (pensar es estar enfermo de los ojos),
                                             sino para mirarlo y estar de acuerdo.

La suspensión del pensamiento se abre a la mirada contemplativa que Hölderlin y Caeiro, como, en ocasiones obervamos en Tagore o en Juan Ramón Jiménez, mantienen sobre el mundo y que, a la vez, les abre a sentirse mirados por él, de ahí también el asombro, el sentirse sorprendidos. Quizá por ello lo que trasciende a través del camino que va de la contemplación al verso es algo que todos estos poetas comparten: el amor y la belleza. Y por ello acaba este poema con los versos siguientes:

                                              Yo no tengo filosofía, tengo sentidos...
                                              Si hablo de la Naturaleza no es porque sepa lo que es,
                                              sino porque la amo, y la amo por eso,
                                              porque quien ama nunca sabe lo que ama,
                                              ni sabe por qué ama, ni que es amar.

                                              Amar es la eterna inocencia
                                              y la única inocencia es no pensar.

Como Tagore en Luna nueva o Schumann en las kinderszenen (ver entrada aquí), Caeiro se sitúa también en la inocencia como lugar del amor. Asombro, contemplación, inocencia, amor dotan a la mirada de Caeiro de la difícil sabiduría de la sencillez. Oigámosle en los versos siguientes:

                                              Seamos sencillos y serenos
                                              como los regatos y los árboles,
                                              y Dios nos amará haciéndonos 
                                              bellos como los regatos y los árboles,
                                              y nos dará flores en su primavera,
                                              y un río a donde ir cuando acabemos.
 


Sólo desde esa sencillez es posible ese asombro de la mirada que mira siempre como una primera vez, y que siempre se siente mirada por vez primera. De la mirada que comprende que lo místico es la existencia misma y que la existencia es esencialmente sencilla... Basta parar y contemplar y dejarse contemplar para descubrir y ser descubierto. Es esa sencillez con la que un niño mira el fluir del río y el impacto de una piedra levantando sus aguas, que escala con su mirada el tronco del árbol para llegar a la frondosa copa del árbol o la curiosidad con la que se acerca hacia la flor:

                                              El Niño Nuevo que habita donde vivo
                                              me da una mano a mi
                                              y la otra a todo cuanto existe,
                                              y así vamos los tres por los caminos
                                              saltando y cantando y riendo
                                              y gozando nuestro común secreto,
                                              que es el saber en cualquier parte
                                              que no hay misterio en el mundo
                                              y que todo vale la pena.

                                              El Niño Eterno me acompaña siempre,
                                              la dirección de mi mirada es la que señala su dedo.
                                              Mi oído atento alegremente a todos los sonidos
                                              son las cosquillas que él me hace, jugando, con las orejas.

Fernando Pessoa
De esa mirada arranca Caeiro versos como perlas y nos da, sin decirlo ni saberlo, una lección del drama de la neurosis, que como las mismas ciudades, "nos encierra la vista con llave". Y los oídos, y el tacto... como con llave también "nos encierra los sentidos". Lo neurótico, en el grado en que lo sea, por ser una amputación del ser lo es también de la existencia... Caeiro opone a lo neurótico una expresión muy suya: el ser natural. Es ese "ser natural" el que fundamenta la profundidad de la sencillez de Caeiro, y que no es más que la que deviene de una profunda experimentación de la existencia que determina ese triángulo que constituyen ese Niño que une con una mano al adulto y con la otra a todo cuanto existe o, si se prefiere, la Naturaleza. En sus versos se destaca la importancia de la actitud que se desprende de ese triángulo que une Niño-adulto-existencia, la importancia de algo que todo aquel que contempla y se deja contemplar experimenta: la serenidad. Así, poco a poco, se va configurando a través de sus versos una triada fundamental para la visión de la sencillez: inocencia, amor y serenidad.

                                               Si pudiera morder la tierra entera
                                               y sentir su sabor,
                                               y si la tierra fuera algo para morder
                                               sería más feliz un instante...
                                               Pero no siempre quiero ser feliz.
                                               Hace falta ser infeliz de vez en cuando
                                               para poder ser natural...
                                               No todo es días de sol,
                                               y la lluvia, cuando escasea, se pide.
                                               Por eso tomo la infelicidad y la felicidad
                                               con naturalidad, como quien no se extraña
                                               de que haya montañas y llanuras
                                               y de que haya rocas y  hierbas.

                                               Lo que si hace falta es ser natural y sereno
                                               en la infelicidad o la felicidad,
                                               sentir como quien mira,
                                               pensar como quien anda,
                                               y cuando se va a morir, acordarse de que el día muere,
                                               y que el poniente es hermoso y es hermosa la noche que queda...
                                              Y que si así es, es porque es así.

Es desde esa "visión serena" que acompaña la inocencia y el amor que Caeiro apunta una especial sensibilidad hacia las "cosas", una sensibilidad donde el sentimiento se hace mucho más presente que la emoción, lo que dota a sus versos de una gravedad especial:

                                               Pobres de las flores en los arriates de los jardines simétricos.
                                               Parecen tener miedo de la policía...
                                               Pero tan ciertas que florecen del mismo modo
                                               y tienen el mismo colorido antiguo
                                               que tuvieron para la mirada primera del primer hombre
                                               que las vio recién aparecidas y las rozó levemente
                                               para verlas con los dedos.                      



o en:

                                              Otras veces oigo pasar el viento,
                                              y me parece que sólo por oir pasar el viento vale la pena 
                                                                                                                                  haber nacido.



o también en:

                                             Bendito sea el mismo sol de otras tierras
                                             que hace hermanos míos a todos los hombres
                                             porque todos los hombres, un momento al día, lo miran como yo,
                                             y en ese puro momento
                                             todo limpio y sensible
                                             regresan imperfectamente y con un suspiro que apenas sienten
                                             el Hombre verdadero y primitivo
                                             que veía el Sol nacer y aun no lo adoraba.
                                             Porque eso es natural, más natural
                                             que adorar al sol y después a Dios
                                             y después a todo lo demás que no existe.




II. LA NATURALEZA ES PARTES SIN UN TODO.

                                                                                  Todas las opiniones que hay sobre la Naturaleza
                                                                                  nunca han hecho crecer una hierba o una flor.

La visión de Caeiro, que se acerca ahora profundamente a una visión Zen, ahora a una visión pagana y panteísta, tiene su momento de iluminación. El poeta lo describe claramente en uno de sus poemas que incluye un verso, como dice Ricardo Reis (otro heterónimo de Pessoa), que es el supremo verso de su obra: La Naturaleza es partes sin un todo.

Alberto Caeiro opone la obviedad - por otro lado nada obvia para el pensamiento - al sentido oculto de las cosas. Inicia ese poema en el que describe su instante de iluminación con los siguientes versos:

                                            En un día excesivamente nítido,
                                            día en que daban ganas de haber trabajado mucho
                                            para en él no trabajar nada,
                                            entreví, como un camino entre los árboles,
                                            lo que tal vez sea el Gran Secreto,
                                            aquel Gran Misterio del que hablan los falsos poetas.

En varios de sus poemas Caeiro "carga" contra aquello que, según él, nos aleja del verdadero "ver" y que, en sus palabras, vendría a ser la obcecación por el misterio, por lo secreto, por la verdad que se oculta tras el velo de las cosas y los fenómenos. Dice con toda claridad:

                                           ¿El misterio de las cosas? ¡Que se yo lo que es el misterio!
                                           El único misterio es que haya quien piense en el misterio

                                           [...]

                                           "Constitución íntima de las cosas"...
                                           "Sentido íntimo del Universo"
                                            Todo esto es falso, todo esto no quiere decir nada.
                                            Es increíble que se pueda pensar en cosas de éstas.
                                            Es como pensar en razones y fines
                                            cuando empiezo a rayar la mañana, y por el flanco de los árboles
                                            un vago oro lustroso va perdiendo oscuridad.

Dice de Francisco de Asís:

                                            ¿Cómo un hombre que amaba tanto las cosas
                                             nunca las miraba, no sabía que eran?

                                            ¿Por qué había de llamar hermana mía al agua, si no es mi hermana?

                                            ¿Para sentirla mejor?
                                             La siento mejor bebiéndola que llamándole cualquier cosa.
                                             Hermana, o madre, o hija.
                                             El agua es el agua y es bella por eso.

Alberto Caeiro denuncia constantemente el ocultismo que siempre anda buscando misterios y secretos donde, según él, no los hay, y a los que ve como simples espejismos del pensamiento o incluso del sentimiento y la emoción (aquí es donde se aproxima al Zen). La necesidad del absoluto quizá no sea más que una necesidad de la falta básica del ser humano (por seguir a Michael Balint o a Otto Rank), la necesidad de mantener una esperanza en la existencia de "algo" que subyace a la diversidad y que recomponga la separación, la incompletud que anida en el ser humano como una carencia estructural. Esa es la iluminación que manifiesta y que identifica como "lo que tal vez sea el Gran Secreto, aquel Gran Misterio del que hablan los falsos poetas".

                                             Vi que no hay Naturaleza,
                                             que Naturaleza no existe,
                                             que hay montes, valles, llanos,
                                             que hay árboles, flores, hierbas,
                                             que hay ríos y piedras,
                                             pero que no hay un todo al que esto pertenezca,
                                             que un conjunto real y verdadero
                                             es una enfermedad de nuestras ideas.

Y que le lleva a concluir que:

                                             La Naturaleza es partes sin todo.
                                             Este es tal vez el tal misterio del que hablan.

Caeiro se refiere a ese todo en el sentido de ese absoluto que parece ocultarse tras el mundo de las cosas y los fenómenos dándoles un significado distinto del aparente. Se revela contra los sentidos ocultos, el absoluto que intentan dar un significado distinto. Recordemos: "Constitución íntima de las cosas", "Sentido íntimo del universo"... La mística de Caeiro podría entenderse como una antimística que se aferra a la obviedad de lo existente y al absurdo de la búsqueda de sentido. Una piedra es una piedra, una flor es una flor. Insisten reveladores sus versos:

                                             A veces me pongo a mirar una piedra.
                                             No me pongo a pensar si siente.
                                             No me pierdo llamándola hermana mía.
                                             Pero me gusta por ser una piedra,
                                             me gusta porque no siente nada,
                                             me gusta porque no tiene parentesco alguno conmigo.

En otro poema nos muestra su visión con claridad, Veamos algunos de sus versos:

                                             Sí, esto es lo que mis sentidos aprendieron solos:
                                             las cosas no tienen significación, tienen existencia.
                                             Las cosas son el único sentido oculto de las cosas.

III. AMOR, COMPAÑÍA Y DECEPCIÓN.

                                                                                                         Quien ama es diferente de quien es
                                                                                                         Es la misma persona sin nadie.

Hay en el conjunto de su obra un grupo de ocho poesías agrupadas bajo el título de "El pastor amoroso" que nos muestran el efecto del amor a una mujer sobre Alberto Caeiro. Se trata quizá de los más bellas poesías de amor escritas. El primer poema empieza así:

                                             Cuando yo no tenía
                                             amaba la Naturaleza como un  monje sereno a Cristo,
                                             ahora amo a la Naturaleza
                                             como un monje sereno a la Virgen María,
                                             religiosamente, a mi modo, como antes,
                                             pero de una manera más conmovida y cercana.
                                             Veo mejor los ríos cuando voy contigo
                                             por los campos hasta la orilla de los ríos;
                                             sentado a tu lado observando las nubes, las veo mejor.



Observamos algo que en el comentario que hice de la película "Hacia rutas salvajes" (pulsar aquí para verlo) le sucede a su protagonista (Chris McCandless) hacia el trágico final de su estancia en Alaska. Me refiero al subrayado que encontraron del libro de Boris Pasternak "El doctor Zhivago", y que dice: "Y así resultó que sólo una vida similar a la vida de aquellos que nos rodean, fusionándose con ella en armonía, es una vida genuina y que una felicidad no compartida no es felicidad". Alberto Caeiro lo dice en los siguientes versos:

                                             El amor es una compañía.
                                             Ya no puedo andar sólo por los caminos,
                                             porque ya no puedo andar sólo.

En el amor a esa mujer indeterminada Caeiro sufre como una amplificación de su ver y de su sentir:

                                             tú no me has quitado la Naturaleza...
                                             Tú has cambiado la Naturaleza...
                                             Has traído la Naturaleza a mi lado,
                                             por existir tú la veo mejor, pero la misma,
                                             por amarme tú, la amo del mismo modo, pero más,
                                             por escogerme tú para tenerte y amarte,
                                             mis ojos contemplaron más demoradamente bellas todas las cosas.

En sus versos aflora junto al sentimiento la visibilidad de la emoción (que requiere cercanía) que en el resto de su obra parece más contenida en el sentimiento mismo (que se mantiene más en la lejanía):

                                            Me gusta tanto que no sé como desearla.
                                            Si no la veo, la imagino y soy fuerte como los árboles altos.
                                            Pero si la veo tiemblo, no sé que se hizo de lo que siento en su ausencia.
                                            Todo yo soy una forma cualquiera que me abandona.
                                            Toda la realidad me mira como un girasol con su cara en medio.

Caeiro habla también de la completud que siente a través de su amor y de sentirse amado. Experimenta en toda su intensidad el esplendor del enamoramiento. Dentro de su soledad, una soledad efectivamente elegida, irrumpe de repente el encuentro y con él la intensidad del deseo, del amor. Sus versos, efectivamente, dan voz a esa felicidad que sólo es felicidad si es compartida. Y, sin embargo, el último poema nos habla del amor que no se consumó: "El pastor amoroso perdió su cayado / y las ovejas se descarriaron por la ladera / y, de tanto pensar, ni tocó la flauta que trajo para tocar". En unos pocos versos nos muestra también al Caeiro dolido que vuelve su mirada a la Naturaleza y a la soledad como su refugio. Caeiro se nos muestra en su parte más humana y nos pone en relación con la dificultad de conjugar el amor a una flor o a una piedra con el amor a otro ser humano. Es distinto amar a lo que no habla que a lo que habla, al ser capaz de simbolizar del que no lo hace.

                                             Cuando se levantó de la ladera y de la verdad falsa, lo vio todo:
                                             Los grandes valles llenos de los mismos varios verdes de siempre,
                                             las grandes montañas, más reales que cualquier sentimiento,
                                             toda la realidad, con el cielo, el aire y los campos que están presentes,
                                             (y de nuevo el aire, que le había faltado tanto tiempo,
                                                                                                               entró fresco en sus pulmones)
                                             y sintió que de nuevo el aire le abría, pero con dolor, una
                                                                                                                         libertad en el pecho.

La clave de estos versos está en el último verso, en ese "pero con dolor" que justamente lo opone al resto de los versos y a la misma libertad citada. Cuan distinto sonaría este verso de haberse escrito como "y sintió que de nuevo el aire le abría, y el dolor, una libertad en el pecho". Esa sustitución del "pero" por el "y" tan conocida en la psicoterapia gestáltica es clave en lo que significa la exclusión (el pero) o la inclusión (el y) en la nueva experiencia (libertad). Es algo que Ricardo Reis nota en su reflexión sobre la obra de Caeiro acerca de este episodio amoroso: "El enviciamiento mental producido por este episodio amoroso que, además de haber sido estéril, fue perturbador, y cuyos detalles desconozco y deseo no conocer, continuó en el espíritu del poeta. Dejó un rastro viciado. Nunca más, salvo en efímeros episodios poéticos, volvió aquella serenidad suprema..."

Es diferente amar lo que simplemente existe que lo que existe con una consciencia confundida, que existe como un ser que siente su existencia como una carencia y que, sin embargo, pone de camino uno de los sentimientos más dificultuosos: el amor y, en consecuencia, cómo amarnos como seres carentes. Ese "rastro viciado" del que habla Ricardo Reis deja entrever algo que Nietzsche también entrevió cuando dijo aquello de que "es más fácil amar a la humanidad que amar a ser humano". Es el rastro que deja intentar amar al ser humano concreto, una experiencia muy diferente que amar a una flor o a una piedra, al susurro del viento o el murmullo de las aguas del río, al valle o la montaña.

Si algo se le puede achacar a la poesía del último Hölderlin o de Alberto Caeiro es que su mirada, su ver, no pudo mirar ni ver al ser humano dentro de sus paisajes a menos que no lo pudiera contemplar como contemplaban una flor o una piedra, un valle o una montaña, como una imagen más no hablante del paisaje. Quizá por ello a uno los dioses lo enloquecieron joven, y al otro Fernando Pessoa lo hizo morir joven ("Has muerto joven como los dioses quieren cuando aman" dice Reis). Hay una cierta melancolía - la perturbación de la serenidad suprema de la que habla Reis - en las poesías llamadas inconclusas de Caeiro, y quizá tenga que ver con esto, quizá tenga que ver con que su mirada, su ver no alcanzó al ser humano en su paisaje, y que cuando lo alcanzó a través del amor, más también desde la carencia, se topó con el dolor, un dolor con el que no supo como manejarse.

Quizá faltó un eslabón en esa mirada hacia el ser humano para poder mirarlo y dejarse mirar por él, para verle y dejarse ver, un eslabón fundamental en la experiencia del amor hacia el otro y hacia sí mismo que el valle o la montaña, que la flor o la piedra no requieren por sí mismas (con la excepción del mirar ecológico actual provocado por la destrucción de las especies y los ecosistemas). El amor a lo humano requiere de la compasión desde la que tan sólo es posible contemplar la existencia humana en su dimensión más compleja: la de una consciencia lanzada a la existencia.

Alberto Caeiro muere finalmente como vivió:

                                            LAST POEM

                                                                                  (dictado por el poeta el día su muerte)

                                            Es quizás el último día de mi vida.
                                            He saludado al sol, levantando mi mano derecha,
                                            más no lo he saludado para decirle adiós.
                                            He hecho la señal de que me gustaba verlo todavía:
                                                                                                                       nada más.