I. LA MIRADA Y LA VISIÓN DE ALBERTO CAEIRO.
Leve, leve, muy leve
un viento muy leva pasa,
y se va, siempre muy leve.
Y no se lo que pienso
ni procuro saberlo.
La poesía de Fernando Pessoa, a través de su heterónimo Alberto Caeiro, forma parte de un arte, de una poesía, que me conmueve especialmente. Una vez más se trata de "la mirada", de "la visión" que ya hemos explorado al tratar acerca de la poesía de Hölderlin o de la música de los movimientos intermedios de Las Cuatro estaciones de Vivaldi. Sin embargo, en Caeiro-Pessoa la visión, siendo la misma, es a su vez distinta. Si en Hölderlin nos hallamos ante la gran visión, la macrovisión con la que nos describe a través de imágenes imponentes las estaciones, en Alberto Caeiro se nos ofrece la pequeña visión, la microvisión capaz de ser tan intensa y tan conmovedora como esas imágenes tan bellas y conmovedoras de Hölderlin. Partiremos de uno de los primeros poemas de Caeiro para comprender y profundizar en la calidad de esa mirada, pues él mismo es quien nos la define:
Mi mirada es nítida como un girasol.
Tengo la costumbre de andar por los caminos
mirando a la derecha y a la izquierda
y de vez en cuando mirando para atrás...
Y lo que veo a cada instante
es lo que antes nunca había visto,
y me doy buena cuenta de ello.
Sé sentir el asombro esencial
que tiene un niño si, al nacer,
de veras reparase en que nacía...
Me siento nacido a cada instante
a la eterna novedad del mundo. [1]
Así expresa Alberto Caeiro su mirar... Coincide con Hölderlin en que se trata de un mirar que tiene que ver el paraíso de la infancia, ese mirar que está más allá del tiempo y del espacio y que tiene que ver más con el asombro que con el pensar, con la contemplación que con la categorización. Y así su poema continúa:
Creo en el mundo como en una margarita
porque lo veo. Pero no pienso en él,
porque pensar es no comprender...
El mundo no se ha hecho para pensar en él
(pensar es estar enfermo de los ojos),
sino para mirarlo y estar de acuerdo.
Yo no tengo filosofía, tengo sentidos...
Si hablo de la Naturaleza no es porque sepa lo que es,
sino porque la amo, y la amo por eso,
porque quien ama nunca sabe lo que ama,
ni sabe por qué ama, ni que es amar.
Amar es la eterna inocencia
y la única inocencia es no pensar.
Como Tagore en Luna nueva o Schumann en las kinderszenen (ver entrada aquí), Caeiro se sitúa también en la inocencia como lugar del amor. Asombro, contemplación, inocencia, amor dotan a la mirada de Caeiro de la difícil sabiduría de la sencillez. Oigámosle en los versos siguientes:
Seamos sencillos y serenos
como los regatos y los árboles,
y Dios nos amará haciéndonos
bellos como los regatos y los árboles,
y nos dará flores en su primavera,
y un río a donde ir cuando acabemos.
Sólo desde esa sencillez es posible ese asombro de la mirada que mira siempre como una primera vez, y que siempre se siente mirada por vez primera. De la mirada que comprende que lo místico es la existencia misma y que la existencia es esencialmente sencilla... Basta parar y contemplar y dejarse contemplar para descubrir y ser descubierto. Es esa sencillez con la que un niño mira el fluir del río y el impacto de una piedra levantando sus aguas, que escala con su mirada el tronco del árbol para llegar a la frondosa copa del árbol o la curiosidad con la que se acerca hacia la flor:
El Niño Nuevo que habita donde vivo
me da una mano a mi
y la otra a todo cuanto existe,
y así vamos los tres por los caminos
saltando y cantando y riendo
y gozando nuestro común secreto,
que es el saber en cualquier parte
que no hay misterio en el mundo
y que todo vale la pena.
El Niño Eterno me acompaña siempre,
la dirección de mi mirada es la que señala su dedo.
Mi oído atento alegremente a todos los sonidos
son las cosquillas que él me hace, jugando, con las orejas.
Fernando Pessoa |
Si pudiera morder la tierra entera
y sentir su sabor,
y si la tierra fuera algo para morder
sería más feliz un instante...
Pero no siempre quiero ser feliz.
Hace falta ser infeliz de vez en cuando
para poder ser natural...
No todo es días de sol,
y la lluvia, cuando escasea, se pide.
Por eso tomo la infelicidad y la felicidad
con naturalidad, como quien no se extraña
de que haya montañas y llanuras
y de que haya rocas y hierbas.
Lo que si hace falta es ser natural y sereno
en la infelicidad o la felicidad,
sentir como quien mira,
pensar como quien anda,
y cuando se va a morir, acordarse de que el día muere,
y que el poniente es hermoso y es hermosa la noche que queda...
Y que si así es, es porque es así.
Es desde esa "visión serena" que acompaña la inocencia y el amor que Caeiro apunta una especial sensibilidad hacia las "cosas", una sensibilidad donde el sentimiento se hace mucho más presente que la emoción, lo que dota a sus versos de una gravedad especial:
Pobres de las flores en los arriates de los jardines simétricos.
Parecen tener miedo de la policía...
Pero tan ciertas que florecen del mismo modo
y tienen el mismo colorido antiguo
que tuvieron para la mirada primera del primer hombre
que las vio recién aparecidas y las rozó levemente
para verlas con los dedos.
o en:
Otras veces oigo pasar el viento,
y me parece que sólo por oir pasar el viento vale la pena
haber nacido.
o también en:
Bendito sea el mismo sol de otras tierras
que hace hermanos míos a todos los hombres
porque todos los hombres, un momento al día, lo miran como yo,
y en ese puro momento
todo limpio y sensible
regresan imperfectamente y con un suspiro que apenas sienten
el Hombre verdadero y primitivo
que veía el Sol nacer y aun no lo adoraba.
Porque eso es natural, más natural
que adorar al sol y después a Dios
y después a todo lo demás que no existe.
II. LA NATURALEZA ES PARTES SIN UN TODO.
Todas las opiniones que hay sobre la Naturaleza
nunca han hecho crecer una hierba o una flor.
La visión de Caeiro, que se acerca ahora profundamente a una visión Zen, ahora a una visión pagana y panteísta, tiene su momento de iluminación. El poeta lo describe claramente en uno de sus poemas que incluye un verso, como dice Ricardo Reis (otro heterónimo de Pessoa), que es el supremo verso de su obra: La Naturaleza es partes sin un todo.
Alberto Caeiro opone la obviedad - por otro lado nada obvia para el pensamiento - al sentido oculto de las cosas. Inicia ese poema en el que describe su instante de iluminación con los siguientes versos:
En un día excesivamente nítido,
día en que daban ganas de haber trabajado mucho
para en él no trabajar nada,
entreví, como un camino entre los árboles,
lo que tal vez sea el Gran Secreto,
aquel Gran Misterio del que hablan los falsos poetas.
En varios de sus poemas Caeiro "carga" contra aquello que, según él, nos aleja del verdadero "ver" y que, en sus palabras, vendría a ser la obcecación por el misterio, por lo secreto, por la verdad que se oculta tras el velo de las cosas y los fenómenos. Dice con toda claridad:
¿El misterio de las cosas? ¡Que se yo lo que es el misterio!
El único misterio es que haya quien piense en el misterio
[...]
"Constitución íntima de las cosas"...
"Sentido íntimo del Universo"
Todo esto es falso, todo esto no quiere decir nada.
Es increíble que se pueda pensar en cosas de éstas.
Es como pensar en razones y fines
cuando empiezo a rayar la mañana, y por el flanco de los árboles
un vago oro lustroso va perdiendo oscuridad.
Dice de Francisco de Asís:
¿Cómo un hombre que amaba tanto las cosas
nunca las miraba, no sabía que eran?
¿Por qué había de llamar hermana mía al agua, si no es mi hermana?
¿Para sentirla mejor?
La siento mejor bebiéndola que llamándole cualquier cosa.
Hermana, o madre, o hija.
El agua es el agua y es bella por eso.
Vi que no hay Naturaleza,
que Naturaleza no existe,
que hay montes, valles, llanos,
que hay árboles, flores, hierbas,
que hay ríos y piedras,
pero que no hay un todo al que esto pertenezca,
que un conjunto real y verdadero
es una enfermedad de nuestras ideas.
Y que le lleva a concluir que:
La Naturaleza es partes sin todo.
Este es tal vez el tal misterio del que hablan.
Caeiro se refiere a ese todo en el sentido de ese absoluto que parece ocultarse tras el mundo de las cosas y los fenómenos dándoles un significado distinto del aparente. Se revela contra los sentidos ocultos, el absoluto que intentan dar un significado distinto. Recordemos: "Constitución íntima de las cosas", "Sentido íntimo del universo"... La mística de Caeiro podría entenderse como una antimística que se aferra a la obviedad de lo existente y al absurdo de la búsqueda de sentido. Una piedra es una piedra, una flor es una flor. Insisten reveladores sus versos:
A veces me pongo a mirar una piedra.
No me pongo a pensar si siente.
No me pierdo llamándola hermana mía.
Pero me gusta por ser una piedra,
me gusta porque no siente nada,
me gusta porque no tiene parentesco alguno conmigo.
Sí, esto es lo que mis sentidos aprendieron solos:
las cosas no tienen significación, tienen existencia.
Las cosas son el único sentido oculto de las cosas.
III. AMOR, COMPAÑÍA Y DECEPCIÓN.
Quien ama es diferente de quien es
Es la misma persona sin nadie.
Hay en el conjunto de su obra un grupo de ocho poesías agrupadas bajo el título de "El pastor amoroso" que nos muestran el efecto del amor a una mujer sobre Alberto Caeiro. Se trata quizá de los más bellas poesías de amor escritas. El primer poema empieza así:
Cuando yo no tenía
amaba la Naturaleza como un monje sereno a Cristo,
ahora amo a la Naturaleza
como un monje sereno a la Virgen María,
religiosamente, a mi modo, como antes,
pero de una manera más conmovida y cercana.
Veo mejor los ríos cuando voy contigo
por los campos hasta la orilla de los ríos;
sentado a tu lado observando las nubes, las veo mejor.
Observamos algo que en el comentario que hice de la película "Hacia rutas salvajes" (pulsar aquí para verlo) le sucede a su protagonista (Chris McCandless) hacia el trágico final de su estancia en Alaska. Me refiero al subrayado que encontraron del libro de Boris Pasternak "El doctor Zhivago", y que dice: "Y así resultó que sólo una vida similar a la vida de aquellos que nos rodean, fusionándose con ella en armonía, es una vida genuina y que una felicidad no compartida no es felicidad". Alberto Caeiro lo dice en los siguientes versos:
El amor es una compañía.
Ya no puedo andar sólo por los caminos,
porque ya no puedo andar sólo.
En el amor a esa mujer indeterminada Caeiro sufre como una amplificación de su ver y de su sentir:
tú no me has quitado la Naturaleza...
Tú has cambiado la Naturaleza...
Has traído la Naturaleza a mi lado,
por existir tú la veo mejor, pero la misma,
por amarme tú, la amo del mismo modo, pero más,
por escogerme tú para tenerte y amarte,
mis ojos contemplaron más demoradamente bellas todas las cosas.
En sus versos aflora junto al sentimiento la visibilidad de la emoción (que requiere cercanía) que en el resto de su obra parece más contenida en el sentimiento mismo (que se mantiene más en la lejanía):
Me gusta tanto que no sé como desearla.
Si no la veo, la imagino y soy fuerte como los árboles altos.
Pero si la veo tiemblo, no sé que se hizo de lo que siento en su ausencia.
Todo yo soy una forma cualquiera que me abandona.
Toda la realidad me mira como un girasol con su cara en medio.
Caeiro habla también de la completud que siente a través de su amor y de sentirse amado. Experimenta en toda su intensidad el esplendor del enamoramiento. Dentro de su soledad, una soledad efectivamente elegida, irrumpe de repente el encuentro y con él la intensidad del deseo, del amor. Sus versos, efectivamente, dan voz a esa felicidad que sólo es felicidad si es compartida. Y, sin embargo, el último poema nos habla del amor que no se consumó: "El pastor amoroso perdió su cayado / y las ovejas se descarriaron por la ladera / y, de tanto pensar, ni tocó la flauta que trajo para tocar". En unos pocos versos nos muestra también al Caeiro dolido que vuelve su mirada a la Naturaleza y a la soledad como su refugio. Caeiro se nos muestra en su parte más humana y nos pone en relación con la dificultad de conjugar el amor a una flor o a una piedra con el amor a otro ser humano. Es distinto amar a lo que no habla que a lo que habla, al ser capaz de simbolizar del que no lo hace.
Cuando se levantó de la ladera y de la verdad falsa, lo vio todo:
Los grandes valles llenos de los mismos varios verdes de siempre,
las grandes montañas, más reales que cualquier sentimiento,
toda la realidad, con el cielo, el aire y los campos que están presentes,
(y de nuevo el aire, que le había faltado tanto tiempo,
entró fresco en sus pulmones)
y sintió que de nuevo el aire le abría, pero con dolor, una
libertad en el pecho.
La clave de estos versos está en el último verso, en ese "pero con dolor" que justamente lo opone al resto de los versos y a la misma libertad citada. Cuan distinto sonaría este verso de haberse escrito como "y sintió que de nuevo el aire le abría, y el dolor, una libertad en el pecho". Esa sustitución del "pero" por el "y" tan conocida en la psicoterapia gestáltica es clave en lo que significa la exclusión (el pero) o la inclusión (el y) en la nueva experiencia (libertad). Es algo que Ricardo Reis nota en su reflexión sobre la obra de Caeiro acerca de este episodio amoroso: "El enviciamiento mental producido por este episodio amoroso que, además de haber sido estéril, fue perturbador, y cuyos detalles desconozco y deseo no conocer, continuó en el espíritu del poeta. Dejó un rastro viciado. Nunca más, salvo en efímeros episodios poéticos, volvió aquella serenidad suprema..."
Es diferente amar lo que simplemente existe que lo que existe con una consciencia confundida, que existe como un ser que siente su existencia como una carencia y que, sin embargo, pone de camino uno de los sentimientos más dificultuosos: el amor y, en consecuencia, cómo amarnos como seres carentes. Ese "rastro viciado" del que habla Ricardo Reis deja entrever algo que Nietzsche también entrevió cuando dijo aquello de que "es más fácil amar a la humanidad que amar a ser humano". Es el rastro que deja intentar amar al ser humano concreto, una experiencia muy diferente que amar a una flor o a una piedra, al susurro del viento o el murmullo de las aguas del río, al valle o la montaña.
Si algo se le puede achacar a la poesía del último Hölderlin o de Alberto Caeiro es que su mirada, su ver, no pudo mirar ni ver al ser humano dentro de sus paisajes a menos que no lo pudiera contemplar como contemplaban una flor o una piedra, un valle o una montaña, como una imagen más no hablante del paisaje. Quizá por ello a uno los dioses lo enloquecieron joven, y al otro Fernando Pessoa lo hizo morir joven ("Has muerto joven como los dioses quieren cuando aman" dice Reis). Hay una cierta melancolía - la perturbación de la serenidad suprema de la que habla Reis - en las poesías llamadas inconclusas de Caeiro, y quizá tenga que ver con esto, quizá tenga que ver con que su mirada, su ver no alcanzó al ser humano en su paisaje, y que cuando lo alcanzó a través del amor, más también desde la carencia, se topó con el dolor, un dolor con el que no supo como manejarse.
Alberto Caeiro muere finalmente como vivió:
LAST POEM
(dictado por el poeta el día su muerte)
Es quizás el último día de mi vida.
He saludado al sol, levantando mi mano derecha,
más no lo he saludado para decirle adiós.
He hecho la señal de que me gustaba verlo todavía:
nada más.