lunes, 9 de octubre de 2023

PABLO NERUDA: POESÍA "EL NIÑO PERDIDO". UNA REFLEXIÓN SOBRE LA POLARIDAD ADULTO-NIÑO.

Lenta infancia de donde

como de un pasto largo

crece el duro pistilo,

la madera del hombre.


El niño perdido es una  poesía de Pablo Neruda que se incluye en el primero de los cinco libros que constituyen su "Memorial de Isla Negra", libro que titula "Donde nace la lluvia". Para los que deseéis leer la poesía antes de entrar en el comentario, la podéis leer en la nota 1 al pie de página.

I. ¿QUIÉN FUI? ¿QUÉ FUI? ¿QUÉ FUIMOS?

Esta poesía de Neruda, desde su ritmo, y un tono que se intuye entre nostálgico y melancólico, nos define un tema bien conocido para la psicología y la psicoterapia  que nos atañe a todos y que, en particular, es especialmente crítico en la terapia de las personas afectadas por traumas de infancia. En todo caso, su poesía nos define este divorcio que parece existir entre el adulto que somos hoy y el niño que fuimos ayer, y que lleva al poeta a preguntarse: ¿Quién fui? ¿Qué fui? ¿Qué fuimos?, y a lo que el poeta responde desde ese divorcio con el que parecemos vivir:

                                                                   No hay respuesta. Pasamos.

                                                                   No fuimos. Éramos. Otros pies,

                                                                   otras manos, otros ojos.


Efectivamente, en muchas ocasiones parecemos mirar hacia nuestra infancia como si el niño que fuimos era "otro", una mirada hecha desde unos ojos y un ver (el duro pistilo, la madera del hombre) que parecen ya haber olvidado que el niño que fuimos no puede mirarse desde nuestra condición presente. Aunque intelectualmente todos sabemos que un niño es muy distinto de un adulto, parece que emocionalmente lo ignoramos, que vivimos presa de la rigidez de nuestra supuesta identidad presente. Neruda nos transmite con su verso esa construcción de la que somos objetos y que Lacan nos introdujo en su conocido "estadio del espejo":


                                                            Todo se fue mudando hoja por hoja

                                                            en el árbol. ¿Y en ti? Cambió tu piel,

                                                            tu pelo, tu memoria. Aquél no fuiste.

                                                            Aquél fue un niño que pasó corriendo

                                                            detrás de un rio, de una bicicleta,

                                                            y con el movimiento

                                                            se fue tu vida con aquel minuto.

                                                            La falsa identidad siguió tus pasos.


Efectivamente, y como nos dice Lacan, nos construimos a partir del otro, y lo que podría parecer una identidad es, en realidad, una construcción hecha a partir del espejo en que nos reflejamos en la infancia en los otros que nos rodean, ellos son, en realidad, quienes nos construyen. En cierta manera, nuestra identidad es una construcción ortopédica, un "traje" que no elegimos, sino al que nos vimos impelidos:

                                                            Día a día las horas se amarraron,

                                                            pero tú ya no fuiste, vino el otro ,

                                                            el otro tú, y el otro hasta que fuiste,

                                                            hasta que te sacaste

                                                            del propio pasajero,

                                                            del tren, de los vagones de la vida,

                                                            de la substitución, del caminante.

                                                            La máscara del niño fue cambiando,

                                                            adelgazó su condición doliente,

                                                            aquietó su cambiante poderío:

                                                            el esqueleto se mantuvo firme,

                                                            la sonrisa,

                                                            el paso, un gesto volador, el eco

                                                            de aquel niño desnudo

                                                            que salió de un relámpago,

                                                            pero fue el crecimiento como un traje!

                                                            Era otro el hombre y lo llevó prestado.


Sin embargo, el reflejo que hallamos en los espejos que nos rodean (familia, escuela, sociedad en general) no siempre nos ayudaran a comprender que la construcción ortopédica que hemos sufrido necesita de una reflexión y de una revisión hasta que, poco a poco, vayamos retornando a nuestro ser, un ejercicio de reflexión y revisión que nos devuelva a la posibilidad de desidentificarnos de esa fasta identidad que portamos cono un traje, para podernos preguntar ¿quien soy y qué fuimos? ¿qué soy y que fui? ¿qué somos y que fuimos? Una interrogación que nos ofrece un margen para comprender al niño que fuimos desde el replantearnos el adulto que somos, para pasar de una falsa identidad y de una falsa individualidad, a iniciar, en palabras de Jung, un camino de individuación, es decir, un camino para retornar y desarrollar nuestra propia singularidad como una manera de estar con nosotros mismos, y desde nosotros mismos con el mundo. Ser nosotros mismos, como ciertas lecturas provenientes de una lectura superficial, o de la interpretación errónea de algunos conceptos, nada tiene que ver con el egocentrismo ni con el individualismo. Todo lo contrario, se produce un acercamiento más genuino y empático a la existencia humana y a la naturaleza en general.


Pero como decía, los espejos en los que nos vamos a reflejar, no siempre van a favorecer esa reflexión y revisión, sino que, todo lo contrario, nos esclavizan a seguir manteniendo esa falsa identidad, a no salir de los límites de su construcción ortopédica. En ese sentido, podemos recurrir al conocido poema de Mario Benedetti "La infancia es otra cosa" , donde se nos habla de esos espejos cuyo reflejo nos devuelve un daño profundo que nos aleja de la posibilidad de retornar a nuestra singularidad:

            un día de estos habrá que entrar a saco
            la podrida infancia
            habrá que entrar a saco la miseria.

Esos reflejos, que al parecer de Bendetti, nos llevan a vestir un traje incómodo en el que intentamos aparentar que nos movemos libremente, a pesar de sentir como día a día más que un traje es un corsé que se estrecha y nos asfixia. Son sus consecuencias esos versos que Neruda nos narra en su poema:

                                                            De silvestre

                                                            llegué a ciudad, a gas, a rostros crueles

                                                            que midieron mi luz y mi estatura,

                                                            llegué a mujeres que en mi se buscaron

                                                            como si a mi se me hubieran perdido,

                                                            y así fue sucediendo

                                                            el hombre impuro,

                                                            hijo del hijo puro

                                                            hasta que nada fue como había sido,

                                                            y de repente apareció en mi rostro

                                                            un rostro de extranjero


Neruda ya nos introduce al cambio de la infancia a través de esa paso "de silvestre llegué a ciudad", en un paralelo de cómo la civilización ha pervertido la naturaleza, de como el mundo adulto pervierte también esa dimensión de lo natural que existe en el niño. De la misma manera que la civilización ha conflictuado con la naturaleza, el mundo de los adultos parece hacerlo con el de los niños, en ocasiones con una violencia brutal. Ese mismo conflicto es el que también habita en nosotros, como de duro, y también en ocasiones brutal, el olvido al que le conminamos. En realidad, ¿qué sabemos en profundidad de lo que el niño que fuimos vivió en su infancia? ¿Y qué sabemos del adulto qué somos si no conocemos ese niño del que se gestó? - el hombre impuro, hijo del hijo puro -. Venos también la carencia afectiva manifestada en lo relacional afectivo, esa necesidad de amor insaciable porque no hay amor hacia nosotros mimos - mujeres que en mi se buscaron, como si a mí se me hubieran perdido - ¿De dónde creemos que surge esa carencia insaciable? ¿Y qué creemos que la hace persistir insaciable? El rostro de extranjero que somos para el niño que nos habita.

¿Quién fui? ¿Qué fui? ¿Qué fuimos? son preguntas que sólo se pueden contestar cuando nos atrevemos a preguntarnos en el momento presente, sinceramente, abiertamente, ¿quién soy? ¿qué soy? ¿qué somos?, y darnos cuenta que, en realidad, "no somos", que somos para nosotros mismos también "un rostro de extranjero". Y es desde ese rostro que, cuando miramos hacia atrás, ya no parecemos reconocer aquel qué fuimos. Un divorcio interno, un abandono, tan grave como los sufridos en la infancia, y que generan una fractura en nuestra historia que, justamente, nos aleja de la posibilidad de cuidar las heridas sufridas, de sentir respeto, compasión y amor por nosotros mismos. Todo lo contrario, las heridas se perpetúan y se ahondan en nuestra vida como una compulsión a la repetición, como ya nos describió Freud, o una gestalt incompleta como lo hizo Perls, o un guion de vida como lo hizo Eric Berne.

Dicen de esta fractura los versos finales de Neruda:

                                                            y era también yo mismo:

                                                            era yo que crecía,

                                                            eras tú que crecías,

                                                            era todo,

                                                            y cambiamos

                                                            y nunca más supimos quienes éramos,

                                                            y a veces recordamos

                                                            al que vivió en nosotros

                                                            y le pedimos algo, tal vez que nos recuerde,

                                                            que sepa por lo menos que fuimos él, que hablamos

                                                            con su lengua,

                                                            pero desde las horas consumidas

                                                            aquél nos mira y no nos reconoce.


En realidad, creo que estos versos también podrían reformularse, en lo que es una aproximación más cierta, poniendo énfasis en el adulto que no recuerda al niño:

                                                            y a veces, el que vivió en nosotros
                                                            nos pide algo, tal vez que le recordemos,
                                                            que sepa que por lo menos fuimos él, que hablamos
                                                            con su lengua,
                                                            pero desde las horas consumidas,
                                                            miramos y no le reconocemos.

Estos versos del poeta tienen su expresión psicológica cuando Jung dice: "... si el estado presente se ha puesto en contradicción con el estado infantil [...] quizá se ha separado violentamente de su carácter originario a favor de una "persona" arbitraria, que conviene a la ambición, y se ha vuelto a-infantil y artificial y ha perdido sus raíces." [3]

II. SOBRE LA PSICOLOGÍA DE LA POLARIDAD ADULTO-NIÑO.

El motivo del niño no solo presenta algo que ha sido y que ha pasado hace tiempo sino también algo actual, es decir,  no es solo un residuo sino un sistema que sigue funcionando hoy y que está destinado a compensar o corregir adecuadamente los inevitables unilateralismos y extravagancias de la consciencia.[4]

Desde un punto de vista de polaridades, esta se nos presenta creando un, por llamarlo de alguna manera, "ancho de banda" que se establece entre ambos opuestos. Este "ancho de banda" nos permite modular las características que ambas polaridades nos ofrecen, como por ejemplo entre la vulnerabilidad y la fortaleza, entre la firmeza y la flexibilidad, entre la agresividad y la ternura, etcétera. Creo que, en esa dirección, las reflexiones de Jung acerca del arquetipo del niño nos permiten comprender mejor que sentido tiene el reencuentro con ese pasado olvidado de un yo que fuimos y parecemos haber olvidado.

Jung destaca algunas características que el arquetipo del niño representa. Me gustaría destacar dos de ellos que nos permiten reflexionar acerca  del por qué de la necesidad de ese encuentro o reencuentro entre adulto y niño.

- El desvalimiento del niño.

El desvalimiento del niño, relacionado con su alto grado de necesidad y dependencia, nos enfrenta con las consecuencias que este sufre cuando estas necesidades son desatendidas y la atención que requiere
abandonada. En muchos sueños, aparecen niños que representan esta "condición doliente". Su imagen busca conmocionar nuestra consciencia no sólo para comprender que le sucedió, sino para agitarla en una cuestión que nos invoca: ¿por qué tu también me sigues desatendiendo y abandonando, abusando o maltratando? O lo que es lo mismo, porqué ya ahora, como adulto, continuas desatendiéndome, abandonándome, abusándome o maltratándome. 

Ese niño onírico tiene, como diría Jung, un alto contenido numinoso. Veamos un ejemplo de una escena de un sueño:

Me observo en casa de mis padres y tengo una edad de unos cuatro o cinco años, no más. Sostengo entre mis manos, y apoyada en mi pecho, un clavel rojo. Estoy solo y ando por el pasillo de casa y el comedor, y las habitaciones vacías buscando a quién darle ese clavel.

Obviamente, y como se deriva del trabajo realizado con ese sueño, este significa que el soñante, metafóricamente, aun sigue viviendo en su casa paterna, es decir, que su adulto aun sigue determinado por los condicionamientos que en ella sufrió, y que como tal sigue y perpetúa la ignorancia por el niño que mora en su interior buscándole sin hallarlo, y que representa no sólo su vulnerabilidad y su herida, sino también a todos los opuestos que moran como fondo rígido de otros opuestos contrarios establecidos como figura rígida.

- La invencibilidad del niño.

El "niño" [...] personifica poderes vitales que están más allá de la limitada extensión de la consciencia, caminos y posibilidades de los que la consciencia, en su unilateralidad, nada sabe, y una totalidad que incluye las profundidades de la naturaleza. Representa el impulso más fuerte y más inevitable del ser: el que lleva a desarrollarse a sí mismo. [5]

Volvemos al niño no sólo para repararle a él, sino también para que él vuelva a nosotros para devolvernos esta fuerza que perdimos, la fuerza de ser uno mismo. Esa fuerza vital del niño fue obstruida por los procesos de socialización que, si bien necesarios, no obstante, incluyen demasiadas miopías y ejercicios de poder invalidantes o despreciativos. Recordemos al poeta: "pero fue el crecimiento como un traje! / Era otro el hombre y lo llevó prestado."

El adulto puede darle al niño la mirada, la escucha, la palabra y el contacto que no le fue dado en su momento, y cuya falta o deficiencia, o incluso maltrato, se constituyó poco a poco, impasiblemente, ciegamente, en ese "traje" que sustituyó la potencia del crecimiento por una estructura formal, una rígida armadura. A su vez, el niño puede transmitirle esa fuerza vital que le caracteriza, a la vez que la potencialidad que abre a reconsiderar caminos y posibilidades hasta entonces no contempladas apresadas en la rigidez de su traje.

III. CAMINANDO HACIA LA VIDA.

Quisiera acabar este trabajo mediante una ilustración de la artista Nina Moth, quien con una sutil delicadeza nos presenta en esta tierna imagen a una niña y una mujer cogidas de la mano. Creo que esta imagen sintetiza con claridad el sentido de este trabajo de re-descubrimiento y re-encuentro, y su objetivo. En su ilustración ambas parecen andar lentas y tranquilas, confiadas la una con la otra, acompañándose y cuidándose con amor y comprensión con un mismo objetivo: cada una de ellas saca de las sombras a la otra, cada una de ellas ayuda a la otra a dirigirse a la luz en un caminó de consciencia. 

No nos confundamos, no es el adulto quien saca de las sombras al niño,  o no es solo eso, es también el niño quien le saca a él de ese "traje prestado" con el que ha estado andando por la vida para, poco a poco, poder de nuevo ser "el propio pasajero, del tren, de los vagones de la vida". 

Ilustración de Nina Moth



NOTAS.
_________________________

[1] Poesía "El niño perdido":

Lenta infancia de donde

como de un pasto largo

crece el duro pistilo,

la madera del hombre.

 

¿Quién fui? ¿Qué fui? ¿Qué fuimos?

 

No hay respuesta. Pasamos.

No fuimos. Éramos. Otros pies,

otras manos, otros ojos.

Todo se fue mudando hoja por hoja

en el árbol. ¿Y en ti? Cambió tu piel,

tu pelo, tu memoria. Aquél no fuiste.

Aquél fue un niño que pasó corriendo

detrás de un rio, de una bicicleta,

y con el movimiento

se fue tu vida con aquel minuto.

La falsa identidad siguió tus pasos.

Día a día las horas se amarraron,

pero tú ya no fuiste, vino el otro ,

el otro tú, y el otro hasta que fuiste,

hasta que te sacaste

del propio pasajero,

del tren, de los vagones de la vida,

de la substitución, del caminante.

La máscara del niño fue cambiando,

adelgazó su condición doliente,

aquietó su cambiante poderío:

el esqueleto se mantuvo firme,

la sonrisa,

el paso, un gesto volador, el eco

de aquel niño desnudo

que salió de un relámpago,

pero fue el crecimiento como un traje!

Era otro el hombre y lo llevó prestado.

 

Así pasó conmigo.

 

De silvestre

llegué a ciudad, a gas, a rostros crueles

que midieron mi luz y mi estatura,

llegué a mujeres que en mi se buscaron

como si a mi se me hubieran perdido,

y así fue sucediendo

el hombre impuro,

hijo del hijo puro

hasta que nada fue como había sido,

y de repente apareció en mi rostro

un rostro de extranjero

y era también yo mismo:

era yo que crecía,

eras tú que crecías,

era todo,

y cambiamos

y nunca más supimos quienes éramos,

y a veces recordamos

al que vivió en nosotros

y le pedimos algo, tal vez que nos recuerde,

que sepa por lo menos que fuimos él, que hablamos

con su lengua,

pero desde las horas consumidas

aquél nos mira y no nos reconoce.


[2] Para ver la poesía de Benedetti pulsa aquí.

[3] Jung, C. G. Los arquetipos y lo inconsciente colectivo. Acerca de la psicología del arquetipo del niño. OC 9/I. Ed. Trotta, par. 274

[4] Ver nota 3, par. 304

[5] Ver nota 3, par. 289




jueves, 31 de agosto de 2023

DE LO QUE NO SE PUEDE HABLAR HAY QUE CALLAR. POESÍA Y MÍSTICA.

Ludwig Wittgenstein
RESUMEN. Reflexiona esta entrada, a partir de la conocida proposición final del Tractatus lógico-philosophicus de Wittgenstein, y que dice "de lo que no se puede hablar hay que callar", de la relación entre la poesía y la mística, del lenguaje poético como ese lenguaje que más allá del lenguaje convencional, filosófico o científico, intenta acercarse al misterio, a lo incognoscible, a lo inexpresable. El lenguaje poético es una aproximación que pretende todavía hablar de lo que no se puede hablar. Es el intento de aproximar el asombro que el poeta o el místico experimentan ante el misterio en un diálogo, como nos muestra María Zambrano, entre la Unidad y la Diversidad.. Y, sin embargo, es el lenguaje poético el que más se aproxima al callar de Wittgenstein, un callar que tiene más que ver con el silencio. Es un lenguaje hecho de unas palabras en forma de versos que nos invitan no exactamente a callar, sino a escuchar en silencio y al silencio.


I. INTRODUCCIÓN. DE LO QUE NO SE PUEDE HABLAR HAY QUE CALLAR. [1]

Esta conocida frase cierra el Tractatus Logico-Philosophicus escrito por Ludwig Wittgenstein en las trincheras durante la Primera Guerra Mundial, mientras servía como teniente del ejército austro-húngaro. ¿Qué quiere decirnos con ella? ¿Qué es esto de lo que no se puede hablar y por lo que, por consiguiente, hay que callar? El final del Tractatus siempre me ha parecido fascinante, sobre todo cuando antes de cerrar su obra con esta proposición nos dice cosas que continuamente la contradicen para concluir que por eso no se puede hablar de ello. De hecho, algunas de sus proposiciones muy bien podrían afirmarlas un místico. Por ejemplo, nos dice en una de ellas: "Lo inexpresable, ciertamente, existe. Se muestra, es lo místico." (6.522) No recuerda los versos de Lao Tsé cuando dice "Profundo/ parece existir, y al mismo tiempo no existir". O en relación con la pregunta de Leibniz sobre el por qué hay algo en lugar de nada, la proposición que nos dice: "No cómo sea el mundo es lo místico sino que sea." (6.44) Y con ello Wittgenstein ya nos ubica en su percepción de lo místico, es decir, en la existencia del mundo que es concebida como resultado de dos aspectos, la del mundo observado y la del observador, la del mundo, el cosmos que incluye el fenómeno de la vida, y dentro de él el sujeto que es capaz de darse cuenta de la existencia de sí mismo y del cosmos.

II. LOS LÍMITES DEL LENGUAJE.

Pero el tema es que Wittgenstein, como muchos místicos, considera que el lenguaje es insuficiente para dar cuenta de esa cuestión. Porque el místico no se piensa, se siente. Y esto es lo que el filósofo austríaco nos quiere decir cuando en otra proposición nos dice: "La visión del mundo sub specie aeterni [2] es su visión como-un-todo-limitado. El sentimiento del mundo como todo limitado es lo místico." (6.45) Si dividimos esta proposición en dos la entenderemos mejor:

- La visión del mundo sub specie aeterni es su visión como-un-todo-limitado.

Es decir, la visión del mundo que va más allá de nuestra cotidianidad para, elevándose por encima de ella, obtener una nueva visión, en este caso, la visión de un mundo como-un-todo-limitado, o sea, un mundo que no puede alterarse, lo eterno, un mundo que se manifiesta bajo la sensación que se tiene cuando, por ejemplo, se contempla un panorama desde las alturas, desde una perspectiva cósmica. Es algo que también tiene que ver con el sentimiento de criatura de Rudolf Otto [3], un punto de vista que, de repente, nos ofrece una especie de re-encantamiento y fascinación del mundo, o volviendo a Jung: "Es importante que tengamos un secreto y el presentimiento de algo incognoscible [...] El hombre debe percibir que vive en un mundo que en cierto sentido es enigmático." [4]

- El sentimiento del mundo como todo limitado es lo místico. 

Es decir, y volviendo a algo desarrollado en mi reflexión dedicada en este mismo blog a La mirada de Caeiro-Pessoa [5] es que el místico no capta pensando, el místico capta sintiendo. No corresponde su experiencia al pensamiento sino al sentimiento. Por eso, y paradójicamente, pese a esta proposición de la que "de lo que no se puede hablar hay que callar", de eso de lo que hay que callar siempre se ha hablado, y mucho.

Y ahora podemos preguntarnos por qué se ha hablado de ello y se habla tanto. Volvemos de nuevo a la proposición "Lo inexpresable, ciertamente, existe. Se muestra, es lo místico." Creo que ella nos da la respuesta al porqué se ha hablado y se habla - yo mismo ahora estoy hablando de ello - y se hablará. La proposición nos dice que lo inexpresable está inexpresablemente manifestado en el mundo. Se muestra, pero no se capta, o, dicho de otra forma, no lo captamos con la mirada convencional que implica un lenguaje convencional, tampoco con la mirada de la filosofía o la ciencia y su lenguaje, que como dice Jung de esta última, desencantó la Naturaleza sin dar ningún tipo de ritual de paso. Y para captarlo necesitamos esa mirada nueva que nos ofrece una nueva perspectiva, y esa nueva mirada y perspectiva viene acompañada también de su lenguaje, el lenguaje poético. De hecho, la poesía, como la mística, es para muchos indefinible... ¿De qué habla la poesía sino de lo inexpresable? Escribí en una poesía unos versos que hablan de ello.

                                                        La meva poesia s'escriu mentre giro i giro,

                                                        donant voltes al Misteri de l'Existència

                                                        com la Lluna gira el voltant de la Terra,

                                                        o la Terra el voltant del Sol, sota l'influx

                                                        de la força de la gravetat. Així dono voltes jo,

                                                        sense fer-me preguntes ni buscar respostes,

                                                        girant sota la gravetat de l'existència,

                                                        emetent versos com a perles que la infinitud

                                                        modela sobre l'ínfim gra de sorra que soc. [6]


                                                        (Mi poesía se escribe mientras giro y giro,

                                                        dando vueltas al Misterio de la Existencia

                                                        como la Luna gira alrededor de la Tierra,

                                                        o la Tierra alrededor del Sol, bajo el influjo

                                                        de la fuerza de la gravedad. Así doy vueltas yo,

                                                        sin hacerme preguntas ni buscar respuestas,

                                                        girando bajo la gravedad de la existencia,

                                                        emitiendo versos como perlas que la infinitud

                                                        moldea sobre el ínfimo grano de arena que soy.)


Juan Ramón Jiménez
Ya desde hace un tiempo me doy cuenta de que mi poesía no es más que eso, una "emisión" de versos y poesías que se escriben bajo el influjo de la existencia y mi fascinación ante ella. Sé que busco expresar, y sobre todo expresarme, desde lo que capto muy tenuemente. Mi poesía, como, en general, la poesía a la que me refiero, se escribe bordeando, como dice Wittgenstein, lo inexpresable, pero que se muestra, que existe, y que sólo puedo sentirlo, pero que no puedo entenderlo ni lo puedo razonar, que no le puedo dar forma ni lugar. Es también paradójico cuando Wittgenstein nos dice en otra proposición: "La solución del enigma de la vida en el espacio y el tiempo reside fuera del espacio y el tiempo." (6.4312) La relación con lo incognoscible, con lo inexpresable, es algo, como diría Jung, en lo que “se está siempre cerca y demasiado lejos. Sólo allí donde se guarda silencio uno puede quedarse en un término medio." [7] Se está cerca porque se siente, y se está lejos porque no se lo puede pensar. Por eso la poesía que habla de ello -como las otras manifestaciones artísticas - es un lenguaje que sólo pretende dar testimonio de cómo el poeta capta esa presencia paradójicamente no presente. Sabemos de ella por la perturbación que nos causa en nuestra alma, y siguiendo a Wittgenstein, cuando somos capaces de tomar una perspectiva diferente en la forma de mirar el mundo, un mirar que podemos llamar desde una perspectiva cósmica, esa mirada que nos han mostrado Hölderlin, Walt Whitman, Juan Ramón Jiménez Caeiro-Pessoa o Goethe, somos impelidos a hablar y no a callar, aunque es un hablar distinto, un hablar que no es habladuría, que no pretende demostrar nada ni busca razones, un hablar que pone palabras, humildes palabras, al silencio en el que se manifiesta el sentimiento.

III. UNIDAD Y DIVERSIDAD. 

María Zambrano
Una de las cosas que más me gusta de la poesía es que pone de relieve esta presencia que algunos llaman Unidad, otros la gran conexión, en la diversidad de las cosas, de las manifestaciones que se dan en el mundo. María Zambrano lo dice en su brillante ensayo de Filosofía y poesía, cuando manifiesta que mientras la filosofía se arranca de la admiración y el asombrarse de la heterogeneidad del mundo para lanzarse en busca de una Unidad que nos evade su presencia, el poeta persigue "la multiplicidad desdeñada, la despreciada heterogeneidad. El poeta enamorado de las cosas se aferra a ellas, a cada una de ellas y las sigue en el laberinto del tiempo, del cambio, sin poder renunciar a nada: ni a una criatura ni a un instante de esa criatura, ni a una partícula de la atmósfera que le rodea, ni a un matiz de la sombra que arroja, ni del perfume que se expande, ni del fantasma que ya en ausencia suscita." [8] Añade entonces la cuestión: “¿es que acaso al poeta no le importa la unidad?“[9] -se pregunta el filósofo-. A lo que nosotros podemos responder con otra pregunta: ¿Por qué la unidad debe escindirse de la diversidad? ¿Por qué la unidad no puede manifestarse con la diversidad? María Zambrano responde a la pregunta del filósofo matizando que el apego del poeta a las cosas no es tal apego. "La poesía tiene también su vuelo, tiene su unidad, su trasmundo."[10] Y, curiosamente vuelve a hablarnos del cambio de mirada, del alejamiento que permite ver las cosas desde otra perspectiva. Y así nos vuelve a decir: "Toda palabra requiere un alejamiento de la realidad a la que se refiere; toda palabra es también una liberación de quien la dice. Quien habla aunque sea de las apariencias [...] aunque sea de la más abigarrada multiplicidad, ya ha llegado a una especie de unidad, ya que embebido en el puro susto, preso de lo que cambia y fluye, no llegaría a decir nada, aunque ese decir sea un cantar."[11] Volvemos al tema del alejamiento de la realidad, del cambio de mirada, de perspectiva, y que manifiesto en unos versos que escribí y que decían:

                Cal elevar-se molt

                per fer-se petit

                i contemplar el gran. [12]


                                                                           (Hay que elevarse mucho

                                                                           para hacerse pequeño

                                                                           y contemplar lo grande.)


Pero para el poeta también son ciertas estos que escribí en la misma poesía:


                Cal decréixer molt

                per fer-se gran

                i contemplar el petit. [13]


                                                                           (Hay que decrecer mucho

                                                                           para hacerse grande

                                                                           y contemplar lo pequeño.)


El cambio de mirada, el cambio de perspectiva, es una manera diferente de ver, una manera en la que el poeta mira y ve las cosas sintiendo la presencia en el todo en lo diverso, en lo grande y lo pequeño... En unos versos de Juan Ramón Jiménez:

            Tu, esencia, eres conciencia; mi conciencia

            y la de otro, la de todos,

            con la forma de suma de conciencia;

            que la esencia es lo máximo,

            es la forma suprema conseguible,

            y tu esencia está en mí, como mi forma.[14]


IV. SOBRE LA POESÍA, EL CALLAR Y EL SILENCIO.

Por último, y quizá paradójicamente, indicar que la poesía, o al menos la poesía a la que aquí hago referencia, se relaciona con la proposición de Wittgenstein en el sentido de que ambas nos parecen relacionar el callar con el silencio, o como decía en la introducción de mi libro Poesía callada:

 

Hay una música y una poesía que quiere aproximarse a ese silencio que se relaciona con el verbo callar, un silencio en el que callar nos dispone a escuchar. No olvidemos que la etimología de silencio, del latín sillentium, significa estar callado. Y que escuchar, del latín auscultare, significa poner la oreja y, según algunas versiones, inclinarse para poner la oreja. Por tanto, la música o la poesía callada es la música o la poesía que llega de estar callado y de inclinarse para poner la oreja. Y esta inclinación me parece fundamental, puesto que comporta una actitud de humildad: me dispongo a escuchar sin saber exactamente si hay algo que escuchar.

 

Este acto de callar y escuchar es en soledad, y de ahí la soledad sonora, porque callado, inclinado con la oreja puesta y escuchando, como un radiotelescopio enfocado a la inmensidad del Universo, se reciben, de vez en cuando, impresiones que interiorizadas y reflejadas en el alma llevan a una intuición de sonidos o de palabras por las que se manifiesta el misterio, aunque de forma siempre huidiza.[ 15]


paraula que sempre fuges,

que serpentejant te m’escorres

deixant-me en el silenci del teu so,

paraula quieta

que de significats s’amaga,

paraula callada.

 

paraula fugissera

que no arribant ja te’n vas,

paraula refugiada en la nit,

ombra, ombra esquiva,

només un somni de paraula. [16]


(palabra que siempre huyes,

que serpenteante te me escurres

dejándome en el silencio de tu son,

palabra quieta

que de significados se esconde,

palabra callada.


palabra huidiza

que no llegando ya te vas,

palabra refugiada en la noche,

sombra, sombra esquiva,

solo un sueño de palabra.)



NOTAS.


[1] Wittgenstein, Ludwig. Tractatus Logico-philophicus. Alianza Editorial. Todas les preposiciones citadas están tomadas de esta versión traducida por Jacobo Muñoz e Isidoro Reguera.

[2] Concepto introducido por el filósofo Baruch de Spinoza, y que puede definirse como una manera de contemplar, pensar y sentir desde lo que se llama una perspectiva cósmica, donde lo inabordable y lo inexplicable sí puede ser intuido.

[3] Otto, Rudolf. Lo santo. Lo racional e irracional en la idea de Dios. Religión y mitología. Alianza Editorial.

[4] Jung, C. G. Recuerdos, sueños, pensamientos. Editorial Seix Barral, pàg.

[5] Cardona, Jaume. Alberto Caeiro (Fernando Pessoa): la profundidad de lo sencillo. Blog de Arte y Psicología: http://www.arteypsicologiajc.com/2015/08/alberto-caeiro-fernando-pessoa-la.html

[6] Cardona, Jaume. Fragmento del poema Infimitat (Infimidad).

[7] Ver nota 4, pág.

[8] Zambrano, María. Filosofía i poesía. FCE (Fondo de Cultura Económico), pág. 19

[9] Ver nota 8, pág. 19

[10] Ver nota 8, pág. 20

[11] Ver nota 8, pág. 20

[12] Fragmento de mi poema De la esquerda i el seu buit (De la grieta y su vacío).

[13] Ver nota 12.

[14] Jiménez, Juan Ramon. La trasparencia dios la trasparencia. De Dios deseado y deseante.

[15] Cardona, Jaume. Poesia Callada. Autoedición, pàg. IX de la introducción.

[16] Ver nota 15, pàg. 4