sábado, 28 de febrero de 2015

SIGUIENDO CON LOVECRAFT: UNA REFLEXIÓN SOBRE SU LITERATURA: Sobre la ley caótica de lo materno.


Howard Philip Lovecraft
Yo descubrí a HPL a los dieciséis años gracias a un amigo. Como impacto fue de los fuertes. No sabía que la literatura podía hacer eso. Y además, todavía no estoy seguro de que pueda, Hay algo en Lovecraft que no es del todo literario. (Michel Houllebecq)

Tenía yo dieciocho años cuando lo descubrí. Fue en una cadena de librerías que se especializaba en vender libros a precio de saldo cuando un título llamó mi atención, estaba en pilas de libros de bolsillo de la antigua editorial Bruguera. Su autor se llamaba H. P. Lovecraft y su título era El que susurra en la oscuridad. Recuerdo como desde la lectura de su primer cuento quedé fascinado por aquel mundo de terror, y fui, relato tras relato, devorándolos uno tras otro. Por aquellos días me gustaba leer de noche, y en dos noches, y a costa de una cierta somnolencia diurna, el libro quedo agotado. En ese volumen encontré algunos de sus relatos memorables: El horror de Dunwich, El color que cayó del cielo, La criatura tras la puerta (o El ser en el umbral), La música de Erich Zann, o el que da título al libro. Volví a la librería y para mi alegría encontré algunos libros más del autor: El que acecha en el umbral (en colaboración con August Derleth) y La sombra sobre Innsmouth.

¿Qué tenían, como dice Houllebecq, estos relatos que captaban de aquella manera mi atención, que parecían ir más alla de lo literario? Ya en aquel entonces no me pasaban desapercibidas algunas de las características de la obra de Lovecraft: sus peculiares héroes – o antihéroes -, la ausencia de mujeres en sus relatos y la indefinición y vaguedad de sus monstruosos horrores. Era obvio que algo de su secreto estaba en sus atmósferas, en los ambientes que creaba y en aquello que un poco más tarde supe que era característica de algunas de sus mejores obras: el horror cósmico. Hombres que solitarios se enfrentan a extrañas presencias procedentes de ignotos espacios del Universo que aguardan latentes y que acechan desde su retiro y su letargo el mundo cotidiano del hombre. Extrañas presencias que se manifestaban en ocasiones como dioses de extraños nombres y de aún más extraña cosmogonía: Cthulhu, Nyarlathotep, Azathoth, Yog Sottoh, Dagon,  etc.

En seguida me di cuenta de que devoraba los relatos de Lovecraft con una extraña esperanza de que en alguno de ellos se “aclarara” el misterio que rodeaba a sus relatos de finales indefinidos, al mismo tiempo que una parte de mi deseaba que ese misterio persistiera. Sin embargo, lo fascinante de todo esto era ese sentimiento, ese estado anímico o mental que la literatura de Lovecraft era capaz de crear y que luego, unos cuantos años más tarde, aclaré gracias a Freud, Jung y Rudolf Otto. Me refiero por un lado a lo siniestro, y por otro a lo numinoso. El mundo, el universo de Lovecraft es un universo esencialmente perverso. Y entre esa perversidad inherente transcurren ignorantes de ella los habitantes de un infinitesimal punto del Universo llamado Tierra, como se nos puntualiza dramáticamente al inicio de La llamada de Cthulhu:
Lo más piadoso del mundo, creo, es la incapacidad de la mente humana para relacionar todos sus contenidos. Vivimos en una plácida isla de ignorancia en medio de negros mares de infinitud, y no estamos hechos  para emprender largos viajes. Las ciencias, esforzándose cada una en su propia dirección, nos han causado hasta ahora poco daño; pero algún día el ensamblaje de todos los conocimientos disociados abrirá tan terribles perspectivas de la realidad y de nuestra espantosa situación en ella, que o bien enloqueceremos ante tal revelación, o bien huiremos de esa luz mortal y buscaremos la paz y la seguridad en una nueva edad de tinieblas.
Ese es el mensaje fundamental de Lovecraft: Vivimos en una plácida isla de ignorancia en medio de negros mares de infinitud.
- Entre Lovecraft y Kafka.


Franz Kafka
Creo que para comprender mejor ese mundo siniestro de Lovecraft es interesante recurrir a otro escritor de su misma época, y que como el solitario de Providence podríamos llamarle el solitario de Praga. Obviamente me refiero a Franz Kafka, quien también prontamente me acompañó en mis lecturas de juventud junto al más esperanzador Hermann Hesse. El relato de La metamorfosis, o las novelas de El proceso o El castillo, nos proveen de unas sensaciones parecidas a las de Lovecraft en cuanto a una extraña percepción del mundo, si bien desde un orden distinto. En Kafka el mundo es también perverso, si bien en otra manera. En estas obras la historia transcurre en un mundo en el que lo normal es presa de lo absurdo, y en el que el horror proviene de una manifestación repentina de una aparente ley en las que el héroe kafkiano es acosado o controlado sin sentido… Una ley arbitraria surge inesperadamente entre su aparente normalidad. El héroe kafkiano no entiende nada, si bien participa en los acontecimientos como un destino que se va ejecutando inexorablemente. En Kafka el horror impregna la propia cotidianeidad haciendo de esa cotidianeidad el horror en sí mismo, mientras que en Lovecraft el horror acecha haciendo que sus manifestaciones perturben la normalidad de lo cotidiano. Esa diferencia del horror en relación a lo cotidiano entre Lovecraft y Kafka es esa diferencia que sentimos en cuanto a la presencia de lo numinoso en la obra del primero. Si bien en ambos casos lo siniestro se hace presente, no ocurre así igual con respecto a lo numinoso. Lo numinoso es la gran cualidad de la obra de Lovecraft – gran maestro de la insinuación - , mientras que lo absurdo lo es en la de Kafka.
Hablando en términos psicoanalíticos el universo kafkiano está dominado por el padre y, en consecuencia, por la ley obscena y perversa de la autoridad del superyó paterno; mientras que el universo lovecraftiano lo está por la madre y, por lo tanto, por la igualmente obscena y perversa, y como precisó Lacan, ley caótica del superyó materno.


Joseph K ante el tribunal (EL proceso, Orson Welles, 1962)

- Acerca de la obscenidad.
Es interesante la etimología de la palabra obscenidad, tanto como ob (hacia) caenum (suciedad), como la también posible ob scenum y que viene a significar algo así como “fuera de escena”. Entendida desde esa doble etimología lo obsceno es algo que por estar fuera de escena se corresponde más con la verdad, y que esta verdad es esencialmente repulsiva y detestable. Un buen ejemplo de lo obsceno son las conocidas novatadas que sucedían en el servicio militar. Las humillantes novatadas, en muchas ocasiones con evidentes connotaciones sexuales, y obviamente consentidas por los mandos militares de los cuarteles, se constituían como el reverso real de la autoridad militar: una autoridad que por su propia definición es obscena en su autoritarismo y arbitrariedad. Una autoridad que tiene el poder de reducir a la nada la dignidad del ser humano. Los mundos de Kafka y Lovecraft nos hablan de esto si bien desde esas dos distintas obscenidades que son el superyó paterno y el materno. El primero de ellos es una obscenidad latente en lo propiamente cotidiano, mientras que en el segundo se trata de una obscenidad acechante que puede emerger en cualquier momento en lo cotidiano. Un ejemplo clásico de esto último es la película de Hitchcock Los pájaros, donde los ataques de los pájaros constituyen esa emergencia de lo obsceno en el mundo cotidiano y de su perturbación como metáfora de los excesos maternos sobre Mitch, su hijo, y Melanie, la mujer que deviene objeto de su deseo.


El acecho de los pájaros

- Acerca de la perversión.
De las posibles definiciones de perversión me parecen interesantes aquellas que la entienden, por un lado como una perturbación del estado o del orden de las cosas, mientras que por otro, y de forma complementaria, también se define como el envilecimiento o corrupción, sobre todo si son causados por malos ejemplos o enseñanzas. La perversión del mundo kafkiano se corresponde entonces con un exceso atribuible al propio orden, como lo son las novatadas a la autoridad militar. Algo así como que el propio orden incluye su exceso obsceno en forma de autoridad absurda y arbitraria y que, en realidad, constituye su verdad. Por otro lado, la perversión del mundo lovecraftiano se corresponde a un exceso caótico que amenaza con perturbar el aparente orden humano. Para Lovecraft el orden humano de lo racional es lo excepcional (una plácida isla de ignorancia), mientras que el exceso obsceno es la íntima naturaleza del Universo y de la vida como fenómeno (negros mares de infinitud).
Es por ello que en Lovecraft, a diferencia de Kafka, el símbolo de la puerta, de la otra dimensión son importantes, puesto que es el lugar de paso por el que la naturaleza íntima de lo obsceno y perverso amenazan con invadir el mundo del ser humano. Por ello el  mundo de Lovecraft necesita de brujos e intermediadores que medien entre estas puertas y otras dimensiones en las que moran entidades pertenecientes a un mundo de oscuridad, y de las que como mucho las podemos imaginar como masas amorfas y caóticas, como mucho de formas tentaculares e híbridas, ciegamente devoradoras y voraces – como los pájaros de Hitchcock -. Las grandes arquitecturas de sus obras finales juegan el mismo papel que en nuestro imaginario juegas las grandes catedrales y los grandes monumentos religiosos, las misteriosas ciudades perdidas… De esa forma se construye ese sentimiento de lo numinoso.


La obra de Nicholas Roerich (1874-1947) inspiró a Lovecraft
los paisajes y ciudades de "En las montañas de la locura" y de

"La noche de los tiempos"..

En Kafka, por el contrario, no hay esa necesidad de intermediación… En su mundo la emergencia de lo perverso surge en lo cotidiano y desde lo cotidiano y con la sensación de que eso puede ocurrirnos a cualquiera de nosotros en cualquier momento. Por ello lo único que podemos notar es como el mundo que nos rodea se sumerge, como una continuación de lo que inmediatamente antes parecía normal y rutinario, cotidiano, en lo absurdo y arbitrario de una manera progresiva e irremediable en una especie de lógica de la sinrazón.
- Acerca de lo numinoso.
Lo numinoso, tal y como Rudolf Otto nos enseñó, y luego Jung aplicó a lo psíquico,  se relaciona con lo sagrado en toda su extensión, es decir, que incluye lo demoníaco y lo divino. Ésta es una gran diferencia entre el mundo de Kafka y de Lovecraft. El de este último queda inmerso en el de la experiencia religiosa, si bien no entendida como una religión de bondad y amor, ni tan siquiera de confrontación entre las fuerzas de la luz y de las tinieblas, sino simplemente que se presenta como una religión del caos y la oscuridad. Sus servidores e intermediarios a forma de fieles y sacerdotes, lo son como aquellos que permitirán su vuelta a la tierra. Y así, como toda religión, tienen sus textos fundamentales – el infausto Necronomicon -, sus ritos y cultos. Es esa numinosidad lo que envuelve una gran parte de la obra final de Lovecraft y lo que la hace tan fascinante y absorbente para el lector, lo que lo hacía para mí. Las presencias que se sugieren a lo largo de su obra, sus tímidas pero impactantes manifestaciones vienen precedidas de toda esta atmósfera que envuelve su obra y sobre la que se va construyendo este pequeño momento donde se produce un encuentro siempre confundido entre la realidad y la locura. Una experiencia finalmente reducida a un impacto subjetivo diezmado entre multitud de sensaciones y situaciones que a la vez se confunden con posibles productos de una imaginación enfermiza, pero en las que una por una hallamos todas las características de lo numinoso: el misterio, el temor (lo tremendum y su relación con el íntimo espanto, el estremecimiento y la prepotencia) y la energía. La naturaleza de estas atmósferas y de sus lábiles encuentros es absolutamente distinta en Kafka. Tiamat preside el fondo del mundo de Lovecraft, mientras que Yahvé lo es en la de Kafka. El retorno al caos primigenio o la caída en la ley persecutoria. En Kafka se puede aplicar, parodiando un cierto chiste machista, “cuando llegue a casa acúsale… Tu no sabrás por qué, pero él sí”. En el mundo de Lovecraft es el retorno al caos primigenio, a diosas devoradoras como Tiamat, Kali o Cipactli que nos acechan esperando, aguardando desde eones el momento de su retorno.
- Acerca de lo siniestro y el mundo femenino.
En el mundo de Lovecraft no hay mujeres porque el mundo femenino está presente en toda su obra entre sus infames lugares y los vagos monstruos que entre ellos aguardan, presentes como “la cosa” lacaniana, el mundo materno como mundo devorador, como un  universo caótico y enloquecedor. En los relatos de Lovecraft la mujer está omnipresente como el horror cósmico que éste invoca en ellos, ese cosmos que acecha tras el umbral como un cosmos caótico, como la ley caótica que rige al hijo absorbido por su madre, perdido y retenido en su mundo como sugiere el relato de El extraño, entregado a su caprichoso deseo tal y como Lacan observó. La razón, peculiaridad humana por excelencia, está constantemente amenazada por a locura en los héroes de Lovecraft… Sus temores en los lugares donde el caos se sospecha, sus desmayos ante la visión final son constantes, por lo que nunca pueden afirmar a ciencia cierta si lo que vieron fue real o no. En todo caso, realidad o imaginación enfermiza, su equilibrio ya queda afectado para siempre presa de ese lugar vago que media entre lo real y lo simbólico… ese lugar vago de lo imaginario.

- Los lugares perversos.


El mundo de Lovecraft quedó bien definido en sus lugares y geografía imaginarias colocadas en su Nueva Inglaterra natal. Lovecraft es como Arkham, la ciudad ineventada para sus relatos, ciudad frontera entre la razón y la locura, famosa por su Universidad de Miskatonic y de la que también se cita su Assylum (psiquiátrico). El lema de su Universidad no deja de ser paradójico: “Ex Ignorantia Ad Sapientiam; Ex Luce Ad Tenebras”, De la Ignorancia a la Sabiduría; de la Luz a la Oscuridad. Efectivamente, en Lovecraft la sabiduría no lleva a la luz (más relacionada con la ignorancia) sino a la oscuridad, y la oscuridad está cerca, muy cerca de Arkham y sus alrrededores, cuando adentrándose hacia su interior uno se inmersa en bosques y aldeas insanas:

Al oeste de Arkham, las colinas se alzan agrestes, y hay valles con espesos bosques que ningún hacha ha talado jamás. Hay sombrías y oscuras cañadas en las que los árboles se inclinan fantásticamente. Y por donde discurren estrechos arroyuelos a los que nunca han llegado los destellos de la luz solar. En las laderas más suaves hay alquerías, antiguas y roqueñas, con cottages desproporcionadamente bajos, cubiertos de musgo, que rumian permanentemente los viejos secretos de Nueva Inglaterra al abrigo de enormes salientes; pero todas ellas están ahora vacías, las amplias chimeneas se han desmoronado y las paredes cubiertas de ripias se pandean peligrosamente bajo los techos a la holandesa.


Los antiguos moradores se han ido, y a los forasteros no les gusta vivir allí. Los francocanadienses lo han intentado, los italianos también, y los polacos se marcharon nada más llegar. El lugar no sugiere nada bueno, y no proporciona sueños apacibles por la noche (de El color que cayó del cielo, 1927).
En esos lugares encontramos el pueblo de Dunwich (El horror de Dunwich) o los bosques en los que se halla la granja Gardner (El color que cayó del cielo). Y lo mismo ocurre con el trayecto que nos lleva a la costa en la que se instala el pueblo de Innsmouth (La sombra sobre Innsmouth). Caminos que nos llevan de retorno al caos… Más tarde, en sus obras finales, estos parajes boscosos, o esos lugares costeros de difícil acceso serán substituidos por los aun más lejanos desiertos de Australia como en En la noche de los tiempos, o de los hielos eternos de la Antártida como En las montañas de la locura, lugares donde, tradicionalmente, el encuentro del hombre con lo divino se hace más próximo cuando sus únicos compañeros de viaje son la soledad, el silencio y la maiestas (majestad) de la inmensidad. Efectivamente, en estas dos últimas obras de Lovecraft tengo la sensación de que la experiencia se torna una experiencia de naturaleza más íntima e individual, como también es más profunda la “revelación” de lo siniestro que se torna en experiencia de terror supremo.


Nicholas Roerich: El grito de la serpiente.
Imagen inspiradora de "En las montañas de la locura"

Al mismo tiempo que descubría su obra, un año más tarde descubrí el personaje a través de la biografía que de él escribió Sprague de Camp. Me pareció tan fascinante como su obra y, a través de ella comprendí ésta más profundamente. De hecho, y a pesar de todas las objeciones que se puedan hacer, vi la estrecha relación de la una con la otra, como en un breve relato de corte poesiano que es El extraño (The outsider, 1921), fiel reflejo no sólo de su extrañeza frente al mundo de los seres humanos, sino que también, y a diferencia del repulsivo insecto en el que se transforma Georg Samsa en la metamorfosis, de su refugio en el mundo del ensueño y la fantasía como un modo de relacionarse con el profundo sentimiento de terror y odio que le habitaba.

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