sábado, 28 de marzo de 2015

GOYA Y LA MELANCOLÍA: UNA REFLEXIÓN SOBRE LA MIRADA DE SATURNO.

Fig. 1. Saturno de Goya.

... DEL SILENCIO

Esta muñeca vestida de azul es mi emisaria en el mundo.
Sus ojos son de huérfana cuando llueve en un jardín donde un pájaro lila devora lilas y un pájaro rosa devora rosas.

Tengo miedo del lobo gris que se disimula en la lluvia.
Lo que se ve y lo que se va es indecible.
Las palabras cierran todas las puertas.

Recuerdo el tiempo sobre los álamos queridos.
El arcaísmo de mi drama determinó, en mi criatura compartida,
una cámara letal.
Yo era lo imposible y también el desgarramiento por lo imposible.
                                                                                       
                                                                                    Alejandra Pizarnik [1]

Es inevitable preguntarse que ocurría en la mente de Goya cuando pintó el cuadro de Saturno (1819-1823) - figura 1 - en la Quinta del Sordo. Su Saturno es una de esas obras que, evidentemente, trascienden el símbolo para adentrarse hacia lugares abismales del alma del ser humano. Esencialmente siniestra y terrorífica, surge la imagen de este anciano desde un fondo oscuro, como surgiendo de las tinieblas con las que su imagen parece confundirse. Algunos detalles sorprenden por su desproporción: las órbitas de los ojos, como la boca, extremadamente abiertos, las extremidades casi arácnidas. Y un detalle olvidado en ocasiones. En la restauración del original se hizo "desaparecer" el pene erecto del dios que, sin duda, aumentaría la perversidad de la obra: el placer del dios al devorar a sus hijos.

El Saturno de Goya forma parte de la pintura negra realizada sobre las paredes de la Quinta del sordo y que consta de catorce murales distribuidos entre la planta inferior y superior de la casa (ver fig. 2). Participo de la opinión que hay que entender esta pintura dentro del contexto en la que fue creada, es decir, en la Quinta del Sordo donde Goya se aisló - y destaco el verbo aislar - y afrontó la conocida como crisis de su "segunda gran enfermedad" (1819-1823) y donde proyectó una obra que tiene que ver intrínsecamente con él y sus fantasmas, es decir, con los fantasmas de su inconsciente. Literalmente se rodeó de ellos al cubrir las paredes de la casa.

Fig. 2. Ubicación del Saturno en la Quinta del Sordo.

Dice al respecto el psiquiatra Francisco Alonso-Fernández:

Estas telas negras son una denuncia de los ingredientes estructurales del estado depresivo de Goya, como recordatorios vividos y vivos del dolor moral o dolor de vivir, el horror, la desesperanza, la soledad, la anhedonia, las ilustraciones alegóricas de la ruina, la culpa y la enfermedad [...] En plena efervescencia de la pintura negra y trágica [...] genera Goya el Saturno caníbal, o sea, el cruel y sanguinario Saturno devorando uno de sus hijos [...] Es de presumir que la inspiración de este espeluznante y sangriento cuadro no hubiese sido ajena a la fuerza autodestructora que entonces carcomía a Goya. [2]

Sin embargo, siempre ha sido fuente de interrogación para mi la mirada de ese sanguinario Saturno, una mirada que, no obstante, sugiere desencaje y desesperación, el estupor de sorprenderse ante el horror del propio acto de devorar, como si de repente se diera cuenta de la crueldad del acto que está cometiendo, al mismo tiempo que la imposibilidad de interrumpirlo. Si se compara esta obra con El Saturno (1636) de Peter Paul Rubens - figura 4 -, que Goya conocía, veremos que es muy distinta. En primer lugar el cuerpo que el Saturno de Goya devora no es el de un recién nacido, es un cuerpo humano, el de un cuerpo ya adulto y, por otro lado, la mirada del Saturno de Rubens es una mirada de ira y voracidad, nada que ver con la mirada desencajada del Saturno de Goya... 

Fig. 3. El zar Iván el terrible. Ilya Repin
Consternación, horror ante el propio acto... Quizá nos ayude a reflexionar sobre esta mirada otro cuadro, Iván el terrible y su hijo (1885) - figura 3 -, del pintor ruso Ilya Repin. Observemos como sus ojos y su mirada tienen un notable parecido con la mirada de Saturno. ¿Cuál es origen de este cuadro de Repin y de qué nos da cuenta a través de esa mirada? Ilya Repin fue un pintor cuya obra se caracteriza por su profundidad psicológica y por su capacidad para captar la tensión inherente a las situaciones que retrata. La obra de Iván el terrible y su hijo capta el momento posterior a que el zar Iván matara a su hijo de un brutal golpe en la cabeza al haberle reprendido éste haber golpeado a su mujer embarazada (Elena Sheremeteva), quien por ese motivo perdió a su hijo. Este hecho perturbó profundamente a Iván, quién no sólo se dio cuenta de que en su acceso de furia incontrolable había matado a su hijo sino también a su sucesor. Presa de fuertes remordimientos murió en un estado muy deteriorado tres años después.

Este cuadro y, especialmente, el detalle de la mirada del zar, nos da una primera impresión sobre la mirada del Saturno de Goya: la conmoción al darse cuenta de los efectos de la posesión de un estado de violencia incontrolable y cruel. Un estado de conmoción que relacionado con la violencia también lo está, en consecuencia, con la destrucción. Los tres cuadros que hemos citado tienen como denominador común el asesinato de los hijos, es decir, el asesinato de vástagos de la propia sangre.

Fig. 4. Saturno de Peter Paul Rubens
Esta tensión que nos transmiten los ojos de Saturno la observamos también en su boca desproporcionadamente abierta que devora el brazo izquierdo de su víctima, de la cual parece haber previamente también devorado su cabeza y el brazo derecho... Observamos en las piernas del cuerpo humano devorado, que el anciano Saturno sostiene con una tensión evidente entre sus manos, una especial rigidez cuya causa probable sea el horror ante la acción de la que va a ser víctima. Ahora bien, es inevitable preguntarse porque asesinar "devorando". ¿Se trata de canibalismo? ¿Se trata de algún tipo de alegoría? ¿O hay algo más? Quizá un poco de todo pero, y por encima de todo, me pregunto qué nos dice de Goya. Una lectura alegórica que daría cuenta del canibalismo se corresponde con la mitología de Saturno según la cual devoraba a sus hijos para conservar su reino, lo cual relacionaría el poder con su voluntad de perpetuarse y con la crueldad. La pregunta que nos sugiere, partiendo de nuestra hipótesis de la Quinta del Sordo como un lugar de retiro en el que Goya proyectó sus fantasmas, es a qué poder interior de Goya se corresponde la imagen de Saturno y a qué la del joven cuerpo por él devorado. Pero es más... a qué poder que, como en la imagen del zar Iván, se manifiesta desencajado y desesperado, horrorizado en el anciano dios al tomar conciencia de su acción... Recordemos que Goya llegó a la Quinta del Sordo con setenta y tres años, después de pasar los horrores de la guerra y la ocupación, también de haber pasado una larga enfermedad, de la muerte en 1812 de su mujer Josefa Bayeu y aquejado de una fuerte sordera y desarrollando un nuevo estadio de su enfermedad. Llegó allí anciano, enfermo y sólo (nos recuerda Goya, en ciertos aspectos, a la figura de Beethoven, también aquejado de vejez, soledad, enfermedad y sordera).

Figura 5. Melancolía de Alberto Durero
Para responder a esta pregunta vamos a utilizar una nueva alegoría atribuida a Saturno: la melancolía. Mucho ha dado que hablar la supuesta enfermedad de tipo mental que algunos le atribuyen a Goya, si bien nada parece definitivo. Se ha hablado de crisis psicóticas o de una esquizofrenia leve, también de una posible psicosis maniaco-depresiva (actualmente trastorno bipolar). Sin embargo, y más que centrarme en la hipótesis de la enfermedad, me gustaría centrarme en la melancolía por sí misma. Imagino a Goya en la Quinta del Sordo presa de la melancolía tal y como definen Panofsky, Kiblansky y Saxl en su fundamental obra "Saturno y la melancolía", y que al comentar el conocido grabado de Durero sobre la Melancolía (figura 5) dicen:

su mente está preocupada por visiones interiores, de suerte que afanarse con herramientas prácticas le parece carente de sentido [...] El gesto del puño cerrado, que hasta aquí era un mero síntoma de enfermedad simboliza la concentración fanática de una mente que ha sido verdaderamente un problema, pero que en el mismo momento se siente tan incapaz de resolverlo como de desecharlo [...] La mirada vuelta a una lejanía vacía [...] Los ojos de melancolía miran el reino de lo invisible con la misma intensidad que su mano ase lo impalpable [...] Rodeada de los instrumentos del trabajo creador pero cavilando tristemente con la sensación de no llegar a nada [...] Un genio con alas que no va a desplegar, con una llave que no usará para abrir, con laureles en la frente pero sin sonrisa de victoria. [3]

Figura 6. Melancolía de Doménico Fetti.
Podemos definir al melancólico como un desencantado, un decepcionado con la vida. Alguien que de la vida extrae como fatal consecuencia la muerte. Un ser en especial sensibilizado a las pérdidas y para el que, al final, toda pérdida no es más que un reflejo de la gran pérdida que nos aguarda al final de nuestra trayectoria: la muerte. Para el melancólico la vida es un proceso constante de pérdida, de muerte continua (ver en la figura 6 el cuadro Melancolía de Doménico Fetti). Dice László F. Földényi en su profundo estudio sobre la melancolía:


El melancólico teme al mismo tiempo a su propia persona y al mundo: teme cualquier hecho que pueda ocurrir porque en todo proceso de gestación y cambio sólo puede ver el nacimiento de la muerte; pero también se teme a sí mismo porque sabe que el paso de los días lo va deteriorando, hasta llegar a la destrucción irreparable de la vida en la muerte. La causa de los frecuentes suicidios de los melancólicos es la impaciencia: el melancólico considera la vida un camino que desemboca en la muerte y por el que todo va cuesta abajo. [4]

Vayan como ejemplo los siguientes versos de "Siempre", de la melancólica poeta argentina Alejandra Pizarnik (ver figura 7) que se quitó la vida a los treinta y seis años:

                                           Cansada del estruendo mágico de las vocales
                                           Cansada de inquirir con los ojos elevados
                                           Cansada de la espera del yo de paso
                                           Cansada de aquel amor que no sucedió
                                           Cansada de mis pies que solo saben caminar
                                           Cansada de la insidiosa fuga de preguntas
                                           Cansada de dormir y no poder mirarme
                                           Cansada de abrir la boca y beber el viento
                                           Cansada de sostener las mismas vísceras
                                           Cansada del mar indiferente a mis angustias
                                           ¡Cansada de Dios! ¡Cansada de Dios!
                                           Cansada por fin de las muertes de turno
                                           a la espera de la hermana mayor 
                                           la otra, la gran muerte
                                           dulce morada para tanto cansancio.


Las últimas anotaciones de Pizarnik en su diario muestran sus persistencia en morir (dos intentos de suicidio), hasta que el 25 de Septiembre de 1972, al salir de permiso de su ingreso psiquiátrico ingirió 50 pastillas de Seconal (barbitúrico) que le causaron la muerte.

Fig. 7. Alejandra Pizarnik.
Pero no sólo es pérdida del mundo aquello de lo que sufre el melancólico, es también, como bien observó Freud en "Duelo y melancolía" (1917), pérdida del yo. Veamos como Freud nos lo muestra:

Al principio existía una elección de objeto, o sea enlace de la libido a una persona determinada. Por la influencia de una ofensa real o de un desengaño, inferido por la persona amada, surgió una conmoción de esta relación objetal, cuyo resultado no fue el normal, o sea la sustracción de la libido de este objeto y su desplazamiento a uno nuevo, sino a otro muy distinto [...] La libido libre no fue desplazada sobre otro objeto, sino retraída al yo; éste último, a partir de éste momento, sirviendo para establecer una identificación del yo con el objeto abandonado. La sombra del objeto cayó así sobre el yo; este último, a partir de este momento, pudo ser juzgado por una instancia especial, como un objeto y, en realidad como el objeto abandonado. De este modo se transforma la pérdida del objeto en una pérdida del yo y la persona amada en una disociación entre la actividad crítica del yo y el yo modificado por la identificación. [5]

Una vez más los versos de Alejandra Pizarnik ilustran las palabras de Freud:

                                                    ¿Quién soy yo?
                                                    ¿Solamente un reclamo de huérfana?
                                                    Por más que hable no encuentro silencio,
                                                    Yo, que solo conozco la noche de la orfandad.
                                                    Espera que no cesa,
                                                    pequeña casa de la esperanza.

Versos posiblemente inspirados en la anotación escrita en su diario un año antes de su suicidio:

Escucho el Koli Nidrei y pienso en mi papá, yo que no tuve papá ni mamá. Lloro al escucharlo. Lloro por mi orfandad; lloro porque he sido muy herida, muy humillada, muy ofendida (11 de Noviembre de 1970) [6]

Es por ese retraimiento de la libido en el yo, por la identificación del yo con el objeto perdido que el melancólico también se humilla y se atormenta a sí mismo, que se cubre de auto-reproches. Y es aquí donde de repente encontramos el sentido a ese elemento que se elidió en la restauración de la obra de Goya, el pene erecto. Dijo Victor Hugo que "la melancolía es la felicidad de estar triste". Una vez más Freud lo explicita con claridad:

El tormento, indudablemente placentero que el melancólico se inflige a sí mismo significa [...] la satisfacción de tendencias sádicas y de odio, orientadas hacia un objeto, pero retrotraídas al yo del propio sujeto [...] En ambas afecciones suele el enfermo conseguir por el camino indirecto del autocastigo su venganza de los objetos primitivos y atormentar a los que ama, por medio de la enfermedad, después de haberse refugiado en ésta para no tener que mostrarle directamente su hostilidad. [7]


Fig, 8. Mujer melancólica .
(pluma aguada) Goya.
Es por eso que quizá una de las representaciones que Goya hace de la melancolía es la de una mujer que se refleja en el espejo como una serpiente enroscada en una guadaña - símbolo de Saturno - y que aparece encadenada (ver figura 8). También vemos un reloj de arena... La cuestión es por qué una serpiente. Tengo la impresión de que la serpiente es el reflejo de un "diablo" interior que habita al melancólico. Recordemos a la serpiente del paraíso, astuta y tentadora, capaz de embaucar y confundir. Es un buen símbolo de la perspectiva que Freud nos da de la melancolía: cargar contra uno mismo y contra lo que ama. Detrás del sufrimiento del melancólico está también esa serpiente que confunde al ser con la banalidad de la vida frente a la muerte, la vida como un "total para qué". El tiempo juega a favor de la muerte y caracteriza la vida como pérdida. Un buen ejemplo de este "tormento placentero" lo encontramos en el protagonista de la novela "Apuntes del subsuelo" de Dostoievski:

... sentía un deleite secreto, anormal, ruin, cuando al volver a mi rincón en una de esas noches inmundas de Petersburgo me daba aguda cuenta de que ese día había vuelto a cometer alguna vileza y que de  ningún modo cabía deshacer lo hecho; y en mi fuero interno, secretamente, me roía a mi mismo, a dentelladas, me sondeaba, me chupaba, hasta que el amargor que sentía se trocaba al cabo en una especie de dulzor vergonzoso y maldito, finalmente, en un deleite real y verdadero. [8]

Veamos ahora, en sus palabras, el otro lado de la moneda, y mediante la utilización de un dolor de muelas, como el protagonista ejemplifica como cargar con la enfermedad contra lo que se ama:

Yo tuve un dolor de muelas que duró todo un mes y sé lo que me digo. Claro, la gente no sufre tal cosa en silencio. Se queja. Pero esos quejidos no son sinceros, son maliciosos, y en esta malicia está el meollo de la cuestión. Con esos quejidos el paciente expresa su placer; si no sintiera placer dejaría de quejarse [...]

Sus gemidos se han vuelto maliciosos, malévolamente perversos, y persisten durante varios días y noches. Y eso a pesar de que él mismo sabe que esos gemidos no le serán de provecho alguno; a pesar de que sabe mejor que nadie que sólo consigue atosigarse e irritarse y atosigar e irritar a los demás [...] en todas esas perrerías conscientes es en lo que consiste el placer. [9]


Soy del parecer que esa mujer que refleja una serpiente en el espejo es una primera aproximación mucho más ligera que esa aparición surgida desde los abismos del alma que veinte años más tarde dará luz a ese terrorífico Saturno de la Quinta del Sordo - transformado en un temenos [10] junguiano -. Cómo ocurre en la mayoría de los grandes artistas, las obras clave de su creación se caracterizan por la concurrencia en ellas no sólo la consciencia sino también de lo inconsciente, siendo la participación de éste la que las dota en muchas ocasiones de esa densidad y profundidad que las caracteriza. Imagino ese período de Goya como un periodo de gran confrontación con el inconsciente y, en ese sentido, su Saturno parece, como diría Jung, una manifestación de su Sombra, es decir, de aquella parte de nuestra psique que incluye aquellos contenidos que nuestra consciencia ordinaria se niega a aceptar como propios. Visto así, Saturno se nos presenta como el aspecto devorador de la melancolía: la muerte devorando la vida en vida o, dicho a la manera de Freud: la venganza de los objetos primitivos se logra mediante el propio autocastigo y el tormento infligido a los que se ama mediante su refugio en el malestar melancólico para no mostrar la agresividad frontal hacia ellos.

Fig. 9. Detalle de Saturno.
La mirada de Saturno es la mirada de aquel que, como en un flash, es sorprendido, y que al sentirse sorprendido, en nuestro caso a la luz de la conciencia, de repente, como el zar Iván el terrible, se percata del horror implícito en su acción, una acción antes ejecutada en la ignorancia de la oscuridad de la inconsciencia. Pero es más, a la luz de esa consciencia se dibuja que devorador y devorado son el mismo, es decir, que ambos forman parte de la misma alma, ambos son el producto del abandono, de la traición y el desengaño de la persona amada en los orígenes, fruto de la ofensa por ella infligida. Como Freud nos indicó, abandonador, traidor y ofensor con el que el yo se introyecta y con cuya introyección se entrega posteriormente a su identificación con el superyó devorador (un superyó gozante) convirtiéndose así, y a la vez, en víctima y verdugo. László Földényi, en un profundo y complejo estudio dedicado al Saturno de Goya, hace la siguiente reflexión:

Las figuras de la pintura cargan con las cadenas del alma. Mantienen relaciones estrechas y, sin embargo, son incapaces de reconciliarse entre sí. Se torturan y, al mismo tiempo, se pierden recíprocamente en el otro. Ambas figuras son autorretratos de Goya. Autorretratos de un hombre que ha perdido la posibilidad de reconciliarse consigo mismo y que ha descubierto en su propio interior un profundo abismo que amenaza con tragarlo y que lo llena de terror. [11]

La mirada de Saturno es aquella mirada de detrás del espejo que refleja la mirada sorprendida de aquel que delante del espejo ve revelada su alma como una alma escindida entre el verdugo y la víctima, donde contempla el terror que vive en su interior: no es la muerte la que devora la vida, si no la vida devenida cáncer por mor del odio dirigido a sí mismo y al mundo. Quizá la desesperación, el desencaje que se observa también en esa mirada nos muestra la desesperación final del melancólico que se precipita hacia ese abismo de destrucción, a veces del suicidio: Alejandra Pizarnik, Alfonso Costafreda, Cesare Pavese, Gabriel Ferrater, Pedro Casariego, José Agustín Goytisolo, Marina Tsvietaieva, George Trakl son algunos nombres de poetas que ahora me pasan por la cabeza a quienes la melancolía finalmente arrolló y devoró. Quizá las palabras finales de Földényi en su libro sean las más acertadas para cerrar esta reflexión:

No hay consuelo para el gigante delirante, al igual que tampoco hay resurrección para la víctima mutilada. El gigante la despedaza sin razón alguna, la víctima ya está hace tiempo muerta: no sabe a dónde ha llegado ni qué le sucede. La oscuridad que reina en el cuerpo del gigante acoge en su interior otro cuerpo. Los dos se precipitan juntos al oscuro vacío que los envuelve. Su caída carece de fin y de dirección; caen perdidos en la nada, esperando impotentes que esta acabe consumiéndoles definitivamente a los dos. [12]
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[1] Las poesías citadas de Alejandra Pizarnik corresponden a la edición de Poesía completa (edición Ana Becciu). Editorial Lumen.
[2] Alonso-Fernández, F. El enigma Goya. La personalidad de Goya y su pintura tenebrosa. Breviarios FCE. págs. 213 y 214
[3] R. Klibansky, E. Panofsky, F. Saxl. Saturno y la melancolía. Alianza Forma, pág. 307 a 309
[4] Földényi Lázsló. Melancolía. Galaxia Gutemberg, pág. 
[5] Freud, Sigmund. Duelo y melancolía. OC Tomo II. Biblioteca Nueva, págs. 2094 y 2095
[6] Pizarnik, A. Diarios  (Edición de Ana Becciu). Editorial Lumen, pág. 996
[7] Ver nota 5, pág. 2096
[8] Dostoievski, Fjodor. Apuntes del subsuelo. Alianza editorial, pág. 27
[9] Ídem anterior, págs. 35 y 36
[10] El temenos era en Gecia un espacio delimitado consagrado a un dios, una especie de santuario libre de toda expresión secular. Jung tomo el concepto para definir una especie de espacio psíquico de protección, un círculo mágico de seguridad donde poder trabajar con los contenidos inconscientes.
[11] Földényi Lázsló. Goya y el abismo del alma. Galaxia Gutemberg, pág. 200
[12] Ídem anterior, pág. 214