lunes, 5 de diciembre de 2016

ERNESTO SÁBATO: Un acontecimiento sincrónico personal.

Ernesto Sábato
En la bondad se encierran todos los géneros de sabiduría. (Ernesto Sábato)

Me une a Ernesto Sábato un bello acontecimiento sincrónico que me marcó en un momento de mi juventud en el cual me hallaba muy confuso. Eran días en los que, como hacía ya desde unos años antes, mis paseos del sábado por la mañana siempre llegaban a una conocida cadena de tiendas en las que, amontonados en palés, se ofrecían libros a precios de saldo. Recuerdo especialmente las pilas y pilas de los pequeños libros de la antigua editorial Bruguera, aunque también los había de algunas otras editoriales. Allí había encontrado tiempo atrás libros de Lovecraft, William H. Hodgson, Jorge Luis Borges, Jean Cocteau, Boris Vian, Malcom Lowry, Cesare Pavese (allí encontré su gran Oficio de vivir), así como varios libros de poesía de la editorial Júcar de una colección llamada "La voz de los poetas", que junto a su biografía ofrecía una pequeña selección de su obra. Aún recuerdo que por más o menos cien pesetas (menos de un euro) podía llevarme tres ejemplares.

I. PRIMER CONTACTO: Sábado 2 de febrero de 1980.

La historia empezó uno de estos sábados: el dos de febrero de 1980 - unos pocos meses antes de tener que partir al servicio militar que en aquellos momentos, y desafortunadamente, teníamos que cursar obligatoriamente. El porqué recuerdo tan exactamente la fecha es algo que no tardaré en comentar. Aquel sábado, como tantas otros, había salido a realizar mi paseo matinal para acabar, como siempre, en aquella librería urgando entre las montañas apiladas de libros. Recuerdo de aquel día que compré las Vidas Imaginarias de Marcel Schwob, así como Del asesinato considerado como una de las bellas artes, de Thomas de Quincey, y alguno más que ahora no recuerdo. Al llegar a casa abrí el sobre donde llevaba los cuatro o cinco libros que había comprado. Sorprendentemente uno de ellos no era de los que creía haber escogido. ¿Lo había cogido por error? Claro, qué si no. Se trataba de Hombres y engranajes y Heterodoxia de un tal Ernesto Sábato, de la editorial alianza emecé. Era un libro que recogía dos obras que reflexionaban sobre temas literarios, históricos, sociales y filosóficos. Recuerdo aún el impacto que causaron en mí las tres primeras líneas con las que empezaba el libro, pues las sentía especialmente dirigidas a mí:

Uno se embarca hacia tierras lejanas, indaga la naturaleza, ansia el conocimiento de los hombres, inventa seres de ficción, busca a Dios. Después se comprende que el fantasma que se perseguía era Uno-mismo.

Estaba cursando en aquellos momentos cuarto de biología, a la vez que sufría, desde que empecé la Universidad, de "preocupantes desviaciones" hacia el mundo de la literatura, la psicología y la filosofía. Al mismo tiempo me ahogaba en un trabajo administrativo, como también me sofocaba en una relación afectiva que no funcionaba entre otras cosas que me perturbaban y que me tenían sumido en una gran confusión y angustia.

No es de extrañar que tras este comienzo del libro mis ojos ya se quedaran pegados a aquella primera página que cuanto más la leía más me parecían sus palabras dirigidas hacia mi persona. Dice Sábato en esas primeras líneas:

La existencia, como al personaje de La náusea, se me aparecía como un insensato, gigantesco y gelatinoso laberinto; y como él sentí la ansiedad de orden puro, la necesidad de una estructura de acero pulida, nítido y fuerte. Así lo había sentido ya en mi adolescencia, cuando me precipité hacia la matemática, y ahora se volvía a repetir el fenómeno, aunque con más fuerza y desesperación. De ese modo, retorné a un universo no carnal, a esa especie de refugio de alta montaña al que no llegan los ruidos de los hombres ni sus confusas contiendas. Durante algunos años estudié, con frenesí, casi con furor, las cosas abstractas, me di inyecciones de transparente opio, viví en el paraíso artificial de los objetos ideales.


Pero, y como añadía tras ese punto y a parte: en cuanto levantaba la cabeza de los logaritmos y sinusoides, encontraba el rostro de los hombres. Así descubrí que Ernesto Sábato era un físico (doctorado en la Universidad de la Plata en 1938 - Argentina -) que había trabajado sobre radiaciones atómicas en el Laboratorio Curie, y que lo había abandonado para relacionarse con el surrealismo en París. Un científico que había abandonado la Ciencia para dedicarse no se sabe muy bien a qué (No soy un filósofo y Dios me libre de ser un literato, dice), aunque entendí que tenía que ver con reflexionar sobre el ser humano y sobre él mismo en un mundo confuso. Se retiró definitivamente del mundo de la ciencia en 1943 en Pantanillo, en la provincia de Córdoba, donde residía en un rancho donde no tenía ni luz ni agua, sólo dedicado a la escritura. Una vez más sus palabras, acerca de los trabajos que presentaba en este libro, me llegaban como propias:

No creo que sea muy desacertada tomarlas como una autobiografía espiritual, diario de una crisis, a la vez personal y universal, como un simple reflejo del derrumbe de la civilización occidental en un hombre de nuestro tiempo [...] es la crisis de toda la civilización basada en la razón y en la máquina [...] Son la expresión irregular de un hombre de nuestro tiempo que se ha visto obligado a reflexionar sobre el caos que le rodea.

Unos meses más atrás, no muchos, yo había escrito los siguientes versos:

                                                            Mi poesía
                                                            es la poesía de un hijo pródigo
                                                            que perdió el hilo de su tiempo,
                                                            que se perdió en su sinsentido,
                                                            que no sabe bien si quiso perderse
                                                            o le perdieron, o tal vez ambas a la vez.
                                                            [...]
                                                            Es una poesía que habla de soledad y de muerte,
                                                            que desea la sabiduría de comprender la primera
                                                            y aprender a respetar la seducción de la segunda.
                                                            Es, en fin... poesía del desencanto,
                                                            de ese tener que luchar cada día
                                                            en un mundo que ya no se si es el mío.
                                                            De un mundo que me hace enemigo de mí mismo.

La misma tarde de aquel sábado acabé con la lectura de "Hombres y engranajes", e imposible dejar aquellas páginas, la misma noche del sábado al domingo acababa con "Heterodoxia". Como me había ocurrido antes con Kafka o con Hesse, o con Nietzsche, aquellas páginas me hacían sentir acompañado, como si me hallara contenido por un espíritu afín. Pero era la primera vez que sentía tan cuestionada mi actitud hacia la ciencia vista como un refugio de un "mundo que ya no sabía si era el mío", un mundo en el que me costaba desenvolverme y en el que mi sentimiento de soledad se hacía penoso e impuesto a diferencia de la soledad que vivía cuando me sentía solo con mi propio mundo interno, en esa diferencia que tan acertadamente hallamos en los matices diferenciales de las palabras inglesas para esos tipos de soledad impuesta o elegida: loneliness y solitude. Sin embargo, recuerdo como me afectaron las palabras que Sábato pone en Juan Pablo Castel, el protagonista de su novela "El túnel" cuando dice:

Generalmente, esa sensación de estar sólo en el mundo aparece mezclada a un orgulloso sentimiento de superioridad: desprecio a los hombres, los veo sucios, incapaces, ávidos, groseros, mezquinos; mi soledad no me asusta, es casi olímpica.

Pero en aquel momento, como en otros semejantes, me encontraba sólo como consecuencia de mis peores atributos, de mis bajas acciones. En esos casos siento que el mundo es despreciable, pero  comprendo que yo también formo parte de él; en esos instantes me invade una furia de aniquilación, me dejo acariciar por la tentación del suicidio...

Sábato representaba un tipo de inquietud que vivía en aquel mundo como una tensión entre la torre de marfil que el mundo "perfecto" de la ciencia me ofrecía y el mundo incierto, "fangoso", de límites difusos, que la literatura y la psicología, y que cierta filosofía, la que me llegaba en especial a través de Nietzsche o Kierkegaard o Hesse (recordemos Demian o Bajo las ruedas) disponía las luces más brillantes junto a las más profundas tinieblas. Mi sentido de inadaptación y vergüenza con la que me acompañaba mi estar en el mundo, así, como dice Sábato con esos sentimientos de desprecio hacia él y de desesperación en él.

II. SEGUNDO Y TERCER CONTACTO: Domingo 3 d febrero de 1980.

En aquellos tiempos sin internet era difícil obtener información inmediata, y yo estaba sediento de saber más de Sábato. La mañana siguiente, tres de febrero, y tras comprar el periódico La vanguardia quedé fuertemente sorprendido al hallar entre sus páginas interiores, en la sección "Fin de Semana", una página entera dedicada a él, una página que aun conservo, de ahí la precisión de las fechas. Con el subtítulo de "pensador y solitario", Lluis Permanyer presentaba su persona y su trayectoria, mientras que en la parte inferior de la página Sábato respondía a una serie de preguntas bajo el título de "cuestionario Proust". También se mencionaba un artículo llamado "Censura, libertad y disentimiento" que aparecía en "Apologías y rechazos", un libro de ensayos de reciente publicación. Estaba ansioso de hacerme con él, necesitaba saber y leer más acerca de este hombre, pero era domingo. Me sentía exaltado por las coincidencias que se habían dado: la inesperada aparición de su libro, sus contenidos que me afectaron tan profundamente, la aparición al día siguiente de esta página del periódico dedicada a su persona... Poco me podía esperar que iba a saber más de él antes de una hora.

Sucedió paseando por el parque de la Ciudadela que vi un libro solitario sobre un banco. Me acerqué a él con una cierta curiosidad. No había nadie alrededor. Noté como el asombro me embargaba cuando al cogerlo y mirar su portada vi "El túnel" de Ernesto Sábato. Me senté en el banco totalmente conmocionado por aquella serie de coincidencias. Sentado esperé que quizá llegara su propietario mientras ojeaba las páginas del libro sin querer leerlo, aunque no evité reparar en la cita que se hacía antes de empezar las primeras líneas de la novela: "... en todo caso, había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío". Sabía muy bien, por absurdo que pareciera, que todo aquello estaba pasando por algo, que toda aquello tenía que ver conmigo, que estaba siendo interpelado por algo que desconocía. Consternado volví a casa dispuesto a leer ese nuevo libro de Sábato que el destino había puesto en mi camino. Una vez más aquella novela me afectaba especialmente a través de sus personajes y sus andaduras, Juan Pablo Castel y María Iribarne. Algunos de sus párrafos me resonaban poniendo palabras precisas a sensaciones o sentimientos que yo albergaba en mi interior. El pesimismo existencial de Castel:

A veces creo que nada tiene sentido. En un planeta minúsculo, que corre hacia la nada desde millones de años, nacemos en medio de dolores, crecemos, luchamos, nos enfermamos, sufrimos, hacemos sufrir, gritamos, morimos, mueren y otros están naciendo para volver a comenzar la comedia inútil.

O el rechazo que sentía en general por la humanidad:

Autorretrato verde - pintura E. Sábato -
... siempre he mirado con antipatía y hasta con asco a la gente, sobretodo a la gente amontonada; nunca he soportado las playas en verano. Alguno hombres, algunas mujeres aisladas me fueron muy queridos, por otros sentí admiración (no soy envidioso), por otros tuve verdadera simpatía; por los chicos siempre tuve ternura y compasión (sobretodo cuando, mediante un esfuerzo mental, trataba de olvidar que al fin serían hombres como los demás); pero en general, la humanidad siempre me pareció detestable.

O el enamoramiento enfermizo en su primer encuentro con la misteriosa María Iribarne, donde ya se percibía la proyección del arquetipo de la ánima sobre la joven:

... no aparentaba mucho más de veintiseis años, pero existía en ella algo que sugería edad, algo típico de una persona que ha vivido mucho; no canas ni ninguno de esos indicios puramente materiales, sino algo indefinido y seguramente de orden espiritual; quizá la mirada pero ¿hasta qué punto de puede decir que la mirada de un ser humano es algo físico?

Se iniciaba de esta manera mi idilio con este Argentino autor de obras que, tras leer El túnel, devoré una tras otra: Sobre héroes y tumbas, Abaddon el exterminador, Apologías y rechazos, El escritor y sus fantasmas. Seguí siempre que pude su trayectoria, tanto en otros de sus escritos (Uno y el Universo, Antes del fin y Resistencia) como en su obra pictórica, también el de su increíble trabajo que dio lugar al Informe Sábato de más de cincuenta mil páginas resultado de su labor realizada al frente de la CONADEP (Comisión Nacional sobre la desaparición de las personas), y cuya experiencia ante los crímenes y las víctimas de la represión de la dictadura argentina resumió en una frase: "He estado en el infierno".

Ernesto Sábato entrega al presidente Raúl Alfonsín
el informe de la CONADEP

III. SOBRE LA SINCRONICIDAD.

Después de los hechos acontecidos con Ernesto Sábato no tardaría mucho, de la mano de Jung (Sincronicidad como principio de conexiones acausales (1952) en Interpretación y naturaleza de la psique), en saber que aquella serie de coincidencias se correspondían con lo que él llamó "sincronicidad". Dicho concepto fue introducido por C. G. Jung, en su colaboración con el físico Wolfgang E. Pauli, para definir un tipo de relaciones acausales en la que los hechos que las determinan no tienen ninguna relación entre si excepto por su coincidencia en el tiempo y que, no obstante su aparente falta de vínculo causal - es decir, del tipo de relación causa-efecto -, son significativas para el individuo que las establece. No me cabía duda que había vivido un suceso sincrónico tal y como este se define:

La sincronicidad es una coincidencia entre una realidad interior (subjetiva) y una realidad exterior (objetiva) en la que los acontecimientos se vinculan por los sentidos, es decir de modo acausal. Esa coincidencia provoca en la persona que la vive una fuerte carga emocional y manifiesta transformaciones profundas. La sincronicidad se produce en una época difícil, de cuestionamiento o caos. [1]

Wolfgang Pauli y C. G. Jung: la sincronicidad.

Como indica Jean- François Vézina, autor de la definición citada, se derivan de ella cuatro aspectos fundamentales que permiten distinguir la sincronicidad y que se dieron en el suceso que aquí he narrado:

1. La coincidencia es de tipo acausal, es decir que el vínculo entre los acontecimientos se hace con los sentidos.

2. Esta coincidencia provoca un fuerte impacto emocional en la persona que la vive, sugiriendo un gran número de imágenes simbólicas. Este impacto traduce el carácter numinoso de la experiencia, o sea, el sentimiento, por parte de la persona de ser interpelada por el inconsciente.

3. Esta coincidencia señala las transformaciones de la persona, de ahí el valor simbólico de la sincronicidad.

4. Se produce generalmente cuando la persona se encuentra en un punto muerto o en una situación caótica de bloqueo. Ese estado devuelve a la situación liminal (del latín limen que significa "umbral") de la experiencia. [2]

Sin duda todas ellas se dieron en este momento de mi vida.

Hoy, pasados ya treinta y seis años de estos hechos - tenia veintiuno cuando esto sucedió - siento que estos acontecimientos fueron como una semilla que penetró en mi alma y que lenta, pero inexorablemente, me fue guiando hacia un camino que me llevaría a cambios radicales en mi vida unos años después. No deja de ser curioso que mi abandono del mundo de la empresa, en el que literalmente me consumía en la angustia y el sinsentido como director de marketing, para formarme y dedicarme a mi actual profesión, coincide con la misma edad que Sábato abandona definitivamente la ciencia para retirarse y entregarse a la escritura: los treinta y dos años. Como también es cierto que es a partir de este momento que el arte, la psicología y la filosofía empiezan a tejerse en mi mundo como una unidad interactiva que desde entonces siempre me ha acompañado y en la que no puedo considerar las unas sin las otras y de las que este blog es una muestra.

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[1] Vézina, Jean-François. Las coincidencias necesarias. Ediciones Obelisco, pág. 34
[2] Ídem anterior, pág. 34