lunes, 28 de diciembre de 2020

WALT WHITMAN: EL CANTO DE MÍ MISMO. UNA LECTURA JUNGUIANA.

 

En 1855 se publica el inicio de uno de los libros más controvertidos (sobretodo en sus primeros años) e influyentes en Estados Unidos: Hojas de hierba (Leaves of grass) de Walt Whitman. La primera edición incluía doce poemas, entre los que se halla su celebrado “Canto de mí mismo”, y que constituye, junto con los otros poemas,  el testimonio de un cambio importante en la vida de Whitman, un cambio que responde a lo que nosotros llamamos una crisis existencial, y que lleva al poeta a iniciar un camino distinto del que había llevado hasta aquel momento:

 

Con ella, según dijo, había materializado “una convicción inalterable, y los dictados de mi naturaleza, tan totales e irresistibles como los que hacen subir las mareas o girar el mundo”. Whitman había dado virtualmente la espalda a su vida para escribir su libro. “Tras la ambición y esfuerzos personales continuados, en mi juventud, por competir con el resto por las recompensas habituales…”, recordaría “me encontré poseído, a la edad de treinta y uno a treinta y tres años, por un deseo especial y una convicción… que había volado fugazmente por mi vida anterior, o había acechado por los flancos, y había acabado dominando finalmente todo los demás”. [1]

 

En esa primera edición observamos algunos versos donde esta determinación ya se observa claramente. Así en los primeros versos del Canto de mi mismo nos dice:

 

                    Mi lengua, todos los átomos de mi sangre, formados de esta

                             tierra y de este aire,

                    nacido aquí de padres que nacieron aquí, lo mismo que sus

                             padres:

                    a los treinta y siete años de edad, con la salud perfecta,

                    empiezo, y espero no cesar hasta la muerte.

 

                    Dejo a las sectas y a las escuelas en suspenso,

                    me retiro un momento, satisfecho de lo que son, pero no las

                            olvido,

                    soy puerto para el bien y para el mal, les permito hablar

                            a todos, arrostrando todos lo peligros,

                    naturaleza sin freno, energía primigenia. [2]

 

Whitman prioriza su voz a otras voces:

 

                    No aceptarás las cosas de segunda o tercera mano, ni verás

                               con los ojos de los muertos, ni te nutrirás de los espectros

                               de los libros,

                    ni verás tampoco con mis ojos, ni aceptarás las cosas que yo he

                               aceptado:

                    escucharás opiniones y las filtrarás a través de ti mismo. [3]

 

Y da voz, finalmente, a la relación de su yo con esa dimensión trascendente de sí mismo, lo que, en términos junguianos, podemos leer como la entrada de la relación del yo con el Sí-mismo, es decir, del yo como centro de consciencia con la totalidad psíquica que, como ya sabemos (ver entradas de Demian y de Juan Ramón Jiménez),  “mancomuna el sujeto con el mundo, con las estructuras del Ser. En el Si-mismo el sujeto y el objeto, el yo y el otro, están unidos en un campo de estructura y energía común” [4], iniciándose asé el proceso de “hacer alma” o de Individuación, tal y como nos muestra el poeta en el inicio de su Canto 5:


                    Yo creo en ti alma mía; mi otro yo no se humillará ante ti,

                              y tu no te humillarás ante él.

                    Entrégate conmigo al ocio sobre la hierba, desembaraza tu garganta,

                    No quiero palabras, ni música, ni versos, ni costumbres,

                              Conferencias, ni siquiera las mejores,

                    Solo quiero el arrullo, el susurro de tu voz suave. [5]

 

Y, como tal, expresa a la manera de un místico su contacto con ella:

 

                    Recuerdo como nos acostamos, una mañana diáfana de verano,

                    como apoyaste tu cabeza en mis caderas, como te inclinaste

                               dulcemente sobre mi,

                    como me abriste la camisa sobre el pecho, como hundiste tu 

                              lengua hasta tocar mi corazón desnudo,

                    y como te estiraste hasta palparme la barba, y como te estiraste

                              hasta abrazarme los pies. [6]

 

Veamos que ese fragmento pone de relieve el alma a la que Jung se refiere como aquella que se “mueve” cuando el yo se halla bajo la presencia del Sí-mismo. El Canto de mí mismo responde justamente a esto, un canto que celebra la conexión, el restablecimiento del eje que une el yo con el Sí-mismo, por eso, y como resultado de ese contacto, Whitman experimenta la naturaleza trascendente del Sí-mismo que va más allá del propio sujeto y se extiende hacia el mundo. Esa alma que se mueve como resultado de ese contacto es lo que Whitman nos describe en los últimos versos de este Canto 5 de una manera parecida a la que, en su estilo, vimos en Juan Ramón Jiménez:


            Velozmente eleváronse y me rodearon la paz y el conocimiento

                      que rebasan a todas las disputas de la tierra,

            y sé que la mano de Dios es la promesa de la mía.

            Y sé que el Espíritu de Dios es hermano del mío,

            y sé que todos los hombres que han existido son también mis

                       hermanos; y las mujeres, mis hermanas y amantes,

            y que el amor es el sostén de la creación,

            y que son innumerables las hojas rígidas o lánguidas de los

                       campos,

            y las hormigas morenas en sus pequeños pozos bajo las

                       hojas,

            y las costras mohosas del seto, las piedras hacinadas, el saúco,

                                      el verbasco y la cizaña. [7]

Efectivamente, en El canto de mí mismo (que no es lo mismo que al yo) Whitman se halla como poseído por el Sí-mismo, lo que lo transforma en un yo extasiado, el yo sintiendo su alma (y sé que la mano de dios es la promesa de la mía) y que su alma forma parte del alma del mundo. Como dice Cesare Pavese en su magnífico ensayo sobre el poeta norteamericano de 1933:


Los agudos y los graves de Whitman son los agudos y graves de su pensamiento fantástico. Por lo tanto, nada de fragmentos; no puede ser fragmentaria una poesía que se simplifica hasta mostrarse fundada y creada por el verso […] “Me celebro y me canto”, no es un fragmento; es la formulación repetida y variada por Whitman de mil maneras, de cuan dulce y magnífico es el mero hecho de vivir. “Walt Whitman, un cosmos, el hijo de Manhattan”, “Hoy no haré otra cosa que escuchar…”, “Salgo de caza, solo, por montes y soledades…”, “Soy de los jóvenes y los viejos, soy de los necios y los discretos”, “Soy el poeta del Cuerpo y soy el poeta del Alma”, son otros tantos comienzos de secciones del Canto de mi mismo, y lo que sigue a cada uno de estos versos, más que desarrollar un motivo apuntado, repite – con otros detalles y otros pensamientos” la actitud inicial, la de afirmar incesantemente cuan bello es descubrir y abrazar la vida entera. [8]



                                                            Hojas de hierba, 1ra Edición de 1856

En muchos de los versos del Canto asistimos a esa totalidad y paradoja que conlleva la relación con el Sí-mismo y el misterium conjuctionis:

 

                    Estos son en verdad los pensamientos de los hombres de todas

                               las épocas y de todos los países: no son mis pensamientos

                               originales,

                    y si no fuesen igualmente tus pensamientos, no valdrían nada,

                               o casi nada,

                    si no son el enigma y la solución del enigma, no valen nada,

                    si no son cercanos y remotos al mismo tiempo, no valen nada, [9]


Esa dimensión relacional con el Sí-mismo, que le ha valido a Whitman ser considerado entre los trascendentalistas como Ralph Waldo Emerson (quien fue el primero en reconocer la importancia de su obra) o Henry David Thoreau (quien le visitó interesado en conocerle personalmente), se ve confirmada con claridad en dos de los últimos cantos del poema:


                    Hay algo en mí – no sé qué sea – pero sé que está en mi.

 

                    […]

 

                    No lo conozco – no tiene nombre – lo expresa una palabra que

                    aún no ha sido pronunciada,

                    que no está en ningún diccionario, en ningún idioma, en ningún

                                símbolo.

                    Gira sobre algo más que la tierra sobre la que yo me

                                balanceo,

                                              la creación es su amante, cuyo abrazo me despierta. [10]

O como en el siguiente canto:

 

                                              Lo pasado y lo presente se han agostado – los he colmado

                                                          y los he vaciado,

                                              y me dispongo a colmar lo futuro.

                                              ¡Tú que me escuchas allá arriba! ¿Qué tienes que confiarme?

                                              Mírame mientras aspiro la fragancia de la tarde (habla con sinceridad, nadie
                                              te oye, sino yo, y sólo demoraré un minuto). [11]

El Canto de mi mismo, que inaugura la primera edición de Hojas de hierba, nos hace pensar en el significado de esa identificación de un hombre con un libro, manifiesto en sus sucesivas ampliaciones y remodelaciones, significado que podemos entender desde el mito del sentido, en palabras del propio Jung:


Es importante que tengamos un secreto y el presentimiento de algo incognoscible. Ello llena la vida de algo impersonal, de un numinoso [...] El hombre debe percibir que vive en un mundo que en cierto sentido es enigmático. Que en él suceden y pueden experimentarse cosas que permanecen inexplicables y no tan sólo las cosas que acontecen dentro de lo que se espera. Lo inesperado y lo inaudito son propios de este mundo. Sólo entonces la vida es completa. [12]


Y en esta dirección observamos que en la obra de Whitman se conjugan la dimensión personal y la misión colectiva, “el sentirse llamado a”. En cuanto a la dimensión personal dice el propio Whitman:


“En realidad, Hojas de hierba (no puedo reiterarlo con demasiada frecuencia) ha sido principalmente el afloramiento de mi propia naturaleza emocional y personal; el intento, de principio a fin, de poner a una persona, a un ser humano (a mí mismo, en la segunda mitad del siglo XIX, en Estados Unidos), libre, íntegra y fielmente en un libro” [13]

 

En uno de sus poemas escritos más hacia el final de su vida, Whitman lo reitera:


                                                Camarada, este no es un libro,

                                                quien toca este libro, toca a un hombre

                                                (¿es de noche?, ¿estamos aquí juntos los dos solos?


                                                ¿Soy yo a quien tienes y quien te tiene?

                                                De esta página salto a tus brazos - me llama la muerte. [14]


Por otro lado, en la dimensión colectiva podemos ver la misión de la que Whitman se hizo depositario, una misión que no sólo cabe entenderla como la de ser el poeta de una tierra nueva, la Norteamérica democrática y republicana, sino, como dice Pavese, de ser el poeta del descubrimiento del cosmos, de la vida, de la existencia. Whitman, absorto y conmovido, nos revela una presencia que se esconde tras la aparente cotidianeidad, de la que Norteamérica entonces es más símbolo que realidad.


El canto de mí mismo, dentro de Hojas de hierba, se corresponde con el momento de visión extático, de descubrimiento e impacto de la realidad y del presentimiento de un más allá de ella que permite a Whitman darse cuenta de la importancia del milagro de la existencia y del estar vivo para contemplarla. Posteriormente, la dimensión cruda de la vida aparece también en poemas como Restos del naufragio, o los que llegaron con la guerra de secesión y que le enfrentaron a los horrores de la guerra, como Redobles de tambor o Conmemoración del Presidente Lincoln). Finalmente, y tras un grave accidente cerebro-vascular, cuando contaba con cincuenta y cuatro años, abre una tercera fase de su poesía que se inaugura con Murmullos de una muerte celestial, donde observamos un Whitman confrontado por la cercanía de la muerte:


                ¿Te atreves ahora, oh, alma

                a caminar conmigo hacia la región desconocida,

                donde no suelo para los pies ni sendero que seguir?

 

                No hay allá ni mapa, ni guía,

                Ni voz, ni presión de manos fraternas,

                Ni rostros de tez lozana, ni labios, ni ojos hay en aquel país.

 

                No lo sé, oh, alma,

                Ni lo sabes tú, no hay sino el vacío ante nosotros,

                Todo espera allí, inimaginable, [15]

 

Esa confrontación con la guerra y con la muerte parecen haber desarrollado en Whitman una visión más contemplativa. En sus versos de la última época observamos una intensidad más relajada, en donde la conmoción, el arrobamiento extático del Canto de mi mismo se ve matizado por ese efecto contemplativo y reflexivo en el sentido más junguiano. El éxtasis se acompaña de profundidad y penetración. El éxtasis se transforma en sabiduría. Y eso es lo que observamos en un poema que lleva por título El trompetero místico, del grupo de poemas de Del mediodía a la noche estrellada. En este poema observamos la diferencia entre lo que podemos llamar la mística del descubrimiento, de la revelación del Canto de mí mismo, con la mística de la sabiduría, del sereno aposentamiento que nos muestra en su última época y que hasta su último verso se nos muestra como un hombre dispuesto a morir con la vida.




NOTAS


[1] Loving, Jerome. Walt Whitman. El canto a sí mismo. Paidós testimonios, pág. 191

[2] Whitman, Walt. Hojas de hierba. Canto de mí mismo. Canto 1. Editors, s.a. Traducción de Francisco Seguí.

[3] Ver nota 2, Canto 2.

[4] Stein, Murray. El mapa del alma según Jung. Ed. Luciérnaga, pág. 

[5] Ver nota 2, Canto 5.

[6] Ver nota 2, Canto 5.

[7] Ver nota 2, Canto 5.

[8] Pavese, Cesare. Interpretación de Walt Whitman poeta. Revista La Cultura, Julio-Septiembre 1933. Traducción de Elcio di Fiori.

[9] Ver nota 2, Canto 17

[10] Ver nota 2, Canto 50

[11] Ver nota 2, Canto 51

[12] Jung, C. G. Recuerdos, sueños y pensamientos. Ed. Seix-Barral, pág. 360

[13] Ver nota 8, cita de "Prose works" de Whitman.

[14] Ver nota 2, Cantos de despedida. ¡Adiós!

[15] Ver nota 2, Murmullos de una muerte celestial. Canto 1.

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