domingo, 7 de agosto de 2022

GEORG TRAKL EN CUATRO TIEMPOS: Tragedia, infancia, el mundo caído y la metamorfosis del mal.

un alguien extraño es el alma en la tierra 
(Primavera del alma - G. Trakl)

La sonrisa no fue para él, ni la risa ni la alegría. Georg Trakl, el gran poeta expresionista alemán, nació culpable, y su culpa fue la de ser. Todas sus fotos muestran este rostro tenso, constreñido, de una intensa mirada que era una mirada acusatoria no sólo a él sino a toda la época que le toco vivir, una acusación también a dios. Nuestro poeta entronca con la estirpe de los héroes trágicos que cumplen con decisión su destino, un destino que tiene la muerte como respuesta final a una vida donde el dolor y el sufrimiento fueron su estado anímico permanente. Muerte que cumplió por propia decisión suicidándose de una sobredosis de cocaína a los veintisiete años, probablemente cuando su ya frágil equilibrio psíquico (agravado por su temprana adicción al alcohol y las drogas) se rompió de manera definitiva por el shock traumático que le debió provocar su participación en la Primera Guerra Mundial, en la batalla de Grodeck, donde como oficial médico se vio en la situación de atender él sólo a más de noventa heridos sin medicina alguna.  

I. TIEMPO I: UN ESPÍRITU TRÁGICO.

Poco antes de suicidarse, Van Gogh pinto su conocido cuadro Campo de trigo con cuervos, que como una premonición anunciaba su ya próxima muerte. No deja de ser significativo, en ese sentido, que uno de los primeros poemas que escribió Trakl llevará ya por título Los cuervos, cuyos versos muy bien podrían figurar al lado del cuadro del pintor holandés:

                                                            Sobre el ángulo negro se van precipitando
                                                            al mediodía los cuervos con negro graznido.
                                                            Sus sombras a la sierva rozan de seguido
                                                            y a veces huraños se les ve descansando. 

                                                            Oh! Como la parda calma van rompiendo 
                                                            en que una haza se siente embelesada, 
                                                            tal hembra en grave presentir cautivada 
                                                            y a veces se les puede oír gruñendo.

                                                            sobre una carroña que olisqueando doquier, 
                                                            y el vuelo pronto dirigen al norte 
                                                            y desaparece tal fúnebre corte 
                                                            en aires que se estremecen de placer. [1]
 
Muy pronto pareció presentir cual iba a ser su destino, y así vuelven los cuervos algunos poemas después:

                                                           Un venado se desangra dulce en la vereda 
                                                           y cuervos chapotean en charcos sangrientos. [2]

Versos que tanto nos recuerdan las palabras que Antonin Artaud escribió en su célebre Van Gogh, El suicidado por la sociedad, sobre los cuervos de su último cuadro:

... ningún otro pintor, fuera de Van Gogh, hubiera sido capaz de descubrir, para pintar sus cuervos, ese negro de trufa, ese negro de "comilona fastuosa" y a la vez como excremencial, de las alas de los cuervos sorprendidos por los resplandores declinantes del crepúsculo. [3]

 

Los cuervos de Trakl fueron los cuervos de la culpa de ser: Grande es la culpa del que ha nacido, [4] escribe el poeta, culpa que toma en él la forma de un atormentado espíritu melancólico en un mundo caído y decadente al que fue lanzado desde un estado de perfección y pureza anterior al nacer, y en el que las almas moran en la inocencia. En la poesía de Trakl aparecen con frecuencia los nonatos como representantes de este estado previo al mundo de los caídos. Es, sin embargo, en su Canción de Kaspar Hauser, donde asistimos al no lugar en este mundo para la inocencia del nonato encarnado por el misterioso Kaspar Hauser, el niño salvaje que apareció en Nuremberg el 28 de Mayo de 1828 como un adolescente de unos dieciséis años sin saber hablar ni haber mantenido contacto con otros niños o adultos , y del que se sabe que estuvo cautivo desde la niñez, sin  que nunca se haya podido averiguar su procedencia. Fue asesinado en 1833, a los aproximadamente veintiún años sin tampoco haberse podido determinar ni su asesino ni la causa por la qué fue asesinado. Veamos las cuatro primeras estrofas del poema:

                                            Amaba de verdad el sol que descendía purpúreo la colina, 
                                            los caminos del bosque, el canoro pájaro negro 
                                            y la alegría de lo verde.

                                            Serio era su morar a la sombra del árbol. 
                                            Y puro su rostro. 
                                            Dios dijo una dulce llama a su corazón: 
                                            ¡Hombre!

                                            Silente encontró su paso la ciudad en la tarde; 
                                            la oscura queja de su boca: 
                                            quiero ser un caballero.

                                            Pero le siguieron arbusto y animal,
                                            casa y jardín crepuscular de hombres blancos
                                            y su asesino lo buscaba.

La imagen del venado azul, que en Trakl representa la pureza y la inocencia del alma, representa también, en ocasiones, a su hermana Margarete (Gretl), como también la pureza de la amapola blanca. En todo caso, y como Kaspar Hauser, el venado azul sufre de muerte, de heridas y es presa de cazas, como también es mancillada la amapola blanca. No es la Tierra lugar para las almas inocentes pues, como no podía ser de otra manera, para un nacido culpable el mundo es un infierno.

                                                        Despertar, crecer y otra vez perecer,
                                                        la eterna trágica historia,
                                                        que así representamos sin comprender, 

                                                        cuya nocturna tortura demente
                                                        dla belleza la tan dulce gloria corona, 
                                                        cosmos de espinas sonriente. [5]

Trakl nació para volver a su alma nonata, la intentó buscar en vida pero no la encontró, y el único camino de vuelta era la muerte, el retorno al origen. Como dice Hugo Mujica en su bello, precioso ensayo sobre el poeta: "Trakl miró la vida y vio la muerte, por eso escribió, para vivir. Para dejarnos lo que fue esa vida: su obra." [6] Nuestro poeta sufrió del dolor de haber nacido. La culpa le impidió realizar, como reza un aforismo mio, que "para vivir, primero hay que hacer el duelo de nacer". Él se quedo en la melancolía, en el anhelo del paraíso de los nonatos, donde el alma no encarnada es pura e inocente.  Como dice su traductor de la obra completa, José Luis Reina, "Sólo la melancolía puede sondear totalmente ese destino de los que buscan una patria que no pueden encontrar" [7]. Y así su destino fue una tragedia y, como sabemos, no hay tragedia, ni héroe trágico, sin culpa, sin una arrolladora culpa que tiene, como todo destino trágico, la muerte como final: 

                                                          Somos los caminantes sin destino,
                                                          nubes a las que el viento dispersa, 
                                                          flores que en frío temblor mortecino 
                                                          están esperando la guadaña tersa. [8]

II. TIEMPO II. LA INFANCIA, EL PARAÍSO QUE NUNCA FUE.

Para Trakl los niños son la última frontera entre la inocencia de los nonatos y la caída en el mal del mundo. En muchos de sus poemas aparecen vinculados al juego y a la ensoñación, si bien también aparecen como los niños demacrados o muertos, o como nos relata en Sueño y entenebrecimiento "infancia llena de enfermedad, espanto y tiniebla".

Georg Tralk y sus cinco hermanos. Georg es el cuarto desde la izquierda. Margarete es la pequeña

En la infancia se gesta la que iba a ser su sospechada futura relación incestuosa con Margarete o Gretl, su hermana pequeña. Probablemente su única relación de amor, si bien inevitablemente lastrada por el dolor y la culpa. Efectivamente, la madre de Trakl fue una mujer que se desentendió de sus hijos. Obsesionada con coleccionar antigüedades y labores de artesanía, era además fría y distante. Así nos lo mostrará el poeta a lo largo de sus poesías: el serio semblante de la madre; en oscuras habitaciones se petrificó el rostro de la madre; en la puerta estaba la nocturna figura de su madre; profundo es el adormecimiento en los oscuros venenos, lleno de estrellas y del blanco rostro de la madre, el pétreo; a la madre bajo dolorosas manos el pan volviósele piedra, etcétera, etcétera. Hijo de un gran déficit materno y de un padre que de sus poesías nos llega silente, ausente y, de tanto en tanto, de voz dura, si bien, y mientras vivió, siempre le ayudó económicamente. En todo caso la carencia de afecto parental, la de una infancia criada con institutrices, hizo inevitablemente mella en Trakl: Ángel pálido / entra el hijo en la casa vacía de los padres.[9]

Del frío y la distancia afectiva de la madre deviene el paraíso anhelado que, inexistente, hace que el melancólico introyecte el objeto perdido en sí mismo para buscarlo en sus propios abismos, para perseguir el objeto que se perpetúa como una ausencia que nunca encuentra, lo cual nos explica el suicidio como fin, puesto que el odio hacia la madre ausente se transforma entonces en odio hacia sí mismo. En el caso de Trakl, la ausencia del padre no haría más que engrandecer la gran ausencia materna.

Sin embargo, aquí aparece Margarete, la hermana con quien Trakl desarrolló una relación incestuosa (aun debatida actualmente). Está claro que en esa casa vacía de padres, Margarete fue una presencia en la que Trakl proyectó el objeto perdido y por la que se sintió vivamente atraído en el sentido edípico más transgresor (de la misma manera que le ocurrió a Gretl), lo cual derivó en que esa búsqueda interna del objeto perdido, fue proyectada en su hermana ahora como objeto prohibido. Ni dentro ni fuera pudo Trakl alcanzar el paraíso que nunca fue, que tan sólo es un sueño de paraíso. Gretl es la inocencia, la amapola blanca que al mancillarla también derivo en fuente de su tormento y culpa aunque, como sabemos, ese tormento y culpa del melancólico son también el lugar del goce. A quien desee profundizar en estos conceptos recomiendo leer la entrada dedicada a las kinsderszenen de Schumann (pulsa aquí, o al final de esta entrada en "entradas relacionadas).  Trakl, como Schumann,  también fue uno de esos artistas cuya obra se gesto en el horizonte singular de ese abismo que constituye ese lugar del goce.

Que Gretl surgió en la infancia aparece en algunos de sus poemas, como en Canción de tarde, que evoca la dulzura de nuestra triste infancia

                                                        Cuando tomé tus delgadas manos 
                                                        abriste suavemente tus ojos redondos, 
                                                        esto hace ya tiempo. 
                                                        Pero cuando una oscura armonía aflige al alma,
                                                        apareces tú, blanca, en el paisaje otoñal del amigo.

Momento que, en un ejercicio de alta literatura, el escritor Claude-Louis Combet en su fascinante, delicado y poético libro basado en la relación de los dos hermanos, Hiere, negra espina, es descrito como:

El hermano y la hermana, inseparables, son cómplices del misterio. En cuanto el mayor se levanta, la pequeña se le acerca, desliza su mano en la de él y se deja guiar. El jardín, el sótano, el desván, el cobertizo donde guarda la calesa, el umbroso establo donde el caballo respira pesadamente, rodeado de sus olores... todos esos lugares son escenarios de mudas celebraciones. La niña se siente protegida cuando está cerca de su hermano, pero también como por delante de sí misma, arrastrada a compartir los secretos de un mundo, más vasto que el de la primera infancia.. Y el chiquillo, que no tiene más de diez años, experimenta, en lo más hondo de su corazón, un júbilo sombrío cuando piensa hasta que punto aquella niña le pertenece, y como ella consciente en su sumisión que la hace madurar, la ennoblece. [10]

Júbilo sombrío que con el tiempo adquirirá la dimensión del mal que pervierte la pureza. Aparece aquí en su poesía el tema del "espejo", superficie sobre las que se refleja ese mal:

Purpúrea nube ennubó su cabeza, tal que silente se arrojó sobre su propia sangre e imagen, un rostro lunar; pétreo se hundió en el vacío, cuando en espejo quebrado, jovenzuelo moribundo, la hermana apareció; la noche devoró la estirpe maldita. [11]

Y que nuevamente Claude Louis Combet describe en su novela:

El hermano mayor permanecía junto a su hermana pequeña, frente al espejo. Sin el espejo quizá nada hubiera sido posible. Pues el muchacho podía mirarse al tiempo que la miraba, gracias a ese juego de miradas oblicuas. [12]

TIEMPO III. EL YO Y EL MUNDO CAÍDO.

Introyectada la madre como objeto perdido, proyectada en la hermana como objeto prohibido, prohibición que más tarde transgredió, el mundo fue el infierno, el lugar de las almas caídas, el mundo caído. En su poesía encontramos continuamente la dimensión tenebrosa y oscura, el crepúsculo y el ocaso, la podredumbre y la lepra, la putrefacción de la que el mundo y la vida son portadoras y que, en consecuencia, y como alma caída, él también lo es. En una carta a su protector Ludwig von Ficker escribe:

Demasiado poco amor, demasiado poca justicia y piedad, y siempre demasiado poco amor; demasiada dureza, orgullo y todo tipo de criminalidad — eso soy yo. Sé muy bien que omito el mal sólo por debilidad y cobardía y con ello envilezco aún mi maldad. Anhelo el día en que el alma no podrá ni querrá vivir en este desalmado cuerpo apestado por la melancolía, en que abandonará esta figura ridicula de heces y podredumbre, que sólo es un reflejo demasiado exacto de un siglo sin Dios y maldito. [13]

En su poema en prosa, Revelación y ocaso, así se lo hace decir a su hermana:

En silencio estaba sentado en una taberna abandonada bajo ahumada viguería y solo ante el vino; un cadáver radiante sobre algo oscuro inclinado y un cordero muerto yacía a mis pies. De pútrido azul surgió la pálida figura de la hermana y así habló su boca sangrante: hiere, negra espina. (la negrita es mía)

Hiere, negra espina. Eso era para él mismo Trakl, una negra espina que queriendo alcanzar ese estado perfecto que representa el lugar del goce, es a la vez fuente de tormento, sufrimiento y culpa. Así cargó con el deseo de su hermana y la de su seducción hacia las drogas, con la muerte de su padre, con la mala relación con su madre, a la que, según von Ficker, decía que quería matar. Desde su perspectiva todo lo que tocaba se convertía en oscuridad y podredumbre. Él, como el propio mundo, era oscuridad y podredumbre:

                                                        muriendo bajo el verdor de los árboles
                                                        y siguiendo la sombra de la hermana;
                                                        amor oscuro
                                                        de una estirpe salvaje,
                                                        a quien raudo huye el día en ruedas de oro. 
                                                        Noche silente. [14]

Y también es una negra espina cargado de dolor y sufrimiento el mundo en sí mismo. Como él perdió a su madre en la infancia, el mundo perdió a dios. Como el fue negra espina, la existencia también lo es. Lejos de la perfección del estado nonato, de las almas puras, la encarnación no es más que su caída. Caída en el caos, la degeneración y la decadencia:

                                                    Se hunde el barrio en miseria y hedor cubierto.
                                                    Pasean de largo tonos de violas y acordes
                                                    ante hambrientos en sótanos de rotos bordes. 
                                                    Sentado está en un banco un dulce niño muerto. [15]

Y cuyo último poema, Grodeck, no es más que su constatación final a partir del horror de la guerra: 

                                            En la tarde resuenan los bosques otoñales 
                                            de armas mortales, las áureas llanuras 
                                            y lagos azules, sobre ellos el sol 
                                            rueda más lóbrego; abraza la noche 
                                            murientes guerreros; la queja salvaje 
                                            de sus bocas destrozadas. 
                                            Pero silente se reúne en los prados del valle 
                                            roja nube, allí habita un Dios airado 
                                            la sangre derramada, frescura lunar; 
                                            todos los caminos desembocan en negra putrefacción. 
                                            Bajo el áureo ramaje de la noche y las estrellas 
                                            oscila la sombra de la hermana por la arboleda silenciosa 
                                            al saludar los fantasmas de los héroes, las cabezas sangrantes; 
                                            y suenan suave en el cañar las oscuras flautas del otoño. 
                                            ¡Oh duelo tan orgulloso! Oh altares de bronce, 
                                            a la ardiente llama del espíritu nutre hoy un inmenso dolor, 
                                            los nietos no nacidos.


TIEMPO IV. METAMORFOSIS DEL MAL.

Alguien te abandonó en el cruce y tú miras largamente hacia atrás.

(Metamorfosis del mal)


Trakl intentó redimirse de su dolor y de su culpa a través del arte, de su poesía. Eso le llevó al extremo de hacer bello el mal, o como dice José Luis reina, le llevó a un iluminismo del mal (en la tradición de Rimbaud o Baudelaire). Su redención fue una inmersión aun mayor, si cabe, en la naturaleza caída de su alma y del alma del mundo, una inmersión que a través de esa belleza del mal hace que éste se metamorfosee en ternura, en una mirada compasiva que surge de la contemplación y de la belleza hecha de ese mal a través de la poesía, del estado caído del alma, así como del alma caída del mundo: Pero silente sangra en oscura cuenca tan enmudecida humanidad - escribe en su poema Los enmudecidos -. Eso lleva a nuestro poeta a sostener el dolor y la culpa de ser la negra espina que hiere, a la vez que contemplar la pureza herida, la amapola blanca, la hermana amada y deseada, y sentir la piedad por tan oscura existencia a la que el ser humano es lanzado. A través de su oscuridad intenta poner de relieve la pureza manchada, aunque, en ocasiones, y en sus pocos momentos de paz, la pureza resalta por sí misma, cuando al final de su Revelación y ocaso escribe: 

Cuando fui al jardín crepuscular y la negra figura del mal se había alejado de mí, me rodeó la jacíntea calma de la noche; y atravesé en barca combada el tranquilo estanque y la dulce paz commovió las petrificadas estrellas. Atónito yacía bajo los viejos sauces y alto era el azul cielo sobre mí y lleno de estrellas; y como mirando moría, murieron en mí la angustia y el dolor más profundo; y se alzó la sombra azul del muchacho radiante en lo oscuro, dulce canto; se levantó en alas lunares sobre verdeantes cimas, cristalinas rocas, la blanca faz de la hermana.



Ahora podemos comprender que esa metamorfosis del mal, tal y como se da en Trakl, sólo es posible al borde de ese abismo que es el lugar del goce. Como dice, de nuevo, José Luis Reina:

Sólo una metamorfosis del mal podía dar al yo debilitado la fuerza necesaria para sentirse herido y sostener la visión de su infierno como única vía de purificación; esa metamorfosis es la escritura. Por ella el poeta dignifica algo socialmente injustificado, también cuando temáticamente, como ocurre en «Metamorfosis del mal», lo condena.


Y creo que aquí es necesario traer un párrafo del trabajo realizado con las kinderszenen de Schumann, porque nos permiten entender ese lugar donde abismo, creación y destrucción se encuentran en terrible tensión:

"A ese lugar que, no obstante, también acabó por devorarlo [a Schumann, y también a Trakl], Lacan lo llama el lugar del goce: "Soy el lugar desde donde se vocifera que 'el universo es un defecto en la pureza del no ser'. (cita de Paul Valéry) [...] Ese lugar hace languidecer al ser mismo, se llama el goce, es aquel cuya falta haría vano el universo". [16]. Hay artistas que frecuentan y crean en la frontera con ese abismo, que crean en el horizonte singular bajo la hipnótica atracción del agujero negro que lo representa. Es el logro del poeta en la tensión de este horizonte que le hace vecino de un vacío infinito, tensión de la que extrae, no obstante, perlas como la la inocencia y la ternura, aunque también puede extraer perlas del horror y la angustia (recordemos anteriores entradas: Edvard Munch, Goya, Piranesi) que le asaltan en ese lugar sin que por ello sea menos arte."

V. MÁS ALLÁ DEL TIEMPO, EN LA MUERTE.

                                                               Bajo abetos sombríos

                                                               mezclaron dos lobos su sangre

                                                               en pétreo abrazo; un oro

                                                               se perdió la nube sobre el sendero,

                                                               paciencia y silencio de la infancia.


Georg Trakl se suicidió el 3 de Noviembre de 1914 de una sobredosis de cocaína a los veintisiete años, cuando ya no sostuvo más la tensión de estar en ese horizonte singular que intenta mediar entre el abismo, la creación y la destrucción. Con su suicidio consumó su tragedia. Pero no fue la única tragedia que se consumó. Tras su suicidio Gretl (quien era una pianista prometedora) quedó muy afectada cayendo en una profunda depresión de la que ya no se recuperaría. Casi tres años más tarde, el 21 de septiembre de 1917, ella también se quitó la vida de un disparo en Berlín a los veintiséis años.

Más allá de las especulaciones sobre si el incesto se consumó como relación física o no (los estudiosos están divididos sobre el tema), no hay duda de que su relación era a todas luces la de dos almas que se necesitaban intensamente. En realidad, si hubo o no contacto físico seria lo de menos, porque lo importante era lo que psíquicamente significaban el uno para el otro: la anhelada fusión del deseo edípico, el retorno a una unidad perdida que, sin embargo, es también pulsión de muerte. Es quizá por ello que la novela de Claude Louis Combet es tan bellamente intensa en el sentido más rilkeano, aquel lugar donde lo bello transcurre bajo la sombra de lo siniestro, pues su autor reconoció que escribió la novela porque la historia de los dos hermanos le confrontó con sus propios deseos incestuosos: los que había sentido hacia su madre.

Decía que el retorno a la unidad perdida es, sin embargo, también pulsión de muerte. Así fue para Georg y Gretl, quienes por fin se reunieron más allá del tiempo, en la muerte. Acabaré esta entrada con unas palabras de Combet escritas en el capítulo donde nos describe el encuentro en el que se consuma su relación incestuosa:

El hombre se demoró dentro de la mujer. Habría querido no tener que retirarse nunca, y ella solo soñaba con permanecer así, abierta y poseída hasta que llegara el sueño de la muerte. Así unidos, tenían la vaga conciencia de que el desgarro se dejaría sentir desde el mismo momento en que se separaran, y su abrazo se obstinaba contra el tiempo, pueril, irrisoriamente, en la ceguera de la primera felicidad. Aquí, la calidez del suelo y el torpor de los sentidos les concedían un respiro como nunca antes habían conocido. Aquí les fue dado ese extraño sentimiento de gracia que el mal procura una vez consumado con resolución. Bastaba entonces con un movimiento - ese inexorable movimiento de retirada cuando los cuerpos se separan - para que la angustia acaparara de nuevo sus existencias, y recuperara el terreno que había cedido sólo el tiempo de un espasmo y de una efusión. [17]

Al final, y para ambos, llegó el sueño de la muerte.


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[1] Todas las poesías son de la traducción que José Luis Reina Palazón hizo para Las Obras completas de Trakl publicadas por la editorial Totta.
[2] versos del poema En invierno.
[3] Artaud, Antonin. Van Gogh, el suicidado por la sociedad. Editorial Argonauta, pág. 84
[4] verso del poema Ani
[5] Versos del poema 3 de Tres sueños.
[6] Mujica, Hugo. La pasión según Georg Trakl. Poesía y expiación. Editorial Trotta.
[7] Ver nota 1, pág. 26
[8] Versos del poema Canto a la noche.
[9] Verso del poema Helian.
[10] Combet, Claude Louis. Hiere, negra espina. Editorial Periférica. págs. 18 y 19
[11] de la poema en prosa Sueño y entenebrecimiento.
[12] Ver nota 10, pág. 10 y 11
[13] en cartas (ver nota 1)
[14] Versos del poema Pasión
[15] Versos de poema De camino.
[16] Lacan, Jacques. Escritos 2. Subversión del sujeto y dialéctica del deseo. Siglo XXI editores, pág. 800
[17] Ver nota 10, págs. 78 y 79

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sábado, 23 de abril de 2022

J. D. SALINGER: EL GUARDIÁN ENTRE EL CENTENO. Sobre la adolescencia.


J. D. Salinger se pasó diez años escribiendo El guardián entre el centeno y el resto de su vida arrepintiéndose.

Antes de que se publicara el libro, era un veterano de la Segunda Guerra Mundial con trastorno de estrés postrumático; acabada la guerra nunca dejó de buscar la cura espiritual para sus heridas psíquicas. En la estela del enorme éxito de aquella novela sobre un "chaval de colegio pijo", emergió un mito: Salinger, igual que Holden, era demasiado sensible para el mundo que lo rodeaba, se consideraba por encima de todo. El resto de su vida se lo iba a pasar intentando reconciliar sin éxito estas dos versiones completamente contradictorias de sí mismo: el mito y la realidad.

El guardián entre el centeno ha vendido más de 65 millones de ejemplares y continúa vendiendo más de medio millón al año; es un libro crucial para varias generaciones, sigue siendo un tótem de la adolescencia norteamericana. [1]

El guardián entre el centeno es, junto a Bajo las ruedas, de Hermann Hesse, una de las obras fundamentales sobre esa compleja etapa del ciclo vital que es la adolescencia. Una etapa que se caracteriza por ser la transición que va de la infancia a la adultez. Ambas obras abordan tres aspectos que el adolescente deberá enfrentar en esta fase: penetración en la vida, la relación sexual / afectiva y la adaptación social, y todas ellas tienen un común denominador, una dura crítica al ejercicio del poder abusivo de los padres y de los sistemas educativos. Me parece importante comenzar este punto con las siguientes palabras sobre el trabajo de la psicoanalista infantil François Dolto: 

… se trata de un momento de mutación cuyo futuro se percibe siempre incierto. Insiste en los términos “fragilidad” y “vulnerabilidad” para calificar esta época de metamorfosis. El adolescente es como un bogavante o una langosta en el momento de la muda, afirma; como ya no tiene caparazón, acusa todos los golpes, los cuales dejarán huella bajo la nueva piel. Por consiguiente, resulta esencial mostrarse especialmente atento en el diálogo, sin imponer ni reglas ni comportamientos. 

En El guardián entre el centeno, se cita una frase del psicoanalista Wilhelm Stekel que caracteriza el gran aprendizaje de la adolescencia, y que dice: " Lo que distingue al hombre insensato del sensato es que el primero ansia morir orgullosamente por una causa, mientras que el segundo aspira a vivir humildemente por ella." [2] Sin embargo, y para ello, es necesario que el mundo adulto acompañe este largo proceso que va de la adolescencia a la madurez. D. W. Winnicot lo dice claramente cuando en un artículo titulado “La familia y la madurez emocional” nos dice: 

En el desarrollo sano de un individuo, cualquiera que sea la etapa que se atraviesa, lo que se requiere es una progresión sostenida, es decir, una serie bien graduada de acciones desafiantes iconoclastas, cada una de las cuales es compatible con la conservación de un vínculo inconsciente con la figura o figuras centrales, la madre o los progenitores. [3]

En las primeras páginas del libro aparece uno de los grandes conflictos que la adolescencia implica. Holden Caufield, su protagonista, un joven de diecisiete años, después de ser expulsado del colegio Pencey, y en un diálogo con el Sr. Spencer, su profesor de historia, éste le dice: “La vida es una partida, muchacho. La vida es una partida y hay que vivirla de acuerdo con las reglas del juego." A lo que el joven, a pesar de asentir, reflexiona internamente: “De partida un cuerno. Menuda partida. Si te toca del lado de los que cortan el bacalao, desde luego que es una partida, eso lo reconozco. Pero si te toca del otro lado, no veo dónde está la partida. En ninguna parte. Lo que es de partida, nada.” Lo que en palabras del psicoanalista Luis Kancyper, implica ver la adolescencia como el fin de la ingenuidad:


La adolescencia es una de las etapas más importantes del ciclo vital humano; representa un momento trágico en la vida, "el fin de la ingenuidad".

 

El término ingenuidad denota la inocencia de quien ha nacido en un lugar del cual no se ha movido y, por lo tanto, carece de experiencia […]

 

La adolescencia es un momento trágico, porque en esta fase del desarrollo humano se requiere sacrificar la ingenuidad inherente al período de la inocencia de la sexualidad infantil y el azaroso lugar ignorado del juego enigmático de las identificaciones alienantes e impuestas al niño por los otros. Estas identificaciones deberían ser develadas y procesadas durante este período, para que el adolescente alcance a conquistar un conocimiento, un inédito reordenamiento de lo heredado, y así dar a luz un proyecto propio desiderativo sexual y vocacional. Proyecto que, logrado, estructurará y orientará su identidad, y que, al ser asumido con responsabilidad por él, pondrá fin a su otrora posición: la de una ingenua víctima pasiva de la niñez. [5]


Holden Caulfield representa justamente la dificultad de esta transición: el rechazo al mundo adulto y la añoranza de la infancia. Rechazo que Caulfield recoge cuando con su hermana Phoebe, de 10 años (uno de los personajes más bellos de la novela, y a la que Caulfield admira y quiere profundamente), representante de esa inocencia de la infancia, le dice que a él no le gusta ninguna cosa. Tras un curioso diálogo en el que Caulfield no logra decir nada, y a la insistencia de Phoebe para que diga algo que le guste mucho, dice:

 

Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adonde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería, pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura.


Esta es una exacta imagen de la resistencia de un joven a asumir el “fin de la ingenuidad”. Nos encontramos ante el adolescente rebelde, de carácter escéptico e irónico, sarcástico, que detesta el mundo adulto, que no se cree nada. A diferencia de Hermann Heilner, uno de los protagonistas de Bajo las ruedas, que quiere imponer una manera distinta de relacionarse con el mundo, Holden Caufield es un descreído, un delator de la hipocresía adulta pero sin un proyecto personal. Su rebeldía es una rebeldía sin causa, a diferencia de la rebeldía más "revolucionaria"  que Heilner representa en la novela de Hesse.


La dificultad de la adolescencia es el difícil equilibrio entre lo heroico (la búsqueda del propio camino), lo social (la demanda de lo colectivo) y lo afectivo sexual. Kancyper lo expresa tal y como sigue:

 

Lo que caracteriza a la adolescencia es el encuentro del objeto genital exogámico, la elección vocacional más allá de los mandatos parentales y la recomposición de los vínculos sociales y económicos. Y lo que particulariza metapsicológicamente a este período es que representa la etapa de la resignificación retroactiva por excelencia. [6]

 

En Caufield  el descreimiento y el sarcasmo ocultan que no hay elección más allá de los mandatos parentales, ni recomposición de los vínculos sociales y económicos, sino simplemente una rebeldía reactiva que niega, pero que no se reconvierte o adopta un carácter más revolucionario. Donde también observamos la dificultad del “encuentro del objeto genital exogámico”, el efecto del retraimiento de la infancia al respecto, lo encontramos en el crudo encuentro de Holden Caufield con una seca prostituta quien, después de todas las fantasías que se ha hecho, le confronta con el encuentro de un cuerpo genital demasiado abruptamente:


… se puso de pie y empezó a sacarse el vestido por la cabeza.

 

De pronto empecé a notar una sensación rara. Iba todo demasiado rápido. Supongo que cuando una mujer se pone de pie y empieza a desnudarse, uno tiene que sentirse de golpe de lo más cachondo. Pues yo no. Lo que sentí fue una depresión horrible.


El choque excesivo con el mundo adulto se salda con el adolescente alienado, como es el caso de Holden Caufield, a veces prontamente derrotado (como es el caso de Hans Giebenrath, en Bajo las ruedas), como tantos adolescentes que se alienan hoy en día en el mundo de las drogas o de internet en sus múltiples facetas, o en el mundo de los videojuegos, de relaciones afectivo-sexuales complejas, las crisis de identidad y de género, etcétera.  En ese sentido, El Guardián entre el centeno es una de las obras de adolescencia que quizá se adelantó a lo que son los grandes problemas de la adolescencia actuales y de ahí su continua vigencia.



J. D. Salinger con su hijo Matt


También podemos decir con Luis Kancyper que aquello que se silencia en la infancia suele manifestarse a gritos durante la adolescencia”, o como yo mismo suelo decir en ocasiones, la adolescencia es una de las últimas ocasiones de revertir o de flexibilizar algunos de los efectos padecidos en la infancia. Sin embargo, y en este sentido, generalmente el adolescente aun choca más profundamente con los padres, y no sólo con ellos, sino también con la sociedad, generalmente representada por la institución de la escuela. La cuestión en la adolescencia es si familia y sociedad actúan como un verdadero sostén del adolescente en su camino de la inmadurez a la madurez. Nuevamente Winnnicot pone de relieve la importancia del sostenimiento que requiere la inmadurez adolescente en su camino hacia la madurez


Parte de la idea de inmadurez adolescente como elemento esencial de la salud que no requiere otra cura que el paso del tiempo, no implica que no resulte indispensable el sostén de la familia y la sociedad… Si existe una familia que aún puedan usar, los adolescentes la usarán intensamente, y si la familia no está allí para ser usada o dejada de lado (uso negativo), se les deberá proporcionar pequeñas unidades sociales para contener el proceso de crecimiento adolescente. [7]


Sin embargo, el sostén sobre el que es deseable que crezca el adolescente no es siempre un sostén adecuado. El choque intergeneracional del adolescente con el mundo adulto suele ser complejo y deficiente.


Holden Caufield, como decía anteriormente, se corresponde con el adolescente alienado que adopta ante el mundo una posición escéptica y descreída. No es tanto que adopte una posición confrontativa desde una nueva visión que desvela lo absurdo del mundo adulto y del mundo que este ofrece, sino que opta por una especie de fatalismo en el que cualquier proyecto se perderá en ese acceso al mundo adulto. Por eso su visión como "guardián entre el centeno" obedece a evitar la caída en el abismo que supone el paso de la infancia a la adolescencia.


Hollen Caufield, como Hans Giebenrath, como los protagonistas adolescentes de la excelente película "El club de los poetas muertos" (pulsa aquí su comentario en mi blog de cine y psicología), responden a distintos tipos de respuestas de ese deficiente choque intergeneracional en el que la confrontación que su postura supone para el mundo adulto (familia, colegio, sociedad), se manifiesta de la misma manera: mediante el ejercicio abusivo del poder jerárquico, que implica a menudo la vejación psicológica: castigos, expulsiones, prohibiciones, favorecer la acusación, segregación, etcétera. O como también ocurre actualmente con un abandono, desatención y desresponsabilización (a veces bajo la forma de una aparente indulgencia y tolerancia) de la función parental. O también frente a la incongruencia de lo que se dice en las instituciones escolares y la realidad de su práctica, así como de la sociedad que les aguarda. El adolescente confronta al adolescente que un día el padre fue, o los que fueron los directores, maestros y profesores de la escuela y del mismo Estado (como denuncia con claridad Hermann Hesse). La familia y la sociedad reaccionan castigando, despreciando o ignorando el espejo que el adolescente les devuelve sobre, como dice Kancyper, “su humillante fracaso ante el incumplimiento de los ideales y las ilusiones del adolescente que había sido.”  [7]


En todo caso, y en terminología junguiana, en esta fase del ciclo vital, la maduración procede de un delicado equilibrio entre la fuerza que la vida toma en el adolescente, su voluntad de penetración regido por el arquetipo del héroe, su descubrimiento de la sexualidad y el afecto (regido por los arquetipos del anima/animus), junto a su inclusión en el entorno socio-cultural y económico (regido por el arquetipo de la persona). Equilibrio entre  individuación y socialización que comporta por parte de las figuras guías (padres, maestros y otras figuras adultas) otro ajustado equilibrio entre la exploración y el límite; entre la expansión que reclama el adolescente y, al mismo tiempo, con su dependencia; entre la confianza y la responsabilidad, y también el apoyo y el acompañamiento que requiere desde un cierto desapego amoroso, que acompaña ayudando a aprender de la propia experiencia.


- NOTA FINAL: RESONANCIA DE LA OBRA Y SOBRE SALINGER.


Durante toda su vida Salinger, que vivió recluido, lejos del mundo y celoso de su intimidad, recibió miles de cartas de jóvenes y personas de todo el mundo que veían reflejada en su obra su desconcierto. Muchos eran los que querían visitarle perturbando su deseo de soledad. Como indicaban los autores de su muy bien documentada biografía "Salinger" (ver nota 1), hoy en día aun se venden medio millón de ejemplares anuales de la obra. En este sentido, se ofrece el testimonio del periodista, escritor y conferenciante Michael Clarkson quien, en un momento de su vida, se obsesionó con esta obra y su autor. Dice Clarkson:


Fui a ver a Salinger porque sentí que me podría ayudar. No quería necesariamente que me salvara, que detuviera mi caída del acantilado. Yo estaba un poco deprimido, pero no creo que me engañara tanto a mí mismo. Tenía dos niños pequeños y quería preguntarle: ¿Qué hago ahora con mi vida? ¿Cuál es ahora el siguiente paso. Pensé que él podría librarme de una parte del dolor. Y al mismo tiempo yo estaba enamorado emocional-espiritualmente de aquel escritor. [8]


William Faulkner (foto a la izquierda) quedó también impresionado por la obra y por la claridad con la que se mostraba la presión social que impide ser uno mismo:

Creo que lo que vi en ese libro fue a un hombre joven, inteligente, un poco más sensible que la mayoría, que simplemente quería amar a la humanidad [...] Su tragedia es que cuando trató de unirse la humanidad, allí no había ninguna raza humana. [9]


- SOBRE SALINGER.


Creo que para comprender la obra de Salinger es necesario comprender su persona. Esto escapa a los límites de este comentario. Sin embargo, si quisiera destacar doss aspectos de su vida que le determinaron claramente en su llegada a la madurez. 


El primero de ellos, especialmente significativo, fue su participación en la segunda guerra mundial (formaba parte del servicio de contraespionaje del ejército norteamericano) participando en el desembarco de Normandía, así como también en las terribles batallas que ante los nazis libró el ejército norteamericano en el bosque de Hürtgen (llamado el bosque del infierno) y en las Ardenas, donde vivió los horrores de la muerte (fueron verdaderas carnicerías) en extremos que le llevaron al ingreso psiquiátrico por un colapso nervioso por estrés postraumático y que, sin duda, marcaron definitivamente su visión de la humanidad. Fue también determinante en su crisis que Salinger fue de los primeros soldados americanos en entrar en un campo de concentración nazi (él tenía ascendencia judía), concretamente el campo de Kaüfering IV, donde asistió a sus horrores inimaginables (cuerpos quemados, mutilados, destrozados, torturados, etcétera) que debieron quebrantar definitivamente el que ya debía ser, en aquel momento, su ya precario equilibrio psíquico. Más tarde diría: "Nunca consigues deshacerte de ese olor a piel carbonizada” [10]


Fue también para él muy doloroso el abandono que sufrió, también durante la guerra, de su novia Oona O'neil (hija del premio Nobel de literarura Eugene O'neil) para casarse con Charlie Chaplin. Oona dejó de responder, de repente, sin mediar ningún contacto, a sus largas cartas, que escribía de una manera obsesiva, hasta que se enteró por los periódicos que se había casado con Chaplin.


Por decirlo de alguna manera, este es el mundo que se encontró Salinger tras salir de su adolescencia y entrar en la juventud: la decepción amorosa y el horror de la guerra. Leyendo la excelente biografía de Shields y Salerno, tengo la impresión que el alma de Salinger quedó congelada en la guerra y en Oona, sucesos que no logró traspasar en su vida.



Oona O'neil y Charlie Chaplin.



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[1] Shields, David & Salerno, Shane. Salinger. Seix Barral. Introducción , pág. 15
[2] Liodot, Jean Claude. Dolto para padres. Plaza y danés, pág. 121
[3] Las citas de la obra de Salinger corresponden a la versión de la Editorial Alianza.
[4] Winnicot, D. W. La familia y la madurez emocional, en Biblioteca D. W. Winnicot.
[5] Kancyper, Luis. Adolescencia: el fin de la ingenuidad. Ed. Lumen. El tercer milenio, pág. 13.
[6] ídem anterior, pág. 10
[7] Ver nota 4.
[8] Ver nota 1, pág. 119
[9] Faulkner in Virginia, “Undergraduate Writing Class, Tape 1”, 24 de abril de 1958, en:
[10] Ver nota 1, pág. 188