Toda poesía interrumpe el estado cotidiano, la vida
ordinaria, casi como la ensoñación, para renovarnos,
y así mantener siempre despierta la conciencia de vivir.
Novalis
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La poesía o la palabra con alma. La palabra que más allá de su significado es portadora de ecos universales y experiencias que, por profundamente humanas, se torna también en palabra invocadora. La palabra que implicada con la voz suena y resuena y nos aprehende en cuerpo y alma. Y
de esa palabra con alma la resonancia
poética, un decir poético por el cual nos introducimos no sólo a la
invocación poética (aquello de lo que la poesía nos dice), sino al propio decir
poético. No sólo nos sumerge de manera distinta a aquello que nos muestra, sino
que nos contagia de una forma de decir y expresar que sólo a ella le es propio
y por el que la palabra se trasciende a sí misma para elevarse en un
significado distinto, un significado que va más allá del significado ordinario
de la palabra.
Y
así, para mí, la poesía ha devenido la mejor manera de “sentir” ciertos temas,
introducirlos no sólo como saber, sino como un sentir que prepara la
experiencia. Eso es para mí la introducción poética: un predisponerse a la
experiencia. Podemos hablar de la pulsión de muerte, de la relación de la
pulsión de muerte con la cosa, de la cosa con lo materno, de la grieta que se establece
con el hecho de nacer, del trauma del
nacimiento por seguir a Rank, del dolor de la existencia, de la tristeza
existencial, pero esas palabras no transmiten esa vivencia de estremecimiento a
nivel de cuerpo y alma que, de repente, transmiten los versos de Miguel
Hernández en Menos tu vientre:
Es como si, súbitamente, los
electrones de nuestros átomos se empezarán a agitar, y como en esas
palabras hay algo que “me resuena” porque “yo lo he vivido” y que “ya conocía”.
Y si a esas palabras se les une la voz implicada, la voz que las cita desde el propio
reconocimiento de esa vivencia, de ese saber existencial, la resonancia sigue
creciendo: la palabra y el tono, la voz que las recita. Y esa implicación es
algo muy sutil que no tiene tanto que ver con la declamación amanerada sino con
el haberse dejado aprehender por los versos en carne y espíritu, sólo entonces
la voz transmite esa experiencia universal que el poeta extrajo de su carne y
su espíritu. Dice León Felipe:
Yo te veo señor, con un hierro encendido quemándome la carne hasta los huesos... Sigue, Señor, que de ese hierro han salido mis alas y mi verso. |
Sólo la voz implicada con los versos
los recita con esa fuerza de un corazón que se une en su carne y espíritu en el
dejarse quemar por ese mismo hierro encendido que los hizo escribir. Participo
plenamente del sentimiento de León Felipe hacia el destino de sus propios
versos:
¡Oh,
pobres versos míos,
hijos
de mi corazón,
que
os vais ahora solos y a la ventura por el mundo…
que
os guíe Dios!
Que
os guíe Dios y os libre
de
la declamación:
que
os guíe Dios y os libre
de
la engolada voz;
que
os guíe Dios y os libre
del
campanudo vozarrón;
que
os guíe Dios y os libre
de
caer en los labios sacrílegos de un histrión.
¡Que
os guíe Dios!... y Él que os sacara
de
mi corazón,
os
lleve
de
corazón
en
corazón.[2]
Y quizá eso logre explicar porque
cuando algunos cantautores (estoy pensado especialmente en Joan Manel Serrat,
Paco Ibáñez, Amancio Prada, Lluis Llach – ese inmenso Viatje a Itaca de Kavafis
-) cantan a los poetas logran llamar tanto la atención de un público ajeno al
decir poético. Primero de todo siento que ellos se han quemado con esos versos,
y por ello ese tono en su voz y ese otro elemento que tantas veces siento
compañero del decir poético: la música. A ese tono de voz de Joan Manel Serrat,
esa música de fondo que salta del coro de cuerdas al piano con los que acompaña
los versos de la estrofa de Miguel Hernández en su Elegía a Ramón Sijé:
No perdono a la muerte enamorada, No perdono a la vida desatenta, No perdono a la tierra ni a la nada. |
La voz marca el enfado y el dolor, la
música la tristeza, la nostalgia y la soledad, la añoranza por el amigo
perdido. ¿Quién no puede conmoverse ante ese torrente de humanidad en donde sentimientos y emociones se manifiestan imbricados, tan imbricados como en la misma
realidad con la que se experimenta ese “real” que emerge de la vida con el
hecho de la muerte cuando nos afecta en un ser querido? O ese violonchelo –
instrumento melancólico por excelencia - que surge en menos tu vientre y que ya nos hace sentir ese lamento latente,
esa añoranza implícita en el dolor de existir que tanto nos acompaña a lo largo
de la vida. Ese lamento musical que nos recuerda en el presente el eco del
pasado.
La música como compañera de la
palabra, sutil contorno del alma de la
palabra, acerca más esa alma colectiva a nuestra alma concreta, la tuya o
la mía. La música dota a la palabra y al tono de una especial vibración que
parece hacer sentir de manera distinta lo que sabemos y, más aún, nos acerca a
sentir lo que desconocemos, como si la
música dotara en ocasiones a la palabra de una profundidad que esta
inconsciente en ella, que la completa y la desborda a la vez. Esa misma
profundidad, al final, que le transmite a la palabra poética esa primera y
última música que es el silencio, el contorno primero y último del alma.
La resonancia poética nos introduce
así, poco a poco, casi sin darnos cuenta, en ese mundo del verbo creador que es
la palabra poética, nos introduce para hallar nuestro propio verbo mágico,
nuestra propia palabra poética que se trasciende a sí misma para acercarnos un
poquito más desde nuestro yo a nuestra alma, a esa que está como semilla –
también como herida - y que para crecer necesita agua y fértil tierra. Mi agua
es la música y la palabra poética mi fértil tierra para, al decir de Yorgos
Seferis:
Acepta quien eres. El alma no la ensombrezcas en la hondura de los platanos, nútrela con la tierra y la roca que posees. Lo demás cava en el mismo sitio y lo hallarás. |
- LA RESONANCIA POÉTICA EN ACCIÓN.
Ya hace bastante tiempo di durante tres años un taller de terapia basado en la movilización que surgía del trabajo con la poesía y la música. Veamos ahora un ejemplo de la magia de la poesía y de la resonancia poética, como la palabra se trasciende a sí misma para expresar lo que la palabra como significado no consigue. En uno de esos talleres se dio la siguiente situación en una rueda final:
P:
No he logrado poner palabras… no he encontrado palabras para expresarme ni sé
que decir ahora. No sirvo para la poesía – lo dice con tristeza, con la tristeza del que no sabe, como
si estuviera imposibilitado para este saber y como si la confundiera con
respecto a lo que siente -
T:
Te estuve observando durante todo el día de ayer y te vi en muchos momentos de
emoción, de emoción muy profunda. Parece que algo ocurre en el paso de la
emoción a la palabra, quizá el querer racionalizarlo… La palabra poética es un
lenguaje de la emoción, no es palabra que traduce la emoción. Quizá te hallas
un poco presa de este corto-circuito… Pero en ti hay emoción, ayer lo vi…
P:
- sonríe con agradecimiento –
T:
¿Y qué es esa sonrisa…?
P:
- levanta los hombros y sigue sonriendo –
T:
¿Y ese silencio que sigue a esa sonrisa…?
P:
- continúa en silencio y sonriendo con timidez -
T:
Mira que bonito, fíjate el poder de la poesía… La palabra que se trasciende
para ir más allá de su significado y expresar lo que la simple palabra no
puede. Lo que está ocurriendo ahora me trae este verso: Allí donde no tengo palabras está mi sonrisa. Ya verás, cierra los
ojos y repítelo tú… Allí donde no tengo
palabras está mi sonrisa…
P:
- cierra los ojos y empiezan a surgir lágrimas de sus ojos, y después de unos
instantes logra decir con esfuerzo… - Allí
donde no tengo palabras está mi sonrisa,…
T:
¿Y esas lágrimas?
P:
Me emociona oírme decir esto a mi misma… Es algo especial… - dice con voz
entrecortada -
T:
Es como si de repente sintieras tu alma
P: – ella asiente y se emociona más intensamente y sigue en silencio -…
T: Mira como van surgiendo los versos del simple ahora mío… Allí donde no tengo palabras está mi sonrisa/ De mi silencio mis lágrimas se vierten . Ya verás… continúa repitiendo estos versos: Allí donde no tengo palabras está mi sonrisa/ De mi silencio mis lágrimas se vierten.
P: – ella asiente y se emociona más intensamente y sigue en silencio -…
T: Mira como van surgiendo los versos del simple ahora mío… Allí donde no tengo palabras está mi sonrisa/ De mi silencio mis lágrimas se vierten . Ya verás… continúa repitiendo estos versos: Allí donde no tengo palabras está mi sonrisa/ De mi silencio mis lágrimas se vierten.
P:
- con emoción contenida - Allí donde no
tengo palabras está mi sonrisa/ De mi silencio mis lágrimas se vierten.
T:
Continúa ahora tu esos versos que se me sugieren con el ahora que se está
dando. ¿Qué te sugiere este ahora a tí?
P:
- tras unos instantes –
Allí
donde no tengo palabras está mi sonrisa,
De mi silencio mis lágrimas se vierten.
Y ahí mis ojos se encuentran con los vuestros,
como vuestra alma con mi
alma,
para juntos recitar
estos versos.
Un silencio largo donde ella llora
con profunda emoción. Mientras, todo el grupo se halla en un profundo estado
de emoción contenida, de resonancia poética mientras la contempla.
T: Ves como si hay poesía en ti… Sólo había que deshacer el circuito de la traducción para que surgiera. Y esto nos ilustra también la idea de la resonancia poética…
Hermoso texto.
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