domingo, 14 de diciembre de 2014

SOBRE LA IDEA DE LA RESONANCIA POÉTICA.

    Toda poesía interrumpe  el  estado  cotidiano,  la  vida
    ordinaria, casi  como  la  ensoñación, para renovarnos,
    y así mantener siempre despierta la conciencia de vivir.
                                                                                 Novalis

La poesía o la palabra con alma. La palabra que más allá de su significado es portadora de ecos universales y experiencias que, por profundamente humanas, se torna también en palabra invocadora. La palabra que implicada con la voz suena y resuena y nos aprehende en cuerpo y alma. Y de esa palabra con alma la resonancia poética, un decir poético por el cual nos introducimos no sólo a la invocación poética (aquello de lo que la poesía nos dice), sino al propio decir poético. No sólo nos sumerge de manera distinta a aquello que nos muestra, sino que nos contagia de una forma de decir y expresar que sólo a ella le es propio y por el que la palabra se trasciende a sí misma para elevarse en un significado distinto, un significado que va más allá del significado ordinario de la palabra.

Y así, para mí, la poesía ha devenido la mejor manera de “sentir” ciertos temas, introducirlos no sólo como saber, sino como un sentir que prepara la experiencia. Eso es para mí la introducción poética: un predisponerse a la experiencia. Podemos hablar de la pulsión de muerte, de la relación de la pulsión de muerte con la cosa, de la cosa con lo materno, de la grieta que se establece  con el hecho de nacer, del trauma del nacimiento por seguir a Rank, del dolor de la existencia, de la tristeza existencial, pero esas palabras no transmiten esa vivencia de estremecimiento a nivel de cuerpo y alma que, de repente, transmiten los versos de Miguel Hernández en Menos tu vientre:


                 Menos tu vientre
                 todo es confuso,

                 Menos tu vientre
                 todo es futuro
                 fugaz, pasado
                 baldío, turbio.

                 Menos tu vientre
                 todo es oculto,
                 menos tu vientre
                 todo inseguro,
                 todo postrero,
                 polvo sin mundo.

                Menos tu vientre
                todo es oscuro,
                menos tu vientre
                claro y profundo.
                       
Es como si, súbitamente, los electrones de nuestros átomos se empezarán a agitar, y como en esas palabras hay algo que “me resuena” porque “yo lo he vivido” y que “ya conocía”. Y si a esas palabras se les une la voz implicada, la voz que las cita desde el propio reconocimiento de esa vivencia, de ese saber existencial, la resonancia sigue creciendo: la palabra y el tono, la voz que las recita. Y esa implicación es algo muy sutil que no tiene tanto que ver con la declamación amanerada sino con el haberse dejado aprehender por los versos en carne y espíritu, sólo entonces la voz transmite esa experiencia universal que el poeta extrajo de su carne y su espíritu. Dice León Felipe:

       Yo te veo señor, con un hierro encendido
       quemándome la carne hasta los huesos...
       Sigue, Señor,
       que de ese hierro
       han salido
       mis alas y mi verso.
                                                      
Sólo la voz implicada con los versos los recita con esa fuerza de un corazón que se une en su carne y espíritu en el dejarse quemar por ese mismo hierro encendido que los hizo escribir. Participo plenamente del sentimiento de León Felipe hacia el destino de sus propios versos:

                                                    ¡Oh, pobres versos míos,
                                                    hijos de mi corazón,
                                                    que os vais ahora solos y a la ventura por el mundo…
                                                    que os guíe Dios!
                                                    Que os guíe Dios y os libre
                                                    de la declamación:
                                                    que os guíe Dios y os libre
                                                    de la engolada voz;
                                                    que os guíe Dios y os libre
                                                    del campanudo vozarrón;
                                                    que os guíe Dios y os libre
                                                    de caer en los labios sacrílegos de un histrión.
                                                    ¡Que os guíe Dios!... y Él que os sacara
                                                    de mi corazón,
                                                    os lleve
                                                    de corazón
                                                    en
                                                    corazón.[2]

Y quizá eso logre explicar porque cuando algunos cantautores (estoy pensado especialmente en Joan Manel Serrat, Paco Ibáñez, Amancio Prada, Lluis Llach – ese inmenso Viatje a Itaca de Kavafis -) cantan a los poetas logran llamar tanto la atención de un público ajeno al decir poético. Primero de todo siento que ellos se han quemado con esos versos, y por ello ese tono en su voz y ese otro elemento que tantas veces siento compañero del decir poético: la música. A ese tono de voz de Joan Manel Serrat, esa música de fondo que salta del coro de cuerdas al piano con los que acompaña los versos de la estrofa de Miguel Hernández en su Elegía a Ramón Sijé:
                                                     
      No perdono a la muerte enamorada,
      No perdono a la vida desatenta,
      No perdono a la tierra ni a la nada.


La voz marca el enfado y el dolor, la música la tristeza, la nostalgia y la soledad, la añoranza por el amigo perdido. ¿Quién no puede conmoverse ante ese torrente de humanidad en donde sentimientos y emociones se manifiestan imbricados, tan imbricados como en la misma realidad con la que se experimenta ese “real” que emerge de la vida con el hecho de la muerte cuando nos afecta en un ser querido? O ese violonchelo – instrumento melancólico por excelencia - que surge en menos tu vientre y que ya nos hace sentir ese lamento latente, esa añoranza implícita en el dolor de existir que tanto nos acompaña a lo largo de la vida. Ese lamento musical que nos recuerda en el presente el eco del pasado.

La música como compañera de la palabra, sutil contorno del alma de la palabra, acerca más esa alma colectiva a nuestra alma concreta, la tuya o la mía. La música dota a la palabra y al tono de una especial vibración que parece hacer sentir de manera distinta lo que sabemos y, más aún, nos acerca a sentir lo que  desconocemos, como si la música dotara en ocasiones a la palabra de una profundidad que esta inconsciente en ella, que la completa y la desborda a la vez. Esa misma profundidad, al final, que le transmite a la palabra poética esa primera y última música que es el silencio, el contorno primero y último del alma.

La resonancia poética nos introduce así, poco a poco, casi sin darnos cuenta, en ese mundo del verbo creador que es la palabra poética, nos introduce para hallar nuestro propio verbo mágico, nuestra propia palabra poética que se trasciende a sí misma para acercarnos un poquito más desde nuestro yo a nuestra alma, a esa que está como semilla – también como herida - y que para crecer necesita agua y fértil tierra. Mi agua es la música y la palabra poética mi fértil tierra para, al decir de Yorgos Seferis:

Acepta quien eres.
                        El alma
no la ensombrezcas en la hondura de los platanos,
nútrela con la tierra y la roca que posees.
Lo demás cava en el mismo sitio y lo hallarás.

 - LA RESONANCIA POÉTICA EN ACCIÓN.

Ya hace bastante tiempo di durante tres años un taller de terapia basado en la movilización que surgía del trabajo con la poesía y la música. Veamos ahora un ejemplo de la magia de la poesía y de la resonancia poética, como la palabra se trasciende a sí misma para expresar lo que la palabra como significado no consigue. En uno de esos talleres se dio la siguiente situación en una rueda final:

P: No he logrado poner palabras… no he encontrado palabras para expresarme ni sé que decir ahora. No sirvo para la poesía – lo dice con tristeza, con la tristeza del que no sabe, como si estuviera imposibilitado para este saber y como si la confundiera con respecto a lo que siente -
T: Te estuve observando durante todo el día de ayer y te vi en muchos momentos de emoción, de emoción muy profunda. Parece que algo ocurre en el paso de la emoción a la palabra, quizá el querer racionalizarlo… La palabra poética es un lenguaje de la emoción, no es palabra que traduce la emoción. Quizá te hallas un poco presa de este corto-circuito… Pero en ti hay emoción, ayer lo vi…
P: - sonríe con agradecimiento –
T: ¿Y qué es esa sonrisa…?
P: - levanta los hombros y sigue sonriendo –
T: ¿Y ese silencio que sigue a esa sonrisa…?
P: - continúa en silencio y sonriendo con timidez -
T: Mira que bonito, fíjate el poder de la poesía… La palabra que se trasciende para ir más allá de su significado y expresar lo que la simple palabra no puede. Lo que está ocurriendo ahora me trae este verso: Allí donde no tengo palabras está mi sonrisa. Ya verás, cierra los ojos y repítelo tú… Allí donde no tengo palabras está mi sonrisa…
P: - cierra los ojos y empiezan a surgir lágrimas de sus ojos, y después de unos instantes logra decir con esfuerzo… - Allí donde no tengo palabras está mi sonrisa,
T: ¿Y esas lágrimas?
P: Me emociona oírme decir esto a mi misma… Es algo especial… - dice con voz entrecortada -
T: Es como si de repente sintieras tu alma 
P: – ella asiente y se emociona más intensamente y sigue en silencio -… 
T: Mira como van surgiendo los versos del simple ahora mío… Allí donde no tengo palabras está mi sonrisa/ De mi silencio mis lágrimas se vierten . Ya verás… continúa repitiendo estos versos: Allí donde no tengo palabras está mi sonrisa/ De mi silencio mis lágrimas se vierten.
P: - con emoción contenida - Allí donde no tengo palabras está mi sonrisa/ De mi silencio mis lágrimas se vierten.
T: Continúa ahora tu esos versos que se me sugieren con el ahora que se está dando. ¿Qué te sugiere este ahora a tí?
P: - tras unos instantes –

                                                       Allí donde no tengo palabras está mi sonrisa,
                                                       De mi silencio mis lágrimas se vierten.
                                                       Y ahí mis ojos se encuentran con los vuestros,
                                                       como vuestra alma con mi alma,
                                                       para juntos recitar estos versos.

Un silencio largo donde ella llora con profunda emoción. Mientras, todo el grupo se halla en un profundo estado de emoción contenida, de resonancia poética mientras la contempla.

T: Ves como si hay poesía en ti… Sólo había que deshacer el circuito de la traducción para que surgiera. Y esto nos ilustra también la idea de la resonancia poética…